El irlandés
Blonde
🌟🌟
“Blonde” es una película muy aburrida. Y que conste que venía advertido. Pero me podía la curiosidad. La figura de Marilyn -vamos a ser sinceros- sigue siendo puro morbo y puro fuego.
Ayer me quedé dormido a la
hora de la siesta, cuando ya llevábamos media hora de experimento fílmico. Y por
la noche, en el segundo asalto a la trinchera, volví a quedarme dormido con
Eddie pegadito a mi costado. No hay caso. He firmado el armisticio y he dejado
esta guerra a medio terminar. Ya está uno hasta las narices -con perdón- de
experimentos fílmicos. Y además son malos tiempos para dejarse las horas con lo
que no llena, con lo que no entusiasma. Hay mucho que ver. Ya hay tantas
plataformas televisivas como plataformas petrolíferas.
Los del Cahiers du Cinéma
dicen de películas como “Blonde” que son “otras formas de narrar”, “visiones
del artista”, “innovaciones de la mirada subjetiva...". Cine que rompe los
esquemas y todo eso. Bah... Patrañas. Memeces. Dicen eso para quedar muy
intelectuales, muy cercanos al misterio. Se creen sacerdotes más próximos a la Verdad
que usted y que yo. Pero son unos fariseos, unos sepulcros blanqueados. Por
dentro seguro que también reniegan, que también se hacen cruces. Pero no lo
pueden remediar: cuando ven una película rara, como rodada por Godard, con
cambios de formato porque sí y cambios de color por mis cojones, descubren una
oportunidad de oro para salirse por la tangente y declarar que ellos han
visto a Dios en la penumbra del cine o del salón. Ni puto caso.
Solo la belleza de Ana de
Armas sostiene los planos y mantiene un poco el interés. Su belleza y su
veracidad, por supuesto, para que no se me enfade mucho Irene Montero. El problema
no es que Ana de Armas no de el pego de Marilyn, que lo da. Se deja la piel y
las lágrimas en el empeño de ser convincente. Y lo consigue. El problema es que esto
es un muermo psicoanalítico; un capricho de “auteur”. Otra decepción del otoño
decepcionante.
Master of none. Temporada 2
🌟🌟🌟🌟
“Master of none” te da una de cal y una de arena. Es una serie
irregular pero maravillosa. Es como una amante tronada, o como un amante
bipolar, que te concede días perfectos y también días insufribles. La felicidad
y la desesperación. La alegría de insistir y el miedo de continuar ¿Compensa?
Pues depende. Eso va en el aguante de cada cual.
“Master of none” es por supuesto una amante que compensa. Si
te saltas los episodios en los que Ansari reparte juego entre personajes secundarios,
o relata la perplejidad de los hindúes, lo otro, que es encontrar a la mujer de
sus sueños, es una sucesión de episodios perfectos que se contemplan con media
sonrisa en la cara y media congoja en el estómago. Es comedia romántica, sí,
pero no es ñoña ni gazmoña. Es muy del siglo XXI. En la búsqueda de Dev hay
parejas que encajan y parejas que no; polvos arruinados y amores casi consumados.
A veces hay cama en la primera cita y a veces la cama se pospone para siempre.
A veces la cama solo llega tras largas conversaciones paseando por Nueva York, que
es como se hacía antes, cuando éramos medio bobos, o románticos del todo, y aún
nos pesaban los tabúes como piedras.
Tinder echa humo en el teléfono de Dev desde que su relación con
Rachel dejó de funcionar. Y dejó de funcionar porque sí, sin razón ni motivo, como
suceden las cosas en los tiempos modernos. Simplemente se cansaron, exploraron
otras vías, les dio miedo dejar de volar. Y eso que volaban juntos. Pero les
dio igual. Ahora todo es muy raro. La oferta y la demanda de corazones ha
creado una economía propia e imprevisible. Ya nunca se sabe. Hoy amas, o te
aman, y mañana el amor ya es imposible porque viene un bostezo o un viento del
sur.
En esta segunda temporada, Dev está enamorado de Francesca, que es una top model italiana que todavía no sabe que es una top model porque su novio la guarda como oro en paño. Modelo y con novio: Dev lo tiene crudo, sí. Pero Dev no se rinde. Él no es Marcello Mastroianni pero tiene otras virtudes. Para empezar que es más más majo que las pesetas. Y con esa primera piedra tratará de construir el edificio de su amor.
Blue Jasmine
Los ricos también lloran… Así se titulaba un culebrón mexicano al que yo me asomaba de chamaco porque Verónica Castro era una mujer de muy buen ver, y además hablaba gracioso.
Huérfanos de Brooklyn
Hay tres tipos de películas de detectives. En las primeras, por las argucias de la narración, el detective va acumulando certezas mientas el espectador permanece in albis, y la gracia consiste en ir pedaleando para no quedarse descolgado como un ciclista gordo, y llegar a la resolución del caso con un ¡oh! de admiración en el resuello. En las segundas, y gracias a las trampas del guion, es el espectador el que camina sobre seguro y va desvelando los secretos mientras el detective -generalmente un panoli, o un cegarato, o un empalmado enamorado de la mujer fatal- va dando palos de ciego y se rasca la cabeza que lleva bajo el sombrero. Aquí la gracia consiste en ir riéndose un poco de él, muy ufanos en el sofá, como comadrejas astutas de toda la vida, hasta que el pavo por fin alcanza nuestra iluminación justo cuando ponen el The End.
Huérfanos de Brooklyn dura demasiado, se pierde en tontacas, se le notan mucho las referencias… Pero al principio sale Bruce Willis, y te alegras un montón con el reencuentro, y luego toda la película la lleva Edward Norton haciendo otra vez de tarado, como en El club de la lucha, y eso ya te predispone para bien, y luego sale Alec Baldwin, que impone, y Willem Dafoe, que ya resucitó tras lo de El faro, y hasta sale Omar, el de The Wire, el cara-rajada, tocando la trompeta como un ángel negro caído del cielo, en el club de jazz. Y si fueran otras, las jetas, la película sería para olvidar nada más terminar este escrito, pero así, con esta pandilla, con estos amigos de toda la vida, uno no acaba de atreverse a dar la tarde por perdida del todo.