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Misión imposible: Sentencia final

🌟🌟🌟🌟


Siempre hay un momento en las películas de “Misión imposible” en el que me pregunto: ¿y todo esto para qué? Es la mar de entretenido pero no sirve para nada. La humanidad se va a ir al carajo tarde o temprano. Es cuestión de años. De unos pocos siglos a lo sumo. Casi todas las novelas de ciencia-ficción se desarrollaban en futuros milenarios y cada vez nos parecen más utópicas e inocentes. Todas las misiones imposibles de Ethan Hunt no son más que una lucha desesperada contra el destino. Tanta pasión para nada. Tanta operación de jeta y tanta tabla de gimnasia para encarnar a un héroe del todo innecesario. 

Cualquier día aparecerá el coronavirus definitivo o se estrellará un meteorito tan grande como Australia. Uno de estos veranos la temperatura se pondrá en 50º C a la sombra y ya no bajará de ahí hasta el día de Navidad. Se secarán las fuentes y nos quedaremos sin resuello. Las guerras por el petróleo serán una broma histórica comparadas con las guerras por el agua. Quizá, quién sabe, ya ha nacido el loco que un día apretará el botón nuclear jaleado por su pueblo. Y luego está la Inteligencia Artificial, claro, que aquí se llama “La Entidad” pero en las películas de Terminator ya era conocida como “Skynet”. Es una vieja conocida de la cinefilia. 

Después de todo, ¿qué es la humanidad? Mi humanidad es el puñado de personas a las que quiero y me sobran dedos para contarlas. También está el puñado de las personas a las que admiro -que es mucho más numeroso y variopinto- pero todas ellas viven muy lejos, allá en Madrid o en California. O en Sebastopol. Ellos son los escritores, los artistas, los magos del balón... Les aprecio pero están a muchos grados de separación. Cuando leo sus muertes en el periódico me entristezco pero no lloro. No me joden el día. 

Sin embargo, los animales que sufren o que mueren me enternecen el corazón. Los salvajes y los domésticos. Los que pertenecen a alguien y los que un día me pertenecieron. Ethan Hunt tiene la misión imposible de resucitarlos en una nueva entrega que ya nunca se rodará.




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Misión Imposible: Sentencia Mortal

🌟🌟🌟🌟


A mitad de película tuvimos que parar porque ya nos dolía la cabeza de tanto procesar información. Nuestro software bioquímico no alcanza ni de lejos las prestaciones de la dichosa Entidad de las narices.

En la pausa yo tomé un café solo y mi hijo uno con leche. Galletas para mí y nada para él. Tom Cruise es más que un actor cojonudo para las nuevas generaciones: también es un ejemplo de barriga plana y de actitud positiva ante la vida. Si le mencionas a mi hijo que el tío Tom se ha operado la jeta varias veces se mosquea un poquitín. Dice que son imperativos del guion; arreglos necesarios para que el personaje sea convincente y nos siga regalando películas como ésta.

Nada que objetar.

Para aclararnos con la película nos pusimos a hablar de los giros de la trama, pero luego se nos fue el oremus comentando detalles fisonómicos de Rebecca Ferguson y de Vanessa Kirby. Al final resultó que yo soy más de Rebecca y mi hijo más de Vanessa. De la protagonista principal no dijimos nada y la verdad es que no entiendo nuestro desdén de enamorados.

Nos dolía la cabeza, sí, pero no en plan mal, de vaya rollo de película, sino en plan de computadora que ya no da abasto con el argumento. Érase una vez dos sistemas recalentados. Yo juraría que algunas de mis neuronas se hicieron un nudo tratando de comprender. “Misión imposible: Sentencia mortal” es el rizo del rizo. El rizo 7.0. Y es solo la primera parte del colocón... 

Hace unas horas que terminó y ya no sabría muy bien cómo resumirla. Está la CIA, el FMI -el otro FMI, idiota- el MI6, los rusos del submarino, una IA global desquiciada, un malo malísimo, una intermediaria de París, una asesina casi albina y una ladrona que roba cosas sin preguntar qué son o para qué valen. Todos mezclan verdades con mentiras y algunos se ponen máscaras de látex. Los hay, incluso, que cambian de bando de repente, y cuando ya crees que has retomado el hilo de la acción te ponen a Rebecca Ferguson en primer plano y ya se te va el oremus otra vez. 


