Mostrando entradas con la etiqueta George Miller. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta George Miller. Mostrar todas las entradas

El aceite de la vida

🌟🌟🌟🌟

“El aceite de la vida” termina con un mensaje de esperanza entre músicas celestiales. Lorenzo Odone, que se ha librado de la muerte gracias precisamente al “aceite de Lorenzo”, acaba de mover levemente un dedo de la mano. Es un paso enorme para él: un esfuerzo gigantesco de su voluntad, que carece de mielina para ejercer sus funciones. 

La película, que está rodada en 1992, deja en el aire una futura terapia que le devolverá la mielina carcomida por la ALD -adrenoleucodistrofia-, una enfermedad metabólica que deja a las neuronas como cables de cobre sin su recubrimiento de plástico, y que provoca, por tanto, un caos de chisporroteos y conexiones fallidas: la pérdida de la marcha, del habla, de la capacidad de tragar saliva sin ahogarse... La muerte. 

Lorenzo Odone, sin embargo, murió en el año 2008 más o menos como estaba. Según he averiguado en internet, con una leve mejoría comunicacional y poco más. El aceite que lleva su nombre, y que viene a ser una mezcla depurada de aceite de oliva y de aceite de colza, se ha mostrado muy eficaz en las primeras fases de la enfermedad, deteniendo la cascada de síntomas, pero no tanto en los casos ya avanzados. El aceite de la vida sirve para mantener la vida, pero no para devolverla. El matrimonio Odone tenía razón cuando en sus noches más negras asumían que estaban trabajando para curar a los hijos de otros matrimonios, pero no al suyo. 

Lorenzo falleció a los 30 años a causa de una neumonía. Paradójicamente, sobrevivió ocho años a su madre, que murió de un cáncer de pulmón. Y quién sabe si también de un cáncer de los desvelos. El señor Odone, por su parte, médico “honoris causa” gracias a su hallazgo del aceite milagroso, se apartó del mundo tras la muerte de su hijo y pasó los últimos años en Italia, en su tierra natal, para comer tomates de verdad hasta la última ensalada. Me imagino su muerte un poco como la de Michael Corleone en “El Padrino III”, ya muy anciano, con ochenta años, en su patio soleado del Piamonte, desplomándose de la silla en pleno ataque de nostalgia.





Leer más...

Las brujas de Eastwick

🌟🌟🌟


Los hombres atractivos no necesitan tirarse el rollo. No padecen fealdades que haya que compensar con la poesía o con el sentido del humor. La oratoria, por ejemplo, no saben ni lo que es. Pueden conseguir a la mujer que desean sin apenas abrir la boca: sólo para pedir un gintonic o para besar bajo la lluvia. 

Somos nosotros, los pobres diablos como Daryl Van Horne, los que necesitamos darle a la sin hueso para crear un hechizo que dure las horas suficientes. My kingdom for a chance. En ese sentido, los feos del mundo tenemos algo de brujos, de diablillos que enredan y siempre hacen un poco de trampa. Luego hay clases, claro, como en todo: tipos que dominan el arte de la nigromancia y cenutrios que no sabemos sacar ni una paloma del sombrero.

Pero si el diabólico Daryl Van Horne es un merluzo, las tres brujas de Eastwick tampoco salen muy bien paradas de la función. El apego instantáneo que sienten por Daryl no tiene su origen en ningún hechizo verbal ni en ningún enredo de polvos mágicos. Se acuestan con él, simplemente, porque tiene dinero, porque se ha comprado la mejor casa del pueblo y goza de recursos ilimitados para satisfacer desde un capricho culinario hasta el más barroco de los deseos. Si eres un tipo muy feo, pero con pasta, ten por seguro que algunas mujeres como Michelle Pfeiffer se arrimarán a ti por razones ajenas a tu belleza interior y a tu riqueza espiritual.

Dicho todo esto, “Las brujas de Eastwick”, como película, es una suprema gilipollez. Impropia de un artesano como George Miller, aunque él, claro, ganaría una pasta gansa con la bobada. La película sirve, como mucho, para recordar los mecanismos básicos del emparejamiento humano. Es casi un "National Geographic" pasado por el tamiz de una ficción diabólica.





Leer más...

Furiosa: De la saga Mad Max

🌟🌟🌟🌟🌟


Precuelas, secuelas, reboots...: uno siempre se teme lo peor. Tras la idea original suele venir el refrito y el sucedáneo, la marca blanca y la máquina tragaperras. El negocio y el algoritmo. El sondeo de mercado y la traición al ideal.

