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John Wick

🌟🌟🌟


Mi perrito Eddie vive ajeno a los mundos de la tele. A veces se queda con el morro orientado a la pantalla como si algún estímulo le llamara la atención -los brillos de la hierba, o los actores que se mueven- pero yo creo, más bien, porque al mismo tiempo eriza las orejas y pone el rabo a trabajar, que está más atento a la ventana que hay justo detrás del aparato, allí por donde a veces, a pesar del doble cristal, se filtran maullidos de gatos y estruendos de vendavales. 

En ocasiones, a través de mis auriculares, se filtran ladridos de perros que aparecen en las ficciones, y entonces Eddie pega un respingo y se queda mirando no hacia el televisor, claro, pero tampoco hacia mis orejas, sino a un lugar intermedio que su pequeño cerebro, confundido entre la presencia del sonido pero la ausencia del olor, trata de escudriñar por si apareciera un tercer habitante en el salón.

La indiferencia de Eddie hacia la tele tiene, por supuesto, una explicación científica basada en el ramaje evolutivo, pero yo prefiero pensar que lo suyo es un desdén que surge de su propia voluntad: un desprecio de hippy que preferiría vivir en una cabaña de las montañas junto a un hombre de verdad parecido a Jeremiah Johnson. 

Otras veces, como ayer por la noche, me gusta pensar que Eddie se pone en huelga de ojos porque ya está cansado de que todos los perros que aparecen en las películas sean carne de cañón y recurso facilón de guionistas carniceros. ¿Para qué empatizar con un amiguete al que tarde o temprano van a apalear los gamberros, envenenar las ex amantes o atropellar los borrachuzos?  No le merece la pena y yo le entiendo perfectamente.

La noche pasada, por ejemplo, cuando apareció este perrete tan salado de “John Wick”, Eddie se dio media vuelta y ofreció su culo despreciativo a los guionistas previsibles. Yo tuve que haber hecho lo mismo -por lo del perrete, y por todo lo demás- pero me quedé paralizado e idiotizado al mismo tiempo. El ramaje evolutivo también explica esta fascinación por las ensaladas de tiros y de hostiazos, pero prefiero no indagar demasiado en la psique profunda y salvaje de los humanos. 





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Bullet Train

🌟🌟🌟

Mañana mismo regresaré a La Pedanía en una carraca que nada tiene que ver con este Tren Bala de los japoneses. Esto que transcurre por los villorrios leoneses es el “Snail Train”, más que el “Bullet Train”.

Será la casualidad, pero justo antes de poner la película en el ordenador, en el penúltimo día de vacaciones, compré en la app de RENFE el billete que habrá de devolverme a la madriguera. Un tren regional, sí, pero un regional exprés, ojo. Quiere decir que no para en todos los pueblos que se extienden entre León y La Pedanía, que son unos cuantos. Solo en unos pocos escogidos, con un mínimo de población que justifique la demora. O así era antes, al menos, porque en el viaje de ida también se suponía que íbamos en un exprés y al final paramos hasta en los descampados, a ver si se subía alguna vaca despistada. Me da que esto de “exprés” ya se ha quedado como un truco publicitario; como una coletilla que quiere dar caché a lo que ya es, a todas luces, un tren pre-jubilado, que se ha resignado a recoger a todos los pueblerinos de la provincia. Total, qué más da: una vez disipado el sueño de la Alta Velocidad, ya da lo mismo tardar dos horas que dos horas y media, y además, con tu billete, como cuando compras el cupón de la ONCE, contribuyes a una obra social.

El Bullet Train que une Madrid con Galicia estuvo a punto de pasar por La Pedanía. Parecía casi hecho, decían los políticos muy orondos, pero al final, entre las dificultades orográficas y la presiones de no sé quién, el Tren A Toda Hostia (TATH) enfiló por tierras zamoranas, al sur de la cordillera. Fue un planchazo ferroviario. Desde entonces cunde el desánimo y todo está manga por hombro. Los trenes traquetean mucho, o se averían, o viajan sin revisor. Es un poco desmadre. Pero siguiendo las enseñanzas de Brad Pitt en “Bullet Train”,  puede que sea mejor así: en estos trenes regionales, aunque sean exprés, jamás viajarían estos asesinos de la peli para montar un movidón. Mañana tardaré horas en llegar a La Pedanía, pero iré leyendo tranquilamente, o viendo alguna que otra película, mientras Eddie duerme su sueñecito en el transportín. 





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