En la habitación

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Un cocoño, según la acepción inexistente de la RAE, es un hombre con el que has compartido... eso mismo. Pero no necesariamente en la misma sesión, que eso sería un trío, o una orgía, sino en fechas separadas del calendario. Cocoños son los exmaridos, los examantes, los hombres que vinieron antes que tú a probar suerte y a festejar una Nochevieja por todo lo alto. Cocoño, pasado el tiempo, también es su marido actual o su amante en vacaciones. Cocoños son los fantasmas de las navides pasadas, pero también, ay, los de las navidades futuras.

Cocoño es una palabra que usa mucho Berto Romero en sus cachondadas de la radio, pero no es desde luego un término baladí. Cocoño es una palabra afilada y trascendente. Nietzsche dijo una vez que nuestra grandeza depende de la grandeza de nuestros enemigos, y algo parecido sucede con los cocoños, que cuando no son enemigos sí son, al menos, rivales evolutivos.

Es por eso que al comenzar una nueva relación nos mata la curiosidad por saber quiénes -y cuántos- estuvieron allí antes que nosotros. De su belleza o de su estatus podemos extraer conclusiones muy válidas sobre el valor de nuestra compañera y sobre nuestra propia capacitación para merecerla. (Existe un término paralelo -copolla- que a ellas les empuja a satisfacer curiosidades muy parecidas y malsanas).

Yo he tenido tan pocas amantes que me da vergüenza incluso enumerarlas. Pero cocoños, por dos afluentes, tengo mogollón. "Somos legión", gritaban allí dentro los demonios. Y sin embargo, solo he conocido a dos de ellos: uno por las fotografías y otro in person que era muy majete. 

En España, en Europa en general, los cocoños no te persiguen por ahí armados con una pistola. Suele ser gente con espíritu deportivo que, como mucho, te desafía con la mirada. Lo más normal es que ni te conozcan, o que pasen de ti olímpicamente. Pero en Estados Unidos... jodó. Allí cualquier cocoño guarda en su mesita de noche un revólver para matar comunistas el 4 de julio y luego lo que se tercie. Los hay que están muy pirados. Allí, más que en ningún sitio, conviene mucho conocer a los "Homo antecessor" por si las moscas.




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