Pero he dicho “suele”. Las excepciones las conocemos todos y una de ellas está en la saga de “Mad Max”. Aquí hubo que llegar a la cuarta entrega para encontrar la película que eclipsó a todas las demás. “Mad Max: Fury Road” es una obra maestra absoluta incluso sin la referencia endogámica de su saga. Recuerdo que el crítico del “Milwaukee Herald” la definió como “un puto peliculón” y desde entonces pocas palabras más se han añadido a la cuestión. 

Los más pipiolos de la cinefilia esperaban que “Furiosa” igualara al menos los méritos de su mamá. Ellos, los chavales, son nuestros padawans revoltosos, impacientes, soñadores... Siempre creen que se puede ir un poco más allá, un poco más lejos, un poco mejor. Citius, altius, fortius. Todavía no han comprendido -porque les falta el bagaje, la experiencia, el culo plano y tapizado de callos- que cuando te topas con un clásico instantáneo como “Fury Road” (un seis estrellas, un unicornio, un hito en el camino, un punto y aparte) lo más normal es que la siguiente aproximación ya no salga tan redonda. No puede ser y además es imposible. Quiero decir que “Furiosa” no me ha defraudado porque yo ya venía a que me defraudara. Es una estrategia de viejo resabiado con cien punzadas en el pompis. La cosa estaba en saber el nivel de fraude que iban a perpetrar. Ver "Furiosa" es un poco como quedar con tu cita de Tinder a los cincuenta y tantos: sabes que ya no va a ser una película de Hollywood, pero tampoco esperas un engaño delictivo del tipo película albanesa, más bien un bajonazo civilizado y una decepción asumible.

Ya intuía que “Furiosa” no iba a ser la chica de mis sueños, pero jodó: cuántos quisieran seguir rodando como rueda George Miller. "Furiosa" no es un puto peliculón, pero sí es la “hostia en verso”, según el crítico del “Vancouver Times”. Ya me lo he apropiado.





Leer más...

Mad Max: Furia en la carretera

🌟🌟🌟🌟🌟

Me jode darle la razón a José Luis Aznar (de soltero José Luis Garci). Pero es que la tiene. Como él es miembro de la Academia de Hollywood y tiene derecho a votar cuando llega la temporada de los Oscar, aquel año le preguntaron por la mejor película de las nominadas y respondió sin dudar que “Mad Max: Furia en la carretera”. Yo por entonces ya había visto la película y me quedé algo sorprendido. Garci -ese cursi, ese relamido, ese pornógrafo de los sentimientos- había votado por la película más gamberra de todas, por la menos sensible y plañidera, aunque también es verdad que por la más violenta y machirula: la predilecta de los fachas cuando alguna vez la pasen por 13 TV. 

Como diría Miguel Maldonado, en “Mad Max: Furia en la carreta” hay hostias a mansalva, coches que hacen bruuum-bruuum y tías güenas que lucen body en el desierto.(Y sin embargo, ay, cuánto me jode decirlo, es una obra maestra).

Al ritmo que vamos, con negacionistas como el mismo José Mari al mando de la nave, el futuro apocalíptico de Mad Max está más cerca que nunca: de Estocolmo para abajo todo será un gran desierto sahariano. Una desgracia para la humanidad, sí, pero una ocasión de oro para el hombre. En realidad, la tierra de las oportunidades. El paraíso de los emprendedores. El sálvese quien pueda que dejará muy claro quién ha nacido para mandar y quién para servir; quién se va a ganar el pan cueste lo que cueste y quién va a mendigarlo con la boca desdentada y los tumores en la columna. El Cielo de los Justos, al fin, pero en la Tierra, como un entrenamiento cojonudo antes de que llegue el Armageddon.
 
El futuro de Mad Max es un poco como el presente de Texas, que es el ejemplo social a seguir por el facherío: los únicos negocios prósperos son una  fábrica de armas, otra de gasolina y una granja de mujeres donde un grupo de jamados religiosos las tienen presas para ser ordeñadas y procrear. En la película existe una cuarto negocio posible, muy ecológico, que es la Tierra Verde donde sólo habitan mujeres y te descerrajan un tiro por el mero hecho de ser hombre. No seré yo el que nos defienda, pero jolín... También hay tipos majetes como Max.







Leer más...

