Mostrando entradas con la etiqueta Robert Ryan. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta Robert Ryan. Mostrar todas las entradas

Grupo salvaje

🌟🌟🌟🌟


En “Grupo Salvaje”, William Holden es un señor mayor que sueña con perpetrar un último atraco para retirarse al otro lado del Río Grande, comprarse una granja, casarse con una azteca complaciente y dejar que los días transcurran tranquilos y alejados de los peligros. Como mucho, y si la buena suerte no acompaña, un encuentro malhadado con un bandido mexicano o con una serpiente de cascabel. Nada que un buen Colt del 45 no pueda solucionar en un par de segundos inspirados.

Cada vez que se sube al caballo, William Holden emite un quejido como de hombre ya molido por la vida, con los huesos endurecidos y las articulaciones pidiendo lubricante con urgencia. Al tercer quejido -y a la tercera risotada de sus compañeros bandoleros, los del grupo asalvajado- me doy cuenta de que sus gruñidos son iguales que los míos cuando me subo a la bicicleta los sábados por la mañana, y los domingos de guardar, en esta guerra ya perdida de antemano contra el michelín irreductible. No puede ser, me digo: William Holden es un señor muy mayor, ya a punto de jubilarse, mientras que yo todavía suspiro por amores de fin de verano, todavía no otoñales de octubre o de noviembre

En una pausa tontorrona de la película -hay unas cuantas, por mucho que los nostálgicos opinen lo contrario- agarro el teléfono móvil como si desenfundara mi propio revólver y consulto la Wikipedia para averiguar la edad de William Holden en el momento del rodaje. Me quedo de piedra -desértica y polvorienta- cuando descubro que Holden tenía por entonces 51 años, mientras que yo acabo de cumplir los 53. Y pienso: o él está muy ajado o yo no acabo de asumir mi propio deterioro. 

A partir de ahí, “Grupo salvaje” transcurre ante mis ojos con la única intención de fijarme en las decrepitudes de William Holden -un hombre atlético, vigoroso, pero también un alcohólico de cuidado- para luego compararlas con mi imagen en el espejo mientras me lavo los dientes antes de dormir. ¿He dicho dormir?: más bien, esta noche, por culpa de "Grupo salvaje", un insomnio interrumpido de vez en cuando por sueños inquietos y decadentes.





Leer más...

Los profesionales

🌟🌟🌟


Tipos así, como estos que comanda Lee Marvin en la película, son los que echaba de menos el añorado Pazos en Airbag. Unos mercenarios profesionales, muy profesionales, como la copa de un pino, o como la copa de un cactus, ya que todo transcurre en las tierras del desierto. Pazos, el mafioso, estaba hasta el gorro de la chapuza nacional, de la incompetencia de lo celtibérico. Él vivía en una realidad delictiva como de Mortadelo y Filemón, con gente impuntual, y cacharros que no funcionaban, mientras en la tele del prostíbulo, donde él entretenía las horas muertas, se sucedían las películas de americanos que se ponían a una tarea y la clavaban, reflexivos y aguerridos, y siempre bien armados con la submachine gun imprescindible. Y siempre guapos, por supuesto, porque en ellos bulle la sangre de los anglos, y los sajones, que les da ojos azules para seducir, y estaturas altísimas para imponerse, y canas lustrosas para hacerse respetar por el enemigo. Ni punto de comparación, Carmiña...

Los profesionales de Los profesionales no tienen submachine gun porque vivieron a principios del siglo XX, y por entonces las ametralladoras eran estáticas, pesadísimas, y sólo pertenecían a los ejércitos regulares. El mexicano, sin ir más lejos. Pero para cumplir su misión del Equipo A -los parecidos son inquietantes: el líder es canoso y en el grupo hay un pirado y un negro- los profesionales de Richard Brooks se apañan a las mil maravillas con una escopeta, un par de revólveres y un arco mangado a los indios arapajoes. Y muchos cartuchos de dinamita, claro, que son la pirotecnia de la función: la cencerrada en el poblacho, y la escapatoria en el desfiladero. Lo que hubiera cobrado un barrenero como Burt Lancaster en las minas de mi pueblo, cuando había minas.

(Estoy por jurar que yo vi Los profesionales de niño, en pantalla grande, en un reestreno para la pantalla grande del cine Pasaje. Lo del tren y los mexicanos ha reverberado en mi memoria. La belleza de Claudia Cardinale no tanto: hablo de un tiempo infantil, pre-hormonal, en el que las mujeres hasta molestaban en la trama, porque cuando ellas salían no había tiros, sino arrumacos.)





Leer más...

Conspiración de silencio

🌟🌟🌟

Mientras los pueblos de España celebran sus fiestas en honor a la Virgen, yo, escondido en la oscuridad del salón, me rasco la cabeza preguntándome por qué estoy viendo Conspiración de silencio a la hora de la siesta. Y no porque sea una mala película, ni mucho menos, aunque Spencer Tracy haciendo de héroe viejuno en el Far West sea una cosa de mucho pasmo. El guión juega sus cartas con habilidad, y los actores tienen carisma y jetos contundentes. Por ahí pululan Walter Brenan, Lee Marvin, Robert Ryan..., hombres hechos y derechos que nacieron para bordar estos papeles de pistoleros curtidos. Ya digo que no es una mala película, aunque grandiosa, la verdad sea dicha, tampoco.

Sucede, simplemente, que no puedo rebobinar el hilo mental que me llevó hasta Black Rock. ¿A quién perseguía yo cuando me topé con Conspiración de silencio? ¿A Spencer Tracy, quizá, que es uno de los espíritus que más se pasean por mi televisor? Es la opción más probable, porque Lee Marvin, por muy buen actor que sea, es un tipo al que me voy encontrando por casualidad, como esos amiguetes sin cita que suelen aparecer por el bar. Y el director de la función, John Sturges, apenas es un conocido al que saludo de vez en cuando. 

Preguntado así, a bocajarro, sólo podría mencionar de su obra Los siete magníficos, y La gran evasión. Mi ignorancia es, como ya ha quedado patente, lamentable en muchas materias. Mi pretendida cinefilia no es más que un queso gruyere con más agujeros que queso. El cinéfilo fetén se echará las manos a la cabeza cuando lea estas cosas. ¡El gran John Sturges, ninguneado por este mequetrefe! ¡El soberbio artesano, el gran maestro, el clásico director, maltratado por este mentecato que dice ser aficionado al cine! Pues sí, señores. Así son las cosas. No les voy a quitar la razón. Pero eso no hará que me ponga a bucear en su filmografía. Y no es que me regodeé en el error: es, simplemente, que ya no tengo tiempo para rectificar. ¿La filmografía incógnita de John Sturges o los próximos estrenos en la tele de pago? ¿Los inicios prometedores de John Sturges o la enésima temporada de mis series preferidas? ¿La época de madurez de John Sturges o el repaso gozoso a la filmografía íntegra de Azcona y Berlanga? Estudiaré a John Sturges en otra vida, con todo el tiempo por delante. Emprenderé un aprendizaje más sistemático, con una paciencia más refinada, con un tutor que me enseñe bien las lecciones, una a una, sin saltarme ninguna esencial. Como en esta vida han hecho los alumnos más aplicados.






Leer más...