El conde de Montecristo

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1. No sé si “El conde de Montecristo” es una buena adaptación de la novela. Yo la leí hace casi cuarenta años en un alarde de pre-adolescente repelente y apenas recordaba nada de la historia. Sólo dos cosas: que el conde se vengaba de tres hijos de puta muy notables que lo habían enviado al presidio de If y que allí conocía a otro preso barbudo conocido como el abate Faria: un presbítero que lejos de seducirle para el contacto carnal le convertía en un hombre de provecho y en un millonario como de diputado corrupto del PP.

Además, una película es una película, y un libro, un libro. Es como querer comparar el culo con las témporas. Me da, en todo caso, que aquí hay algo que falla porque la película dura casi tres horas y hay tramas que están mal contadas y otras que avanzan con unas elipsis que te dejan descolocado. 


2. Hace un mes, precisamente, en una comida con los amigos, hablábamos de esos indecentes que al salir de la cárcel tienen asegurado un fortunón escondido en una cuenta de las islas Caimán o en cualquier otro paraíso equivalente. 

Hablábamos -presuntamente, of course- de Luis Bárcenas, al que alguien sacó a colación porque le acababan de conceder la libertad condicional y sabía que a los rojos presentes en la mesa se nos iba a atragantar el pulpo a feira si no bebíamos rápidamente un sorbo de vino blanco. Menudo hijo de puta... El Bárcenas, presuntamente, insisto, y el gracioso, los dos.

La mesa se dividió entre los que pasarían gustosamente por la cárcel si a la salida les esperaban muchos millones y los que jamás querrían vivir una experiencia tan arriesgada y tan poco edificante. Yo, por supuesto, era de los primeros. ¿Unos pocos años en una celda como ésas que disfrutan los ladrones del PP – a todo lujo y non-consensual-sex-in-showers-proof- a cambio de dos vidorras llenas de placeres, la previa y la posterior? ¿Dónde hay que firmar? 

Pero insisto: hablábamos de esas celdas que son como habitaciones de un Parador Nacional, no el agujero infecto donde el pobre Edmundo Dantés -iba a escribir Leonardo, madre mía- masticaba su venganza y afilaba su odio viperino.





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