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“Quien tiene dos mujeres
pierde el alma; quien tiene dos casas pierde la razón”.
Este es el proverbio -seguramente
inventado por el propio Rohmer- que sale sobreimpresionado al inicio de la
película. Y que explica, y hasta cierto punto anticipa, lo que vamos a ver a
continuación. Porque es cierto que hay un hombre que juega con dos mujeres, y una
mujer que juega con dos hombres, pero luego nadie pierde el alma en realidad.
Estamos hablando del amor entre gente muy exclusiva de París, y aquí nadie sale
mortalmente herido de los lances. Nadie, en verdad, salió nunca moribundo de una
película de Eric Rohmer. Las suyas siempre son penas de amor que se comen con
pan de baguette recién horneado, y por eso duelen mucho menos en los corazones.
Además, en “Las noches de
la luna llena”, los amantes todavía son jóvenes y dicharacheros, y la pérdida
del amor solo es un contratiempo asumible, un traspiés en la larga carrera de los
corazones. Todo se acepta con resignación y deportividad, estrechándole la mano
al ex amante, aunque muchos pensemos que quien tiene dos mujeres -simultáneas-,
como quien tiene dos hombres -simultáneos-, no es que pierda el alma, sino que
pierde la honorabilidad. Y hasta la decencia.
La segunda parte del
proverbio dice que quien tiene dos casas pierde la razón. Sobre todo si una es
para vivir con el amante y la otra es para descansar de su presencia, como hace
Louise en la película. No por trabajo, ni por obligación, sino porque sí,
porque la cosa no está clara, y porque la soledad le es igual de apetecible. En
esa tesitura hay que escindir en dos el vestuario, la ropa de aseo, la
montonera de libros... Hasta el menaje de cocina. Hay que dividir el tiempo y las
atenciones. Un día te levantas en una habitación y mañana te levantas en otra. Dos
rutinas. Una mente que se escinde. “Quien tiene dos casas pierde la razón...”.
Aunque luego, en la película, tampoco suceda realmente así. Son las cosas de Eric
Rohmer.
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