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La sustancia

🌟🌟🌟


Yo también he probado la sustancia. Soy uno más de sus muchos damnificados. Todo empezó con una mujer que surgió del Tinder más inaccesible, allí donde sólo se escucha el eco de tus propias solicitudes. Para mi sorpresa hicimos match, se dijo interesada por mis huesos y lo primero que pensé es que se trataba de una broma. O de un boot lanzado desde Moscú. O, como sucede casi siempre, de una prostituta que te pide dinero en la tercera línea de diálogo y luego desaparece tras denunciarla.

Pero esta mujer -altísima, rubísima, con un cuerpo de escándalo para los cuarenta y muchos que declaraba- se quedó a vivir en mi teléfono, acampada durante días para insistir en la veracidad de su interés.

En la primera cita descubrí -no sin sorpresa- que ella era tan atractiva como salía en las fotografías. Algo no cuadraba. Pero hubo sexo del bueno y palabras que empezaron a cuajar... Yo medio me lo creía y medio no. Max, mi antropoide interior, se lo estaba pasando pipa y yo no quería aguarle la fiesta de pijamas. Una mujer así sólo nos iba a suceder una vez en la vida, y además ella decía que yo le gustaba por mi intelecto.

Un fin de semana la noté rara. Distante. “Estoy decepcionada contigo”, me dijo. Empezó a echarme en cara que no me perfumaba lo suficiente, que no me gastaba en ropa el dinero necesario. Que con un afeitado y una ducha diaria no bastaba para estar presentable. Me dijo, finalmente, olvidada ya mi belleza interior, que si quería permanecer a su lado yo tenía que tomar... la sustancia. De lunes a viernes podía ir de andrajoso por la vida, pero el fin de semana, antes de que ella llegara de su tierra, yo tenía que ponerme la inyección para ser otro y alcanzar a su lado todos mis sueños del amor.

De lunes a viernes, el funcionario Rodríguez; de sábado a domingo, Pier Luigi Fuckerini.

Durante un año yo también viví duplicado y al mismo tiempo partido por la mitad. Álvaro desconfiaba de Pier Luigi y Pier Luigi me tomaba por un imbécil integral. Se odiaban. Sufrí. Me dije de todo. Aguanté todo lo que pude. Tardé mucho en ponerme la inyección anulatoria, pero al final me salvé. Otros tuvieron menos suerte. Y me quedé solo, claro.



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