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Frankenstein

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Todos estamos hechos de trozos de cadáveres, como Frankenstein. Lo que pasa es que nuestras piezas provienen todas del entorno familiar: la nariz del abuelo, las manos de la bisabuela, las cejas pobladas del padre que ya falleció... Los muertos reviven en nosotros gracias al hilo invisible del ADN, que recose sus despojos.

El ADN es el verdadero protagonista de la vida: el que supera las generaciones y nos utiliza como vehículos. Nos creemos la pera limonera y no somos más que las carcasas que los contienen, y los preservan. Y si tenemos suerte en el amor, los traspasan. Richard Dawkins es el autor imprescindible que te cambia la manera de pensar. El otro es Tywin Lannister, el hombre sin escrúpulos que recordaba que lo importante no es el nombre, sino el apellido. O lo que es lo mismo: tú no importas una mierda, sólo lo que dejas en el mundo.  

Los cadáveres son las jeringuillas desechables. Las fases iniciales de un cohete lanzado a la aventura. La cáscara dura de la semilla. Lo realmente valioso es eso pequeñito que viajaba en el interior. El ADN es la hostia: forma nuevas criaturas sin dejar costurones en la piel. Es mucho más armonioso que un corta y pega de laboratorio. El ADN es información pura: el manual de instrucciones que nos recompone con los vestigios del pasado. “Todos somos Frankenstein”: jamás he visto esa campaña solidaria en los foros de internet. 

El ADN es maravilloso, pero no infalible. Por eso no me atrevo a llamarlo divino. A veces es un cirujano tan chapucero como Víctor Frankenstein. Junta los trozos sin armonía, sin sentido de la estética, como si no tuviera nueve meses para pensárselo, y produce seres humanos que lo tienen muy jodido para luego reproducirse. Es entonces cuando decimos que el ADN atenta contra sí mismo. ¿Quieres preservarte y construyes una máquina que no encuentra comprador en las redes del amor? 




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X

🌟🌟🌟


He vuelto a picar... Cada cierto tiempo aparece una película de terror que la crítica eleva a la categoría de “original”, de “distinta”. De “viento fresco del género”. La renovación tantos años perseguida... Y yo, que quiero creer, que en el fondo soy un hombre de fe, la busco ansioso para reengancharme, para salir de esta rutina de amores entre franceses y de comedias entre americanos. ¿Por qué no, me digo, poner una película de terror esta noche?  Además, el terror también tiene su miga existencial, psicoanalítica si me apuran: los miedos profundos, y la barbarie escondida. Los aterrados y los aterradores no dejan de ser seres humanos con sus peculiaridades y sus tormentos. La cosa sexual, y los traumas, y las pedradas como rocas de Yellowstone.

Pero luego te pones en el sofá, o tumbadito en la cama, y nada: es lo mismo de siempre. No ves el hecho diferencial que tanto entusiasmaba a los críticos. No sé: supongo que les pagan por decirlo, o que se dejan llevar por la emoción de una nadería diferente. Quizá les sulibeya que el susto tarde un poco más en llegar, o que la cámara enfoque desde una esquina insospechada, o que las vísceras humanas parezcan más realistas que en otras matanzas del recuerdo. Detalles, en todo caso. Pijadas. Variantes ínfimas de los mismos crímenes perpetrados en la casa del bosque. La soledad amenazante y el silencio de los pájaros. El Cletus de turno que ve demasiados predicadores luteranos por la tele. “El pecado ya está aquí, hermanos...”

Espero que las alabanzas a “X” no vengan por el lado morboso de la película porno que rodaban sus personajes. Eso sería como regresar a los años setenta, a las películas de Esteso y Pajares. ¿Todo este entusiasmo  por un par de tetas? ¿Por un par de un par de tetas? Vamos, hombre... Y que no me digan que “X” está inspirada en “Viernes 13” porque es tal cual “Viernes 13”, parte no sé cuántas. No sale Jason, pero para el caso nos da igual.






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