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Ronald Reagan era una mala persona. Vaya esto por delante.
Simpático, sí, y telegénico, pero un actor de segunda, y un humano de tercera.
¿Estoy siendo muy duro? Quizá... Que se lo pregunten a las clases modestas de
Estados Unidos, a ver qué opinan. Que les pregunten también a los negros, a los
discapacitados, a los hambrientos... El milagro económico de Reagan -la
reaganomics de los cojones- sólo se vio en lo alto de la pirámide, donde tomaba
el sol la corte del faraón, y la casta de los sacerdotes. Más abajo, en la arena de
los esclavos, nadie se enteró. Bueno, sí, se enteraron, pero para mal: la clase
media descendió un par de peldaños, y la clase pobre, que ya vivía a ras de
suelo, tirada en las casuchas, o directamente en las aceras, tuvo que excavar
para hacerse un hueco en el subsuelo. Siempre se puede caer más bajo. Esa es la
gran enseñanza que nos dejó Ronald Reagan.
Que les pregunten, también, a los campesinos de Nicaragua, o
de Centroamérica en general, que fueron asesinados por defender un precio justo
para sus productos. Que les pregunten, también, a los homosexuales, cuando empezó
la movida del SIDA y Reagan dijo que la homosexualidad era la octava plaga de
Egipto. Que les pregunten a todos esos, sí, y a muchos más.
Nancy Reagan, por supuesto, no se queda atrás en cuanto a
sociopatía y a caradura. Los Reagan eran el tándem perfecto. Tal para cual. Si
detrás de un gran hombre suele haber una gran mujer, detrás de un gran merluzo suele
haber una gran pescadilla. Y viceversa, claro, que no se me enfade doña Irene,
ni doña Ione, que jolín, hasta se parecen en el nombre. Mientras Reagan se
presentaba en el Congreso con los recortes bajo el brazo, y con un cuchillo
real para hacer la gansada de darle “un tajo al gasto público” -toma nota,
querida IDA-, Nancy hacía una tournée por los centros sociales para quitarle
importancia al tema de las ayudas, y decirle al drogadicto que bastaba con decir que no, y al marginado
que bastaba con esforzase, y al paralítico que bastaba con intentarlo...
El misterio sigue siendo por qué las monjas votan a Berlusconi, los parroquianos de Parla a la Ayuso, y los desahuciados del sueño americano al Partido Republicano. Yo digo que es un misterio, pero sólo darle un poco de dramatismo. En realidad lo tengo bastante claro.
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