Mad Max 2. El guerrero de la carretera

🌟🌟🌟🌟


Después del cambio climático, el peligro nuclear es nuestra segunda espada de Damocles. Si nuestros padres temblaron con la crisis de los misiles de Cuba, nosotros, sus hijos, temblamos cuando tras la caída del Muro nos advirtieron que los misiles soviéticos quedaban en manos de unos sátrapas que dirigían los países impronunciables teminados en -tán: Carajistán, Atomarporelculistán, todos esos...

Pero todo aquello pasó, y lo creíamos superado, hasta que supimos que la contienda presidencial de los Estados Unidos, en 2024, la iban a dirimir un tronado del culo y un abuelo con alzheimer (a éste le sustituyeron después, pero el susto todavía permanece). El botón nuclear, por sí solo, no distingue el dedo de un psicópata del dedo de un demenciado. ¿Y si clonamos a Stanley Kubrick para que nos ruede la segunda parte de "Teléfono Rojo: volamos hacia Moscú"?

Digo todo esto porque viendo “Mad Max 2” pensaba en la vieja cuestión de quiénes sobrevivirían al invierno nuclear -aunque la saga siempre transcurra en un verano eterno y canicular. Supongo que me moriré con la duda porque en el caso más benigno no estallará ninguna guerra, y, en el caso más apocalíptico, sin duda seré uno de los primeros en caer. La única hecatombe nuclear que conocemos es la que nos ha mostrado el cine, y ahí siempre triunfan los más salvajes de la autopista y los más guerreros de los eriales: la gente sin escrúpulos que no se lo piensa dos veces para meterte un tiro en la cabeza y saltarse todas las normas -ya inválidas- que regían la civilización. 

El futuro de Mad Max será el reino de los psicópatas, y apenas durará unas décadas antes de que ellos mismos se exterminen entre sí.

Queda la otra opción, la que había planeado el Dr. Strangelove en “Teléfono Rojo”: ingresar en la élite, ganarse un sitio en los refugios subterráneos y pasarse el resto de la vida procreando con señoritas muy bellas elegidas para la ocasión. Pero me temo, ay, que ninguna de mis habilidades -improductivas y estúpidas- valdrá un ochavo cuando los gobiernos tiren de lista y planifiquen un futuro esplendoroso para la humanidad. 




Leer más...

Mad Max. Salvajes de autopista

🌟🌟🌟


Apostaría mil dólares australianos a que esos salvajes de la autopista que le arruinaron la vida a Max Gibson pertenecen a la fundación FAES o a su prima hermana de Melbourne. O a que, por lo menos, simpatizan con ella y acuden a votar cada domingo electoral con sus motos, haciendo brum-brum con los tubos de escape desatados.

 ¿Les suena de algo esta salvajada dialéctica?:

"A mí no me gusta que me digan: no puede ir usted a más de tanta velocidad”.

¿O esta otra?

"Las copas de vino que yo tengo o no tengo que beber déjame que las beba tranquilamente”.

Pues no las dijo Toecutter, el líder psicópata de los moteros australianos, sino José María Aznar, el líder sociópata de los populares españoles. Los moteros de Mad Max iban más bien enfarlopados, o mareados por la gasolina; José Mari, en cambio, como en su día Miguel Ángel -el ventrílocuo de Isabel Natividad- iba más bien alcoholizado. Con buen vino de la tierra, eso sí, porque son gente de posibles y no se maman como los pobres, tirando de garrafón y del alcohol de Mercadona. Es una lástima, ay, que los sopladores de la Guardia Civil, seguramente fabricados en Venezuela, no distingan el alcohol proveniente de un Vega Sicilia de otro que se compró en una oferta 3x2 del supermercado.

Si Toecutter es un delincuente, estos otros pajaruelos también. No veo la diferencia entre conducir drogado por una carretera australiana y conducir alcoholizado por una autopista castellana. Es verdad que el desierto australiano es un páramo de la hostia donde no crece ni el cereal, pero a cambio hay fauna extraña y unos cactus que salpican el paisaje. Eso sí: los salvajes de Mad Max, incluso cuando van en alocada persecución, conducen siempre por la izquierda. No dejan de ser nietos de británicos. Si en la Piel de Toro, a los fascistas, les obligaran a conducir por la izquierda y no por la derecha como Dios manda, habría hostias frontales todos los días a las seis de la mañana. 




Leer más...

