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Juno

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La madurez no se adquiere con el tiempo. O viene de serie o ya no viene. Ni se puede sintetizar en los ribosomas ni se puede adquirir en la farmacia de la esquina. La madurez tiene que ver más con el ADN que con las experiencias. De hecho, todo tiene que ver más con el ADN que con las experiencias...

Juno, por ejemplo, con solo dieciséis años, demuestra ser más madura que muchos adultos que la rodean. Una vez soltada la bomba de su embarazo, conocerá a gente comprensiva y dialogante, pero también a varios hombres superados y a unas cuantas mujeres gilipollas. Y viceversa. Juno es una irresponsable que no tomó medidas anticonceptivas en el momento de la fiesta, pero luego, si hablamos de enfrentar el destino con responsabilidad, no hay muchos que la ganen en ese villorrio americano donde la vida transcurre a una velocidad muy confortable. 

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Recuerdo que en los maristas de León jamás nos dieron una charla sobre educación sexual. Hablar de sexo era pecado y además no hacía ninguna falta. El riesgo de dejar embarazada a una alumna era exactamente del 0% porque no había alumnas en nuestra cárcel de la cristiandad. Nuestro experimento pedagógico fue el último coletazo del medievo.

En nuestra grey sólo había un par de elegidos para la gloria que tenían novia desde los catorce años, allá extramuros, y que iban pasando trabajosamente de las palabras a los hechos. Conquistando el sexo milímetro a milímetro. Dos héroes, sí, dos referentes, a los que teníamos más admiración que envidia cochina. Los demás llevábamos en la frente la marca de Jesucristo. Éramos medio bobos y además lo parecíamos. Ninguna chica de los institutos circundantes hubiera querido tocarnos el cilindrín. Y mucho menos introducírselo en la vagina aunque solo fuera por curiosidad, como hizo Juno con su novio. Fue entonces cuando los chulos y los imbéciles nos cogieron la delantera y ya jamás les hemos alcanzado.





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Tully

🌟🌟🌟🌟

(Todo lo que viene a continuación es un gran spoiler)

Lo que vienen a contar Diablo Cody y Jason Reitman en Tully -tirando de sarcasmo o de ternura según la ocasión- es que si tienes dos hijos pequeños, un bebé recién nacido, una casa que limpiar y un ajetreo de recados que atender, y tu marido nunca te ayuda porque se pasa el día trabajando fuera, y cuando llega a casa, después de devorar la cena que le has hecho con todo el mimo, o a toda hostia, según el talante con que te pille, se pone a jugar a los marcianitos con sus cuarenta añazos tumbados sobre la cama, y tú le suplicas con la mirada, con indirectas, con vaya día que llevo, cariño, no te lo puedes ni imaginar, pero el tipo no se da por aludido y sigue con los auriculares puestos y el mando de la Play en las manos, y por la noche tienes que levantarte cinco veces para calmar los lloros del bebé mientras él ronca plácidamente su sueño de marido proveedor, entonces, quizá, llegados a ese punto de desgaste, de desaseo personal, de domicilio cochino, de estrés emocional, de depresión inminente, de toma de conciencia de que esto no era el matrimonio prometido, el destino cacareado, quizá, tal vez, la única solución para que tu hombre se dé cuenta de tu ruina y tu desapego, de tu desamparo como mujer y como ama de casa, es volverte loca de remate, adentrarte en la esquizofrenia, crear una amiga imaginaria que eres tú misma a los veinte años e irte con ella de copichuelas a los bares de Nueva York, tan guapísimas las dos, cada una en su estilo, la jovencita y la MILF, a darse una alegría en el cuerpo si no hay mucho gañán en la barra del bar, y luego, al volver a casa, con las dos copichuelas ya citadas recorriendo las arterias, pegarte un buen hostión con el coche para curarte la esquizofrenia de un solo golpe -como Edward Norton se curó la esquizofrenia en El club de la lucha a fuerza de hostias- y yacer desamparada y herida en la cama del hospital para que tu marido -al que sin embargo quieres, porque es verdad que fuera de casa trabaja lo indecible y es un padrazo con los niños- tome conciencia de golpe del profundo desengaño que te carcomía por dentro, y poco a poco, día a día, vaya haciendo el esfuerzo de parecerse a ese “nuevo hombre” que llevan años anunciando las revistas para mujeres pero nunca acaba de llegar, como nunca llegó el Superhombre de Nietzsche, ni el Ser Flotante del año 2001, a no ser uno de esos cónyuges tan cucos y tan prácticos que sólo se crían en los países escandinavos, o en ecosistemas muy reducidos de los países civilizados, casi una especie exótica a la que habría que animar a reproducirse como los osos pardos, o los linces ibéricos.





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