Dentro de unos cuantos eones, cuando la materia oscura
alcance la masa predicha en las ecuaciones, el universo detendrá su expansión y
empezará a contraerse, impelido por la gravedad. Las galaxias se aproximarán y
la flecha del tiempo emprenderá el camino de regreso, como rebotada en una goma.
Las agujas de los relojes girarán en sentido contrario, y los dígitos iniciarán
el "final countdown" que cantaban aquellos melenudos de Europe.
Tanto dar la matraca y mira: no iban desencaminados.
Después del Big Crunch, las consecuencias precederán a las
causas, y la mierda nos entrará por el culo. Será gol cuando se inicie la
jugada, y será viernes cuando comience la semana laboral. Los amores nacerán
cuando nos bloqueemos en WhatsApp, y terminarán justo cuando nos demos el
primer beso. Cuando el calendario invertido alcance el día de nuestra muerte,
nos levantaremos de la tumba, o nos reharemos de nuestras cenizas, y
resucitaremos como estaba prometido en las Escrituras. Transitaremos, como
Benjamin Button, de la vejez hacia la infancia, y moriremos, sonrosaditos y
tiernos, en el vientre de nuestra madre. La conciencia de estar vivos -lo poco
que quede de ella- se extinguirá cuando el zigoto se escinda en dos gametos,
rompiendo nuestro yo.
Así será nuestra segunda vida, nuestra resurrección de la
carne, y todos seremos un poco como Benjamin Button, que ahora nos parece un
personaje de fantasía, el curioso caso que desafió las leyes de la naturaleza.
Si los astrofísicos no se equivocan, trece mil millones de años después de nuestra
muerte invertida el universo se contraerá hasta un punto de dimensiones
ridículas, y se producirá otro Big Bang que devolverá las cosas a su curso
normal. Y así, en este juego pendular, después de otros trece mil millones de
años, yo volveré a estar aquí, en el sofá, en el eterno retorno de Nietzsche,
viendo por enésima vez “El curioso caso de Benjamin Button”, disimulando las
lágrimas de contento. Porque sabré, o intuiré, que el amor de Benjamin y Daisy,
aunque trágico, es eterno y nunca morirá. Como todos los amores, los de usted y
los míos. Y que la espera, tan larga, habrá merecido la pena.
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