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He tardado varios minutos en entender de qué iba “Being the
Ricardos”. Y no lo he hecho yo solo -que ya no estoy para esos triunfos- sino apoyándome
en la Wikipedia con el ojo derecho, mientras con el ojo izquierdo seguía las
evoluciones de los personajes. Y mientras leía -con el tercer ojo, en un
ejercicio de malabarismo que ese sí, muchos quisieran- los subtítulos que
respetaban la dicción original de Javier Bardem, por aquello de la nominación
al Oscar y de formarme una opinión.
La película de Aaron Sorkin es un producto cultural muy poco
exportable. Una cosa de americanos hecha para americanos. Y ni siquiera para
todos, porque solo los ancianos pueden recordar aquel lío de Lucille Ball con
el comunismo, y aquel lío de su marido con las prostitutas. Es como si aquí
rodáramos una película sobre Dinio y Marujita Díaz... Bueno, no, que estos no
tenían un show en directo. O no, al menos, uno programado semanalmente. Mejor una película sobre Bárbara Rey y Ángel
Cristo, que salían mucho por las teles en blanco y negro. Una película idiosincrática
que estrenaríamos sin más explicaciones en Arkansas, o en Cincinnati, esperando
que el público entendiera y atara cabos. O sea: un imposible cultural.
Porque además, al inicio de la película, hablan de una tal Desi
que tú presumes un personaje femenino como aquella chica de “Verano azul”, pero
que luego resulta ser Desiderio, Desiderio Arnaz, el marido de Lucille. Una Lucille
Ball que también sale al principio de la película y no terminas de asumir que ella
sea la protagonista del enredo, porque según la publicidad ella está
interpretada por Nicole Kidman, y resulta que aquí la encarna una muñeca hinchable
muy parecida a Nicole, sí, pero en verdad un ser inanimado diríase todo hecho de
algodón, y de poliuretano.
Es un despiste total, ya digo, hasta que te vas haciendo con
los nombres, y con los jetos, y al final vas entendiendo que “Being the
Ricardos” fue el precedente catódico del reality show de Alaska y Vaquerizo en
la MTV: una puesta en escena de la propia vida matrimonial solo que con las censuras de la época: sin sexo, sin drogas y sin majaderías.
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