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Larry David. Temporada 11

🌟🌟🌟🌟🌟

Solo conozco a una persona -in person, quiero decir- que se haya reído alguna vez con las ocurrencias de “Larry David”. Es mi amigo de La Pedanía, y quizá por eso, entre otras cosas menos importantes, sigue siendo mi amigo. Él no es un entusiasta como yo,  pero a veces se asoma a la serie porque le doy mucho la matraca y porque sé que tiene una suscripción a HBO Max -o como demonios se llame ahora. 

Yo sería capaz hasta de tomarme un café con un facha ayusista, sólo si me dijera que también se descojona con Larry David. Alrededor de nuestro gurú se admiten todo tipo de especímenes. Yo mismo, que soy un bolchevique durmiente, un soldado del Ejército Rojo que espera la orden de encaramarse a la Moncloa con una bandera tan roja como mi sangre, me parto el culo con las andanzas de este millonario cuyas máximas preocupaciones en la vida son pillar hora en los restaurantes de moda, jugar al golf con los amigotes y encontrar su jersey preferido en la boutique más cara de Los Ángeles. 

El camarada Lenin, hace cien años, hubiera deportado a Larry David a Siberia, o lo hubiera hecho ejecutar en la cheka de Moscú. Pero ahora que los comunistas nos hemos vuelto gente civilizada, podemos empatizar con algunos cerdos burgueses y no sentirnos culpables por la desviación. Hasta el camarada Lenin hubiese entendido que Larry David no se ha hecho millonario, sino que hemos sido nosotros, los proletarios, los que le hemos hecho millonario a cambio de hacernos reír y de regalarnos la mejor serie de nuestra vida. 

Una vez, hace años, mi madre vino de visita por La Pedanía y vimos juntos un episodio de “Larry David”. Me dijo que el personaje le daba tanta vergüenza ajena que no lo podía soportar. Otra vez le puse un par de episodios a una amante que tuve y no se rio ni una sola vez. Es más: arrugaba el morro todo el rato. Yo pensé: "Esta chica no me conviene". Y ella pensó: "Estos dos son gilipollas".

¿Y mi hijo, por ejemplo, de Larry David?: nada, ni por el forro. ¿Y las otras amantes que vinieron después?: tampoco nada, pero ya por decisión propia, porque Larry y yo tenemos algunos parecidos inquietantes que dicen muy poco a nuestro favor.



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Doctor en Alaska. Temporada 1

🌟🌟🌟🌟


En 1999, nueve años después de que el doctor Fleischman se afincara en Alaska contra su voluntad, yo me afinqué por voluntad propia en estos pagos también perdidos de La Pedanía, tras pedir plaza en el concurso de traslados. Iba a ser un destino transitorio, una estación de paso a la espera de regresar a mi patria de León, como Fleischman esperaba regresar lo antes posible a su guarida de Nueva York. Y ya ves tú, el destino, cómo me la tenía reservada...

La sensación que tuve al aterrizar aquí fue muy parecida a la que tuvo el doctor Fleischman en el primer episodio de la serie, al descubrir Cicely a la vuelta de un recodo: saberse de pronto en el culo del mundo. Un entorno de gran belleza natural, sí, pero poblado de gentes muy ajenas a la idiosincrasia personal. Un mundo endogámico y particular, casi impenetrable, centrado sobre todo en la cosa agropecuaria, en el bricolaje hogareño y en el trasiego de alcoholes en los bares repartidos por el pueblo. 

Si el doctor Fleischman camina por los senderos de Alaska con un palo de golf porque echa de menos la vida civilizada de Nueva York, yo, por La Pedanía, en esta 24ª temporada de mis andanzas -porque mi serie nunca fue cancelada por culpa de una enfermedad o de un nuevo traslado- sigo yendo por ahí con un libro en la mochila por si me paro en un parque o en la terraza de un bar. Y un libro, en La Pedanía, es un artilugio tan estrambótico y tan fuera de contexto como un palo de golf entre las montañas y la taiga.

Hay, por supuesto, muchas diferencias entre el doctor en Alaska y el maestro en La Pedanía. Y en casi todas salgo perdiendo... Aquí, por ejemplo, no hay avionetas que piloten señoritas tan guapas como  Maggie O’Connell. Y mi clima, sin duda, es mucho más insoportable que el de Alaska. La Pedanía es un trozo de trópico que algún conquistador trajo de África o de Sudamérica y ya nunca más quiso devolver. Ýo hubiera preferido el exilio casi polar del doctor Fleichsman, entre fríos y nieves, abetos y osos grizzlies, para vivir como un semi-ermitaño en una cabaña de madera.



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