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Leo en internet que “Seinfeld” se estrenó en España en junio
de 1998, en la programación no codificada de Canal + (que a mí me daba igual,
porque yo poseía la llave mágica que abría el cofre del fútbol y las películas,
y las indecencias del viernes por la noche... Tiempos míticos y
pre-platafórmicos).
“Seinfeld” se estrenó justo después de terminar su emisión en
Estados Unidos, batiendo récords de audiencia. La serie se veía mucho en las
costas civilizadas y nada en los cinturones de la Biblia. Aquí, en España, como
reflejados en un espejo, la serie se veía mucho en Madrid y en Barcelona, pero
nada en los terruños que yo habitaba por motivos laborales, periféricos y
colonizados por Tele 5. Porque “Seinfeld” era -y es- una comedia urbana,
pedorra, nada mainstream, que no deja ninguna moraleja en la meninge. No está
hecha para formar mentes, ni para hacernos mejores personas. No le sonríe a la
vida, ni a la desgracia, ni al sol de la mañana. Todo lo contrario: Larry David
y Jerry Seinfeld tenían prohibido que en los guiones figuraran abrazos o
cursilerías. “Seinfeld” soslaya cualquier poesía relacionada con el amor, la
amistad, la fraternidad entre los hombres... Sus personajes, por supuesto, también
aman, también tienen amigos, también hacen obras de caridad (a veces, y solo
para ligar). Pero prefieren que no se les note, pasar desapercibidos, que nadie
se ría de sus desgracias sentimentales. Yo les entiendo muy bien.
En un DVD de la sexta temporada, Jerry Seinfeld explica que
el personaje de Elaine les estaba quedando demasiado inteligente, demasiado “maduro”.
Elaine era feminista, lista, inclasificable... Casi una referencia. Una personaje
que empezaba a destacar por encima de la estulticia general. Y decidieron -con
el consentimiento cachondo de Julia Louis-Dreyfus- endosarle un novio estúpido
y musculoso para rebajarle los humos, y achantar sus aspiraciones. Tanto rollo
y al final ella era como todos los demás: superficial, carnal, esclava de la belleza
exterior. Básica y primitiva. Una más de la pandilla. De nuestra pandilla. Jo,
cómo los quiero...
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