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Cuentan las crónicas que el declive del Imperio Romano
comenzó con el desenfreno sexual, y la disgregación de la familia. Con la cuchipanda
bajó la natalidad, y las legiones, despobladas de canteranos, ficharon
mercenarios que ya no combatían con el mismo ardor. El símil futbolístico me
viene al pelo. También hay crónicas que afirman justo lo contrario: que fue el declive,
preexistente, el que alejó a los romanos de los dioses, y les incitó al placer
de fornicar antes de que los bárbaros irrumpieran por las fronteras. Quién
sabe... Hace mucho tiempo de todo aquello, y puede que en realidad fueran las
dos cosas entrelazadas.
Denys Arcand, en “El declive del Imperio Americano”, quiere
hacer un paralelismo entre la caída de los romanos y la caída de los
norteamericanos, y pone en escena a cuatro burgueses y cuatro burguesas del
Canadá que se pasan la película acostándose entre sí, o deseándose entre
bambalinas. Hablando de fantasías sexuales con los amigos y con las amigas. Soñando
con los nuevos polvos que vendrán y añorando los viejos polvos que ya fueron.
La película de Arcand no va de geopolítica, como se ve. Es puro sexo verbal.
Hay un personaje que sostiene que el mundo occidental está a
punto de derrumbarse en 1986, una afirmación muy osada, casi de futurólogo, justo
cuando Gordon Gekko se forraba en Wall Street, los rusos hacían cola en las
panaderías y la familia Bin Laden era amiga íntima de los tejanos del petróleo.
Si hubo un momento de gloria americana, económica y militar, fue justamente ése,
1986, cuando Ronald Reagan era el Trajano de los suyos, un sociópata en la cumbre
de su imperio.
Denys Arcand se refiere, digo yo, a que los viejos valores ya
estaban en derrumbe, y que los occidentales, liberados de la religión y la
tradición, ya no encontraban cortapisa ninguna al vicio de amancebarse. Que luego
te dejen o no ya es harina de otro costal. Los hombres de la película, por
ejemplo, aunque se ganan bien la vida y saben cocinar empanadillas, son poco
atractivos, y bastante fraudulentos, pero tienen una labia, y un repertorio,
que ya quisiera uno para sí.
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