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Yo tuve una vez
relaciones psicosexuales con una mujer que creía en la existencia de los
reptilianos. Los reptilianos son esos extraterrestres del planeta Lagartija que
vienen a la Tierra de vez en cuando, se fabrican una piel sintética -o alquilan
una piel natural- y echan a caminar por nuestro planeta dando el pego a los
enamorados tontos y a los votantes de las democracias.
Ella, mi examante,
traspasada por el rayo de la nostalgia, y también un poco por el rayo de la
chotadura, me aseguraba que una vez se había acostado con un reptiliano en la
capital del reino, en Madrid, que es donde suceden las cosas más extrañas y
noticiables. Según ella fue una experiencia aterradora, pero solo al final,
cuando tras el orgasmo intergaláctico descubrió en los ojos del maromo un
brillo de sangre fría y muy poco sentimental. "Tuvo que ser la hostia el
polvo aquel...", le decía yo siguiéndole la corriente. Pero ella -quién
sabe si ella misma una reptiliana, a tenor de todo lo que vino después- callaba
como guardándose un gran secreto erótico que recorre los mentideros de la
galaxia.
Madrid -según asegura esa
sociópata de Isabel Díaz Ayuso (¿otra reptiliana?)- es un paraíso emocional
donde es casi imposible volver a cruzarte con tu ex pareja. Pero también es– y
eso no lo dijo en aquel mitin de su partido- el lugar más propicio para tener
encuentros indeseados con los extraterrestres. Qué iba a pintar un reptiliano, o
un bichejo como este que aparece en “La autopsia”, en un sitio tan apartado
como La Pedanía, a no ser que la nave espacial se averiara justo al sobrevolar estos
parajes torcidos de Dios. Sería todo un espectáculo, ver a mis vecinos
arracimados ante el OVNI escacharrado discutiendo si la culpa es del carburador
o de la junta de la trócola, mientras el extraterrestre se escabulle entre las
viñas esperando su oportunidad a la caída de la noche...
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