Colossal

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El odio es un sentimiento rocoso, gran铆tico, m谩s perdurable que el amor, que es una emoci贸n org谩nica con tendencia a la oxidaci贸n celular. El odio est谩 hecho de un material biol贸gico mucho m谩s resistente, y no hay tiempo ni evidencia que lo erosione. Al menos en el tiempo geol贸gico que ocupa una vida humana. Cuando surge del magma de un rencor, o de una humillaci贸n, el odio se solidifica al instante en contacto con el aire, y se queda ah铆, petrificado en el coraz贸n, en la entra帽a, como un carb贸n negro cuyo calor nunca se extingue.

    El odio es una cosa muy jodida, y genera calcificaciones en el alma. Sobre todo en quien odia, porque el odiado s贸lo tiene que cambiar de acera, o hacerse el loco, y a veces ni se entera de su condici贸n, mientras que el odiante lleva su oficio todo el d铆a, en el forro de la piel, como una segunda naturaleza que a veces lo enciende y lo domina. 

Colossal, la pel铆cula inefable de Nacho Vigalondo, habla de odios que nacen en la infancia y son capaces de construir -literalmente, s铆- monstruos gigantescos que arrasan las calles de Se煤l en la otra punta del mundo. Es un planteamiento absurdo, sin pies ni cabeza, pero una vez aceptada la premisa, Colossal se sigue con cierto inter茅s antropol贸gico. Porque no hay -en efecto- odios tan puros, ni tan cristalinos, como los que surgen en la infancia. Y mira que odiamos, a lo largo de la vida: al gobernante que nos asfixia, al compa帽ero que nos jode, al vecino que nos molesta, al amor que nos traiciona. Pero nunca llegamos a odiar con la pureza, con la inocencia, con la sa帽a virulenta, de la ni帽ez. 

Todo odio posterior tiene algo de racionalizaci贸n, de explicaci贸n cient铆fica. Pero all谩 en el colegio, o en el parque del barrio -donde Anne Hathaway pone el pie y destroza un rascacielos en Corea del Sur- los odios son como las cenizas que cayeron sobre los pobres pompeyanos, que los dejaron en la misma pose, y en el mismo gesto, para toda la eternidad de los museos.




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