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Eliseo, el encargado, es un hijo de puta. Pero es nuestro hijo de puta. En la lucha de clases él combate a nuestro lado, en el batallón latinoamericano.
Es verdad que Eliseo es un
truhan, un trapacero, un mentiroso compulsivo. Un personaje con un punto repulsivo
e inquietante. La gente con ojos claros puede salirte por
cualquier lado porque no hay una sola verdad estable en su mirada. Gollum, por ejemplo, al que Eliseo se da un
aire en sus soliloquios desquiciados, tenía los ojos tan azules como el Río de la Plata.
Eliseo asesinaría a su madre con tal de salirse con la suya, que es, en este caso, conservar su puesto de trabajo. Pero nosotros estamos con él a pesar de sus tropelías. Él es nuestro hombre en Buenos Aires. Nos reímos mucho cuando putea a sus vecinos acaudalados; a esa gentuza que todos los días pasa por delante de su portería saludando con desdén, o sin saludar siquiera, camino de engañar a los incautos o de malpagar a sus empleados.
Eliseo es el encargado de mantenimiento del edificio: un parto bien aprovechado que lo mismo te abrillanta el suelo que te cambia una bombilla o te soluciona un problema de cucarachas. Eliseo es un hombre de verdad, no como yo, ni como esos pijos de mierda. Un currante que sabe hacer de todo pero cobra una miseria y vive en el altillo del edificio, como aquel mangante de la 13 Rue del Percebe.
Eliseo es tan inteligente
que parece inconcebible que no haya amasado otra fortuna estafando a los
bonaerenses. Que no viva en uno de esos
pisazos que él solo visita para hacer la chapuza correspondiente. T., que veía la
serie a mi lado porque echa de menos aquellos acentos y porque Guillermo
Francella le sulibeya los instintos, dice que seguramente le falta perseverancia
en la maldad. Yo, por el contrario, pienso que Eliseo es feliz así, con lo poco
que tiene, tan solitario en su azotea que se cree el amo del castillo. Para
ser rico hace falta nacer en la estirpe o poner voluntad, y a Eliseo le basta con reírse de ellos a la
puta cara, con esa jeta tan simpática como abofeteable.
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