Mad Max 3: Más allá de la cúpula del trueno

🌟🌟🌟


La memoria, a estas alturas, ya es un terreno tan árido como el desierto australiano donde George Miller ubicó el apocalipsis. Por culpa de la edad, y también por culpa del cambio climático, cada vez son menos los oasis verdes del recuerdo. Uno de ellos, casualmente, es la tarde en la que fuimos a ver “Mad Max 3: Más allá de la cúpula del trueno”. Recuerdo que era día de colegio, viernes de anochecida, a comienzos del curso 85-86. Recuerdo aquella tarde como si fuera ayer mismo y no sé muy bien la razón, porque la peli está bien, pero no es para tanto, y estrenos como aquel yo viví a decenas en el cine Pasaje.

Allí mi padre sólo era un empleado mal pagado, casi esclavizado, pero sus familiares gozábamos del privilegio de entrar gratis, así que yo tenía entradas para invitar a los colegas del barrio o del colegio. Ellos me enseñaban los rudimentos de la vida y yo a cambio les invitaba al cine cuando llegaba el gran estreno de la temporada. Era lo justo y lo caballeroso.

También recuerdo que hacía mucho frío aquella tarde, pero no es un dato relevante: en el León de mi infancia siempre hacía frío a partir de septiembre, y no como ahora, que ya todo es verano agobiante y otoño eternizado. Recuerdo que no habíamos visto ni la primera ni la segunda parte, y que íbamos por la calle haciendo conjeturas sobre el espectáculo que nos aguardaba. Las de Mad Max eran películas ultraviolentas que nuestros padres nunca nos habían permitido contemplar, así que el morbo se mezclaba en nosotros con la ignorancia y la expectación. Meses después recuperaríamos Mad Max I y II trasegando ilegalmente por los videoclubs. Aún faltaban treinta años para que llegara la obra maestra de la saga...

Recuerdo que cerca ya de llegar al cine, donde mi padre nos cortaría la entrada en el vestíbulo, veníamos discutiendo si Tina Turner estaba buena o no. En los avances parecía que sí, pero también éramos conscientes de su edad un poco ya sobrepasada. Cuarenta y tantos, le calculábamos, y hacíamos así con la mano, multiplicando por cinco el número de latigazos con la muñeca. Quién los pillara ahora, los cuarenta y tantos...





Leer más...

Tres mil años esperándote

🌟🌟🌟


La película es bonita y tal, pero se me escapa la moraleja. Ni siquiera sé a qué público va dirigida. Es como el reverso indefinido de aquel anuncio que vendía la Coca-Cola para los altos, para los bajos, para los listos, para los tontos... Para todo quisqui. “Tres mil años esperándote” no es para el público juvenil, que se descojonaría de la risa, ni para el público adulto, que busca emociones más fuertes. ¿Público infantil?: no entenderían un carajo. ¿Señoras mayores?: darían un respingo cada vez que vieran aparecer al negro con capucha.

Quizá la gracia consista en ver a Idris Elba convertido en un genio que te concede tres deseos por la cara. Cualquier cosa que anheles salvo la inmortalidad y algún que otro imposible metafísico. Si hace veinte años Stringer Bell vendía la felicidad en forma de papelinas, ahora la vende en forma de conjuros mágicos. Viene a ser más o menos lo mismo. Al final todos los flipes se desvanecen. Nada perdura en la mente inquieta y antojadiza de los seres humanos. Y mucho menos el amor, ya digo, aunque a veces se resista químicamente, sublimándose de gas a sólido y produciendo relaciones que aguantan en pie la marea y la tormenta.

Es ineludible confesar aquí los tres deseos que yo le pediría a un genio de la botella. Como el amor no se puede pedir -porque tiene que ser voluntario y además yo ya lo tengo- pediría, por este orden, vivir sin trabajar, que mi amor viviera sin trabajar y que mi hijo viviera sin trabajar. Y por vivir -le explicaría bien al genio liberado- se sobreentiende vivir bien, quizá no como Julio Iglesias, pero vamos, con nuestra casita en la costa, y nuestra mesa de snooker, y nuestros viajes de placer. Una cosa desahogada, que se dice. 

Yo lo tengo muy claro: el tiempo es oro y la vida es corta. No me haría tanto el longuis como el personaje de Tilda Swinton, que al principio asegura tenerlo todo y no desear nada, y al final, cuando por fin se decide a pedir algo -la muy intelectual, la muy estirada- va y pide el polvo del siglo. Sumus omnibus hominibus.



Leer más...