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El clan de hierro

🌟🌟🌟🌟


He de confesar que yo también fui espectador de lucha libre cuando se puso de moda con Héctor del Mar. Pero no por gusto, sino obligado por la paternidad. Me pasó lo mismo con “Hannah Montana” o con las secuelas interminables de Harry Potter. Si tu hijo se aficiona a algo que no te gusta no te queda más remedio que adherirte. O eso, o anticipar el tiempo de la distancia, de la disociación definitiva de los placeres. 

Los padres responsables tenemos que tragar con las desviaciones culturales de nuestros retoños. No queda otra. Hay que apoyarles con nuestra presencia en el sofá. No jalearles -eso tampoco- si el espectáculo no nos agrada, pero al menos hacerles ver que nos importan sus gustos aunque sean tan horripilantes como el wrestling de los yanquis: una patochada en el fondo inofensiva pero también una suprema majadería que nunca terminaré de entender: el amaño, la farsa, la avidez violenta de algunos espectadores.

(Recuerdo al padre y al hijo una mañana en el Rastro de Madrid, buscando en la plaza del Campillo el último cromo de una colección que incluía a los luchadores más famosos del momento: el Enterrador, John Cena, Randy Orton, Hulk Hogan... Ya no recuerdo aquel cromo en concreto, pero sí aquellos nombres que siguen resonando en mi memoria como si fueran de la familia).

“El clan de hierro” no me interesaba por lo que tiene de wrestling y de América Profunda, sino porque habla de la maldición del apellido. Y yo creo mucho en esas cosas. Es verdad que la familia Von Erich tiene una maldición muy jodida de sobrellevar: la que llevó a cuatro de los cinco hermanos a suicidarse por causas dispares y al parecer irremediables. Pero no hay familia en el mundo que no lleve su tara más o menos incapacitante, su limitación fundamental. Los Simpson son el ejemplo más conocido. De los Borbones no te digo nada... 

Yo mismo, en la provincia, llevo encima la antigua maldición de los Rodríguez, que consiste en que lo de dentro nunca casa con lo de fuera. El fenotipo siempre está en las antípodas de las intenciones.

También llevo encima la maldición de los Martínez, por supuesto, pero todavía no sé en qué consiste porque a esa rama familiar la tengo muy poco tratada.



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Pam & Tommy

🌟🌟🌟🌟


Hasta hace un par de semanas yo era uno de los pocos que no conocía el famoso vídeo de Pamela Anderson y Tommy Lee. Un ignorante lamentable. Estoy en el mundo pero es como si lo flotara, como si nunca posara los pies en el suelo. Solo en la hierba de los campos de fútbol... No veo la tele, ni leo las revistas, ni trato con nadie que me ponga al día de estas cosas. Alguien que me baje de  esta vida mía de pájaros virtuales, a demasiados metros de altitud. Vivo muy apegado al barro para unas cosas y muy distante para otras: así soy yo. El ermitaño de la tontería. Llevo años en una cueva de Tora Bora donde solo entra la “prensa seria” y la actualidad del Madrid, y las películas donde el nombre de Pamela Anderson jamás saldría en los títulos de crédito. Llámenlo elitismo, o estrechez de miras.

Pero tampoco vayamos a exagerar: antes de ver la serie sí sabía quién era Pamela Anderson Pero vamos, muy de lejos, apenas una referencia en el folklore americano. Jamás vi un episodio de “Los vigilantes de la playa” porque sus pechos no aguantaban toda la memez que alimentaban. Yo, de Pamela, solo conocía eso, sus pechos descomunales. Una ceguera úbrica, y lúbrica. Ni siquiera hoy podría ponerle una cara que no fuera la de esta actriz que la interpreta.  Magistralmente, creo.

Tampoco sabía, puestos a no saber, que Pamela había estado casada con un rockero llamado Tommy Lee que era el batería de un grupo de nombre indescifrable, y de música inescuchable. Pero es que ni pajolera, vamos. Y visto lo visto, tampoco creo que me haya perdido nada: Pam y Tommy son dos descentrados, dos personajes insufribles a los que íntimamente deseas que todo les vaya mal en la vida, aunque la serie se empeñe en susurrarte lo contrario.

Bueno: todo no, porque lo del vídeo les pasó a ellos como le podría suceder a cualquiera. Cualquiera que se autofilme, claro. Yo sería feliz si a Pam y a Tommy les frieran a impuestos revolucionarios. Eso sí; pero esto no. Esto otro es inadmisible. La serie va de la pérdida de la intimidad que vino con internet. Y todos -ricos y pobres, tontos y listos- tenemos una intimidad.



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