O a Vanessa Kirby, que tanto monta monta tanto.




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Los instigadores

🌟🌟

La alineación inicial de "Los instigadores" era para frotarse las manos: sale Matt Damon (ahora anunciante de criptomonedas), y Casey Affleck (tardé diez minutos en recordar su nombre), y Toby Jones (a éste nunca le olvido), y Ving Rhames (el inolvidable Marsellus al que casi borraron el cero), y Michael Stuhlbarg (también tardé diez minutos en recordar su nombre), y Alfred Molina (don Alfredo es de la familia), y Ron Perlman (que ya no habla occitano en sus películas) y finalmente, para darle un toque exótico y femenino a la acción, una actriz chino-americana a la que he visto un millón de veces pero a la que no logro ubicar en ninguna película concreta. 

(Y de director de orquesta, Doug Liman, antaño guionista luminoso de la saga de Jason Bourne contra los malvados, pero que desde que dirigió aquella película de Tom Cruise resucitando cien veces había desaparecido por completo de mi radar). 

La alineación, ya digo, prometía gran juego y casi garantizaba el resultado. Pero el cine, ay, es un poco como la tragedia cíclica del Madrid. No basta con juntar a un grupo de galácticos para que la cosa funcione. Muchas veces la suma de las partes es inferior a lo que cada parte aporta por separado. No se produce ningún fenómeno emergente. No brota nada artístico de la unión. “Los instigadores” es más bien una desemergencia. Una resta y un despropósito. 

A Florentino Pérez ya le pasó una vez y está a punto de repetir la cagada. El hombre -incluso el empresario de éxito- es el único animal de bellota que tropieza dos veces con la misma piedra. Jugando juntos, Ronaldo, Figo, Zidane y Beckham apenas dejaron una liga miserable en las vitrinas (quizá fueron dos, pero da igual una mierda que un par). Mbappé y esta troupe de brasileños están a punto de marcarse un “Los instigadores” en toda regla: buen rollo y tal, pero al final juegos de artificio. Glucosa sin proteínas. Nada que alimente el palmarés. Ratos divertidos y luego marasmo general. Cabreo en las gradas con muy pocas jugadas que aplaudir. Trucos de guion un poco vergonzosos. Gominolas y no chuletón. 

Tras la proyección, en mi salón, se oyeron algunos pitos en la grada.




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Misión imposible: Fallout

🌟🌟🌟🌟

Si hubiera visto “Misión imposible: Fallout” en los primeros tiempos de estos escritos, hoy habría venido al ordenador con dos argumentos infalibles para rellenar el folio diario y obligatorio. Y que luego los dedos, poseídos por eso que llaman el “inconsciente del escritor”, hubiesen tirado por el camino improvisado que mejor considerasen. Como hacen, talmente,  los miembros de la FMI  que dirige Tom Cruise. Pero no la FMI que protege la supremacía económica de Occidente, sino la otra FMI -la Fuerza de Misiones Imposibles- que trabaja para ella en alto secreto de estado.

El primer argumento al que me hubiese agarrado para escribir sobre esta película -en la que hay tan poca chica que relatar más allá de los hostiones- es que mi hijo las veía a mi lado y se quedaba pasmado con las hazañas de Ethan Hunt y compañía. En aquellos pinitos míos, para darle a estos escritos un barniz literario, tan falso como el oropel de las iglesias, yo me ponía sentimental y hablaba de nuestra convivencia en el sofá y del asombro conjunto ante las películas: el niño que él era y el niño que yo siempre fui. Cursiladas así, que ahora me salen cada vez menos, por vergüenza, o por fosilización del alma.

La otra línea argumental que en aquellos tiempos me salvaba el pellejo era ponerme a ensalzar a la chica Bond de turno. En este caso a la chica Hunt. Yo resumía la trama en cuatro brochazos, hacía algún chascarrillo idiota sobre la edad incombustible de Tom Cruise, y al final, cual sátiro, cual trovador del amor, me lanzaba a cantar la belleza inmarcesible de la chica que disparaba a su lado. Ahora sé, porque he hecho un curso de feminismo avanzado, que lo correcto hubiera sido hablar de la actriz y no de la mujer. Del oficio, y no de la oficiante. Yo pecador, Ione.

