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Parece buena gente, pero
es mejor no confiarse. En el estado de Kansas se vota republicano por mayoría
abrumadora, en proporción de 3 a 1. Quiere decir que si hay ocho personajes más
o menos principales en “Somebody Somewhere”, todos ellos simpatiquísimos y
conmovedores, seis de ellos, cuando llega el día de las elecciones, saludan
cordialmente a sus vecinos, hacen una buena obra camino del colegio electoral y
allí, en esas cabinas con cortinas negras y palancas del TBO, ellos y ellas votan
por la marginación del negro, la exclusión de los pobres, la desinversión
pública, el saqueamiento de la sanidad, la carrera armamentística, la abolición
del aborto, el bombardeo de un país remoto, la persecución del homosexual y la
prédica de la Biblia como conjuro contra las teorías de la evolución y el
contubernio internacional de los judíos.
Me he pasado los siete
episodios de “Somebody Somewhere” pensando en quiénes serán los dos personajes
que votan al Partido Demócrata allá en el Cinturón de la Biblia, y en los
Océanos del Cereal. Uno, sin duda, es Jeff, el amigo de Sam. No sé: es
homosexual, parece lúcido, no lleva vestimentas de paramilitar ni conduce
todoterrenos intimidantes. No acaricia escopetas al llegar a casa... Es cierto
que frecuenta la iglesia, pero sólo cuando el local se convierte en el centro cívico
de la ciudad y allí se canta incluso al desenfreno y a la vida en tolerancia.
Pero de los otros siete, incluida su protagonista, tan entrañable e indefensa, ya
no sabría decir cuál es la otra manzana sana en este balde de manzanas podridas.
Cuál el alma pura que convive entre estos sepulcros blanqueados que te prestan
la motosierra, o te bajan al gato del árbol, o vigilan tu correo, o te arreglan
una chapuza, o te regalan una tarta de bienvenida, pero que cada cuatro años votan
en secreto para que tu vida sea mucho peor.
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