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Ya me empieza a cansar esta
tontería del gabinete de curiosidades... Da igual cómo empiecen los episodios: al final siempre sale un
monstruo que se come a alguien o revienta a alguien o derrite al que pasaba por allí.
Cuarenta y cinco minutos
son siempre para preparar la receta y cinco para que el monstruo salido del horno -de
la mente calenturienta de Guillermo del Toro- arme la de Dios es Cristo, ahora
que escribo esto por Navidad. Si Guillermo del Toro rodara una película sobre
el nacimiento de Jesús, saldría un monstruo del pesebre para zamparse
a María y José en una escena muy gore y luego regurgitar sus santos ropajes con un
eructo descomunal. Es todo lo mismo.
Estos directores que Guillermo del Toro asegura que dirigen los episodios no existen. Son en verdad él mismo. Sus heterónimos. Fulana de Tal es él, y Mengano de Cual también. Si los buscas en internet aparecen con una foto que desmiente mi afirmación, pero estoy casi seguro que las páginas de consulta están amañadas para que además pensemos que Guillermo es un “descubridor de talentos”. Pues bueno...
Salvo aquel episodio del pintor tenebroso -que es sin duda el mejor de esta serie- todas las historias son una pura guillermodeltorada que saca a un bicho asqueroso porque sí, por Decreto Ley: una especie de Vengador Tóxico soñado por Dalí al que la estupidez humana, o la arrogancia, o la simple candidez, liberan de una cárcel de siglos.
Este episodio -ya el penúltimo,
menos mal- no empezaba del todo aburrido, con ese millonario que invita a gente
muy inteligente a compartir una velada. Uno creía que les incitaba
a beber whisky y a esnifar cocaína para abrir sus mentes ante un
desafío intelectual de primera magnitud: la resolución de una ecuación
fundamental o el secreto de Fátima por fin revelado a los gentiles. Tonto
de mí... Por un momento me olvidé de que estaba en el gabinete de don Guillermo,
bebiendo de su bar y chumando de sus reservas.
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