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Llegando a Belfast el guía nos aseguró que tendríamos la tarde libre para conocer la ciudad. Que haríamos una panorámica general desde el autobús y luego, ya instalados en el hotel, podríamos pasear libremente por sus calles.
- Ya sé que parece una ciudad chunga -nos dijo, porque había calado nuestras expresiones- pero en realidad es muy segura porque hay cámaras por todas partes y la “Garda” patrulla de continuo.
Su discurso, la verdad, no sonaba muy tranquilizador, pero yo estaba como loco por patear los sitios que conocía de las películas. El muro de Bobby Sands, concretamente, lo llevaba subrayado en la libretita. No podía irme de Belfast sin visitarlo. No después de haber leído tantas cosas sobre Irlanda del Norte. No después de haber visto “Hunger” con Michael Fassbender haciendo de Bobby Sands.
Pero luego todo se torció: el otro guía estaba loco de atar y nos dio cien vueltas innecesarias por el tráfico de Belfast. Llegamos tan tarde al hotel que ya se nos juntó el check-in con la hora de cenar, siempre tan temprana en esos países irredentos. Cuando terminé el postre apenas quedaba un soplo de luz natural, y la idea de internarse de noche por los barrios católicos -que desde el autobús parecían algo así como el gueto de Varsovia- sonaba a misión descabellada y casi suicida. Quedaba la mañana siguiente, sí, pero a las siete y media tocaban diana para llevarnos al museo del Titanic y luego a la Calzada del Gigante.
Después de cenar no subí ni a la habitación. Con la misma ropa bonita que me ponía en los comedores por si ligaba con alguna co-excursionista me lancé a la calle con el Google Maps en la mano. El muro de Bobby Sands, para mi suerte, sólo estaba a dos kilómetros del hotel: veinte minutos de caminata entre descampados, casas baratas y pasarelas con alambradas. Por el camino, ya de noche cerrada, me crucé con varios chicos encapuchados y me entro un poco de acojone. Luego descubrí que todos iban y venían de un badulaque abierto 24 horas en medio de la nada.
Y al final del camino, en efecto, iluminado por una farola estratégica, el muro de Bobby Sands. El premio a mi espíritu aventurero. Y mi homenaje particular.
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