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La vida está aquí al lado,
tras la ventana. Cualquier rincón del mundo contiene el mundo entero y se basta
para comprenderlo. Para diseccionar a los seres humanos no es necesario viajar
a la India de movida espiritual, a ver si nos alcanza la revelación que lo
ponga todo patas arriba. No existe tal cosa. Puede que allí el paisaje sea
diferente y que los mercados huelan a especies y estallen de colores; pero los
seres humanos, aunque disimulen, son exactamente los mismos. No creo que mi
vecino de enfrente sea muy distinto que ese barbudo que medita en la orilla
derecha del Ganges. El misterio antropológico es el mismo allí que en La
Pedanía, o que en Nueva York. Y ni siquiera es un misterio: la gente es rara, y
tiene problemas, y la chapuza reina por doquier. Y el amor verdadero es la
conquista definitiva.
John Wilson, el
documentalista, ha comprendido que a todos nos devoran los pequeños problemas cotidianos.
Si pudiéramos establecer un porcentaje de posesión, como en los partidos de
fútbol, descubriríamos que nos pasamos un 85% de la vida peleando contra
pequeñas incomodidades domésticas y callejeras. Y que solo cuando hemos
resuelto estas cosas -la burocracia, la cita médica, los cacharros, el perrete,
cruzar la avenida... -nos ponemos a pensar en el amor y en la muerte. En el legado
que dejaremos a nuestros hijos, pobrecitos...
Pero John Wilson, aunque
a veces parezca un poco despistado, no pierde el foco de lo sustancial. Él no
olvida que las relaciones son importantes; que el planeta es importante. Que convivir
en paz es una aspiración posible en sociedades civilizadas como la suya
Viendo su extrañísima puesta
en escena he recordado esta cita del “Diario” de Jules Renard: “El exceso de la
sátira es inútil: basta con mostrar las cosas como son. Ya son bastante ridículas
por sí mismas”.
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