En fin: que he tenido que soltar todo este rollo para no tener que confesar mi amor atormentado y renovado por Rebecca Ferguson. Porque jolín, con Rebecca... Y con Vanessa, también.





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Misión Imposible: Nación Secreta

🌟🌟🌟🌟

(Esta crítica fue escrita en septiembre de 2018. Tras el nuevo visionado me he limitado a retocarla. Todos sus protagonistas -salvo Tom Cruise- tenemos cinco años más en el carnet y alguno más en el resabio). 

El dios de la lluvia desciende sobre Invernalia. Y trae consigo, además, un electromagnetismo que interfiere de mal modo con las ondas del wifi. Es por eso que el chaval ha abandonado su refugio de zombi para bajar a este reino de los vivos, donde los videojuegos se tornan películas y los asientos se vuelven dobles y compartidos. En el piso de abajo, si se jode la señal de la parabólica o se va la conexión con el router, siempre queda la opción del DVD y de los discos duros, como en los tiempos antiguos donde no existía internet y vivíamos casi talmente como los cromañones.

Aburridos del aburrimiento, el retoño y yo nos hemos puesto de nuevo bajo la advocación de Tom Cruise. En los últimos tiempos sólo frente a Tom somos feligresía reunida y hermanada. Tom es el sacerdote pagano y saltarín que escala rascacielos y empotra automóviles para transustanciar lo imposible en posible. Una eucaristía no de las hostias, pero sí de los hostiazos. Yo hubiera preferido ver algún clásico de la comedia o de la ciencia-ficción, pero también sé -aunque proteste por lo bajini-que la película va a ser un ingenio muy entretenido, lleno de trucos y trampas, enredos y soluciones. 

En “Misión Imposible: Nación Secreta” todo ha sido realmente imposible y prodigioso. Incluida la belleza de esta actriz sueca que nos ha dejado patidifusos a los dos: al cuarentón decadente y al hombretón incipiente. Cada vez que el rostro de Rebecca Ferguson aparecía en pantalla, un cordón umbilical de altísimo voltaje unía al padre y al hijo en la distancia corta del sofá. En mi reojo yo notaba su reojo, y mientras tanto, nuestros ojos no perdían detalle de ese rostro bellísimo cincelado por los genes de los nórdicos. 

Enamorados cada uno a su modo y a su edad, nos ha costado seguir la trama en algún punto muy delicado del guion. Pero ninguno se ha atrevido a preguntar por dónde iban los tiros, por no confesar el origen del despiste.




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Misión Imposible III

🌟🌟🌟

Misión imposible III, con sus amores ñoños y sus hostias como panes, ha sido la única ficción que he podido ver el fin de semana. La película es, para decirlo suavemente, tan entretenida como cuestionable. Tan tonta como resultona. Pero gracias a él, a Tom Cruise, que es como un terapeuta familiar en esta casa, el retoño ha vuelto a comparecer en el sofá, y eso vale por cien películas vistas en solitario. Juntos nos hemos descojonado con las peripecias de Ethan Hunt, y hemos amado en silencio, cada cual a su modo, uno de viejo verde y otro de adolescente en sazón, la belleza desarmante de Michelle Monaghan.

       Y nada más, ay, en este páramo provisional de las películas. El cine, para quien esto escribe, siempre ha sido una celebración de la alegría, o al menos de la paz del espíritu. Son tiempos oscuros. Perseguido por las sombras, o rodeado de fantasmas, ahora mismo soy incapaz de prestar atención a lo que veo, y desperdicio las horas sin disfrutar de las ficciones, y sin arreglar las realidades. Otros, más afortunados, enchufan el televisor y al instante se desenchufan de sí mismos, para evadirse a otros mundos donde ya no son ellos, sino el cowboy que dispara, o el astronauta que explora mundos. Pero yo, de momento, hasta que no se disipe la fiebre, estoy viajando conmigo mismo, a cualquier lugar donde pretenda fugarme, y en cualquier ficción, por disparatada que sea, vivo esposado a mi yo sempiterno y paliza, que me impide volar, y transustanciarme en un personaje difuminado.
     

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