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Lo más interesante de la
política no es lo que vemos en los telediarios. Todo eso es una pantomima, un
juego amañado. Los políticos -creo que no desvelo nada- solo son actores en una
obra escrita de antemano. Se limitan a recitar lo que escribió el dueño de los
teléfonos, o el jefe de la gasolina. Ya sabemos lo que van a decir antes de que
hablen, y qué van a responderles sus oponentes desde los escaños. A veces,
cuando no es indignante, te da la risa. La política es una lucha libre en la
que nunca hay hostias de verdad, todo coreografía y gilipollez. Solo los cuatro
políticos honrados que subsisten en cualquier parlamento se llevan las hostias
de verdad, y luego, claro, terminan por dedicarse al cultivo del viñedo, o al
anonimato en su ciudad.
Lo interesante -lo que yo
pagaría mucho dinero por ver- es la política entre bambalinas. Los políticos en
la trastienda. Qué dicen, y qué hacen, cuando se va el periodista, cierran la
puerta, se aflojan las corbatas o las chaquetas cruzadas y se ponen a hablar
con sus asesores, a ver qué tal les fue: si se notó mucho la mentira, si quedó
demasiada clara la impostura, si la gente es tan imbécil como parece o todavía
queda algo de imbecilidad que rascar en las próximas elecciones. Ese es el
espectáculo verdadero que siempre se nos hurta; la verdad cruda de la
democracia que siempre se nos niego. Y que, de conocerla, sería el fin de la democracia
tal como la conocemos.
Solo sabemos de estas interioridades cuando se
filtra a la prensa un audio, o un video, y nos quedamos boquiabiertos no por la
sorpresa, sino por la confirmación palmaria de nuestras sospechas. Es como
pillar a tu amante en pleno adulterio cuando ya sospechabas... Menos mal que a
falta de realidad, de veracidad informativa, tenemos a Armando Ianucci y a sus
secuaces para enseñarnos una trastienda gubernamental que tiene pinta de ser
bastante verídica. Te ríes de la hostia, pero luego caes en una ligera
depresión.
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