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El docudrama de Jonás
Trueba quiere mostrarnos cómo son los jóvenes de ahora: qué les motiva, con qué
sueñan, cómo se relacionan entre sí. Qué coligen del mundo despiadado que les
aguarda tras acabar su formación. Pero después de tres horas y pico de metraje,
la conclusión es que la juventud de ahora no parece muy distinta de la juventud
de entonces. Y es lo normal: treinta y cinco años no dan para que el homo
sapiens evolucione gran cosa. Las mutaciones producidas en este suspiro geológico
no pueden conformar un nuevo cerebro, un nuevo modelo de comportamiento.
A estos chavales de “Quién
lo impide” les mueven nuestros mismos ideales. Pero tampoco es nada meritorio: hay
que ser muy hijodeputa para tener quince años y ya estar pensando en cómo
explotar a tus empleados de la fábrica o de la cafetería. Soñar con plusvalías
que paguen el chalet en la playa y el Rolex en la muñeca. Los hay -de hecho, yo
los tuve de compañeros- pero son muy pocos. Luego, con el tiempo, ya son
legión...
La chavalada moderna se
reparte los papeles igual que hacíamos nosotros: está el ligón, la atrevida, la
guapa, el tontorrón, el cachondo, la mosquita muerta... Nada ha cambiado. También
se ríen de las mismas cosas: de un pedo, de un tontolaba, de un profesor que
les cae bastante mal. Si acaso, son más precoces en lo sexual porque viven en
la época del Pornhub al alcance de un clic, mientras que nosotros vivíamos en
la época de la revista Lib al alcance de unos pocos privilegiados. Pero tampoco
creo que eso garantice una edad más temprana de iniciación, o que el sexo se haya
vuelto más universal y democrático. Desde los tiempos de los adolescentes
hititas, e incluso antes, follar siempre follan los mismos, y los demás se
limitan a imaginar.
La única diferencia que
sí veo es que nosotros, de jóvenes, hablábamos mucho mejor. Teníamos un vocabulario
más extenso y exponíamos mejor las ideas. Quizá es porque nos exigían mucho en el
Área de Lenguaje. Estos chavalines de ahora son hijos de la LOGSE, o de la LOMCE,
o de la madre que las parió. Se expresan con el culo trasplantado en la boca.
Es una pena. Pero tampoco es culpa suya. Es el mercado, amigos.
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