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Sí, lo confieso: he visto Fragmentos de una mujer porque la
actriz principal era Vanessa Kirby. Con otra mujer me lo hubiera pensado dos
veces, porque las críticas venían tibias, no deprimentes, no lacerantes, pero
tampoco entusiastas en plan ¡la película del año!, y no se la pierdan, y cosas
así. Pero es que Vanessa es mucha Vanessa, aunque tenga un nombre tan
desprestigiado en nuestros arrabales, que no sé por qué, la verdad, porque es
un nombre bien bonito, con reminiscencias a helado de vainilla, a tarta contesa,
a lencería fina -o tal vez soy yo, que me dejo llevar- con esa doble ss tan
sensual que si la pusiéramos en mayúsculas ya sería asunto terrible y para nada
divertido.
Vanessa Kirby era la princesa Margarita en The Crown,
y del mismo modo que Yahvé perdonó a Sodoma porque halló un hombre justo en la
ciudad, el dios de los republicanos nunca incendiará Buckingham Palace porque
ella, Margarita, Vanessa, cada vez que salía en pantalla parecía un sueño de
hombre hecho mujer, y de sangre azul además, y una actriz de talento
descomunal, capaz de mirarte con un ojo y derretirte de deseo mientras con el otro,
a lágrima viva, lloraba al coronel Townsend y te rompía el alma justo al lado
del corazón.
Fragmentos de una mujer empieza como empezó, qué se yo, Salvad
al soldado Ryan, a sangre y fuego. No te acabas de acomodar en el sofá y ya
estás inmerso en el fregado, en el drama que nunca quisieras vivir. La primera media
hora es absorbente. Te corta el aliento. Tardas -al menos yo- quince minutos en
reconocer a Shia LaBeouf tras la barba de hípster bostoniano. En realidad,
aunque estoy escribiendo todo esto medio en broma, el asunto del parto en casa
es muy serio, muy dramático. Quedas tocado para el resto de la película. El
problema es precisamente ése: el resto de la película. La trama de la mujer que
recoge los fragmentos. Si no fuera porque Vanessa Kirby lo llena todo, se me escaparían
los bostezos y las miradas al reloj. Al final, todos los matrimonios se
descomponen de un modo parecido. Nada nuevo bajo el sol, ni bajo las camas.
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