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El pueblo de Schmigadoon es, obviamente, la parodia de Brigadoon,
la aldea de la otra película, que volvía a la vida cada 100 años para echarle
un ojo al mundo y luego dormitar. Si en Brigadoon cantaban y bailaban
Gene Kelly y Cyd Charisse, que rompían la pantalla de puro estilosos y
fotogénicos, aquí, en Schmigadoon, bailan como patos, y cantan como
lerdos, una pareja de tortolitos que se perdieron de excursión.
Aunque él y ella son doctores, y del seguro americano, y cobran
un pastón sólo por coserte una ceja, él es medio bobo, y poco atractivo, y ella
medio lista, y poco agraciada. Pero la gracia es ésa: que alguien como usted, y
como yo, que tampoco estamos para tirar cohetes -tú calla, Charlize- salga a
buscar el amor verdadero y acabe atrapado en un pueblo del Far West, y en un
musical de fantasía, donde brota la música del cielo y todos los habitantes se
mueven como bailarines de Broadway, y cantan como triunfitos de la tele. Todo
tan mágico, y tan plasta, y tan insoportable. Y tan cursi... Ya no es sólo el ridículo de la
situación, sino el ridículo de uno mismo, que recuerda, de pronto, las muchas
fiestas a las que fue invitado y permaneció en una esquina con el vidrio en la
mano, inmóvil, cagado de rubor, porque cada vez que cantaba llovía por los
techos, y cada vez que bailaba se carcajeaba hasta el gato, y las chicas
apartaban la mirada.
Schmigadoon, la serie, no es gran cosa: una curiosidad,
los tres primeros episodios, y un incordio, los tres últimos. Pero ha sembrado
en mí la semilla de una idea, de una adaptación al producto nacional. Sería una
comedia musical ambientada en La Pedanía, que es el pueblo donde yo vivo, y que
si no fuera por los coches innúmeros, y por los teléfonos de la gente, también parecería
un Schmigadoon a la ibérica, un Brigadoon del Noroeste, varados en un tiempo como
de película de Berlanga. El prota sería yo mismo, claro, cargado con mis
películas, mis libros, mis aires de cultureta, sobreviviendo al día a día de estas
gentes que no tienen ni puta idea de quién es Gene Kelly, ni Cyd Charisse, ni dónde
queda el Schmigapollas de los cojones.
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