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1. Después de tres temporadas perpetrando el mal en el barrio de Belgrano, en Buenos Aires, Eliseo Basurto ha sido admitido con todos los honores en el Club de Malos de la Historia de la Televisión. Allí, recostado en sofás de lujo y atendido por camareros que le sirven los mates al instante, Eliseo sigue tramando sus planes junto a personajes ya inolvidables como Falconeti, J. R., Héctor Salamanca, Moff Gideon, Tony Soprano, Marlo Stanfield, Newman el vecino de Seinfeld y Calígula el tío de “Yo, Claudio”.
2. Para ser un actor genial como Guillermo Francella hay que tener talento y trabajar mucho, no lo niego. También tener mucha suerte en los comienzos. Que te den la oportunidad y saber aprovecharla. Pero sobre todo hay que nacer con esa jeta. Que los genes te otorguen el don del fenotipo. La cara de Francella lo mismo te sirve para hacer de Jesucristoo perdonado por Poncio Pilatos que para encarnar a tipejos sociopáticos y despreciables como Eliseo Basurto. Son, sobre todo, sus ojos azules... Ya dice la letra de “N’a veira do mar” que “ojos verdes son traidores y azules mentireiros”, o por lo menos contradictorios, juguetones, muy falsos cuando hace falta.
(Claro que esto lo digo yo, que los tengo tan oscuros como mi alma pecadora).
3. Si algo nos ha enseñado la vida es que hacer el mal siempre tiene premio. Los que hacemos el bien -más o menos, quiero decir, sin heroísmos y tirando con lo nuestro- no hacemos el mal porque no nos sale de dentro, porque no va con nosotros, pero no porque tomemos una decisión consciente que nos santifica. Somos, más bien, pobre gente. Unos auténticos desgraciados. Jamás podríamos ser como Eliseo Basurto aunque quisiéramos. Para eso hay que nacer. Eliseo es un malo inteligente, concienzudo, implacable. Un puto genio. Un auténtico hijo de puta. Por eso al final de la tercera temporada recibe el premio de una recepción oficial en la Casa Rosada. Los que mandan ahora en Argentina ya se han fijado en él y en sus métodos. Es carne de su carne. ¡Viva la libertad, carajo!