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Crematorio

🌟🌟🌟🌟🌟

1. El pueblo valenciano, en las últimas elecciones autonómicas, volvió a gritar "¡Vivan las "caenas"!". Lo suyo es como una tara, como una tontuna electoral. También es verdad que yo vivo en Castilla y León y no puedo hablar demasiado alto. 

Los valencianos prefieren que les gobierne esta gentuza de “Crematorio” antes que la gente (más o menos) decente que vela por el equilibrio. Ése es el trasfondo fatal de la democracia: que la gente es imbécil del culo y por tanto manipulable. Si la democracia no funcionara, los constructores ya la hubieran demolido. Al votante se le puede comprar, engañar, conducir por el carril... A fin de cuentas, ganado. 

Es verdad que esta gentuza dice lo mismo cuando ganan nuestros partidos, pero usted y yo sabemos que no hay punto de comparación. Cuando Vargas Llosa dice que hay que “votar bien”, se refiere a que hay que votar a políticos corruptos que sostengan a gentuza como Rubén Bertomeu y toda su puta familia. 

2. En “Crematorio” no se salva nadie. Ellos son todos unos cabronazos, y ellas todas unas putas cegadas por el dinero. Sólo el personaje de Collado merece un momento de compasión, porque quién, ay, no se ha enamorado alguna vez de una prostituta que le utilizaba... 

Y cuando digo prostitutas no me refiero sólo a las que viven esclavizadas y maltratadas en un burdel. Puta es un concepto muy amplio. Algunas han llegado a ser alcaldesas o presidentas de comunidad autónoma. 

3. ¿He dicho que no se salva nadie en "Crematorio"? Se me olvidaba el señor Cubells, my hero, el último mohicano que defiende su casita en la playa a punta de escopeta. ¿Hasta cuándo vamos a aplazar el homenaje, la estatua de bronce erigida por suscripción popular que sin duda se merece?

4. Las feministas del año 2011, cuando se estrenó “Crematorio”, abogaban por un cine en el que a cada par de tetas en pantalla le acompañara la polla de su amante. Era lo justo y yo comulgaba con ellas. En “Crematorio” hay un par de desnudos femeninos históricos, de los que ya no volverán. Pero no hay contrapartida masculina y yo aplaudo que se quejaran. Luego vino el #MeToo y con él las feministas almorávides. Su solución fue que ya nadie se desnudara. La cosificación y todo eso... Las monjas salieron de los conventos y asaltaron la política. 




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Pájaros

🌟🌟🌟


Antiguamente estas películas se llamaban “vehículos de lucimiento”. Ahora no sé. Seguramente será algún nombre en inglés: “stars meeting”, o “lighting vehicle”. Pero vamos, es lo mismo: juntas a un par de actores de moda y les metes en una trama improvisada para que luzcan en pantalla, recauden en taquilla y luego se paseen por algún festival a ponerse ciegos de marisco. 

En los últimos días he topado con varios “vehículos de lucimiento” en mi ordenador. Voy a tener que abrir una carpeta con ese nombre para ordenar el tráfico. Ayer fueron Matt Damon y Cassey Affleck en “Los instigadores”, que vaya puta mierda de película. Mañana, o tal vez el jueves, porque hay Champions en la tele, serán George Clooney y Brad Pitt luciendo palmito en “Wolfs”. La veré, sin duda, pero siendo heterosexual estricto -una minoría antropológica en vías de extinción- a "Wolfs" no le encuentro mayor gracia que asistir al homenaje del señor Lobo, aquel resuelve-asuntos de “Pulp Fiction”.

La otra noche, porque había fútbol de la Selección y Broncano empezaba a las tantas de la noche, me puse a ver, un poco a la defensiva, “Pájaros”, que es el “duelo interpretativo” -también se llamaban así- de dos actores que no son precisamente George Clooney ni Brad Pitt, pero que también resuelven lo suyo cuando salen en pantalla. Ahora mismo, como decía mi abuela, Javier Gutiérrez y Luis Zahera son el perejil de todas las salsas. No hay película española que no cuente con alguno de los dos, así que era lógico que al final sus trayectorias terminarán cruzándose como estrellas en el cielo. O como pájaros que emigran. 

“Pájaros” no está mal, pero tampoco está bien. Es una road movie que atraviesa Europa de Valencia a Costanza. Casi de Algeciras a Estambul. Y no todo es road: también hay barcos por el Danubio. El objetivo de las “road movies” es que los personajes cambien con el viaje; que descubran algo muy importante sobre sí mismos. Que regresen cambiados al hogar o se instalen en un nuevo futuro prometedor. Nunca me lo creo. Nadie cambia. O sí, pero sólo unos minutos. No sé... Este verano yo mismo me pegué una panzada de kilómetros por Irlanda y sigo siendo el mismo de siempre. 




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Formentera Lady

🌟🌟🌟


Hubo un tiempo en que yo, como José Sacristán en la película, también soñé con ser farero y perderme en una isla lejos de los hombres, y de las mujeres. De todas menos una: la que habría de ser mi compañera de aventura y mi colega en el exilio.

Soñaba con vivir en un acantilado que distara varios kilómetros del pueblo más cercano. Recorrerlos en bicicleta solo cuando necesitara alimentos o medicinas. Tenía hasta un sitio escogido, en la costa asturiana, donde el faro ya era eléctrico y no necesitaba más que una revisión periódica de un técnico motorizado. Lo mío, en aquel paraje brumoso y siempre azotado por las olas, ya era el sueño de un imposible. Pero cuando llegaba el verano yo me entregaba a él como quien se entrega a un sueño reparador que le ayuda a proseguir.

Hubo un tiempo, sí, cuando los fareros todavía eran profesionales que vivían en sus faros, como señores altaneros y encastillados, en el que soñé con llevar la misma vida -exacta, calcada, como si me la hubieran robado mientras dormía- que empujó al personaje de José Sacristán a perderse en la isla de Formentera. De hecho, en la película, José Sacristán conduce un Land Rover con matrícula de León, y es como si me hubieran plagiado hasta la procedencia provincial. Demasiada casualidad, pensé, que este hippy proceda de unas tierras tan poco dadas a salirse por la tangente o a vivir en la marginalidad.

Yo también soñé -y aún sigo soñando, pero ya es un sueño dentro del sueño- con vivir al lado del mar junto a una mujer igual de aventurada y despegada de los hombres. Bajar con ella dos veces por semana al tumulto de la civilización, a socializar en las terrazas para no terminar convertidos en dos gorilas en la niebla. Y al poco, hastiados ya del contacto con los demás, con los amigos ya saludados y las cuentas ya aclaradas, regresar a nuestro refugio para entregarnos como dos bonobos a los amores tórridos o tempestuosos, lánguidos o sudorosos, según las épocas del año y los vaivenes de la salud.





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