Mad Men. Temporada 6
Brokeback Mountain
🌟🌟🌟🌟
Los rudos vaqueros de Wyoming fueron los últimos en caer. Vale que se vayan volviendo mariquitas los funcionarios del Gobierno o los tiburones de Wall Street -pensaban resignados los temerosos de Dios- Incluso los deportistas, jolín, todo el día viéndose desnudos en los vestuarios, o los marines de la Armada, con esas largas travesías por el océano en busca de asquerosos comunistas. La carne es débil y Dios -cuando le da la gana- es misericordioso. ¿Pero los hombres Marlboro? ¡No, nunca jamás! Ellos son el último reducto de nuestra virilidad, prietos los esfínteres y encogidos los falos ganaderos.
Por eso, cuando Ennis del Mar y Jack Twist se dejaron llevar por el instinto en la tienda de campaña, muchos se llevaron las manos a la cabeza y temieron que por fin hubiera llegado el fin del mundo, cinco años después de la llegada del segundo milenio ¿Y si la orden ejecutiva del Apocalipsis fue dada el año 2000 como anunciaban las Escrituras pero tardó cinco años en cruzar el mar de las estrellas y llegó justo cuando Ennis enfilaba el esfínter relajado de su compañero...?
Pero pasaron los minutos, y los meses, y viendo que el cielo seguía sin caer sobre sus cabezas, los cabezacuadradas de la sexualidad inventaron chistes muy chuscos sobre “te voy a broke la back, vaquero”, o sobre “este es mi territorio vedado y yo cariñosamente te lo concedo”, para sublimar sus propias inquietudes con la risa. Un deshueve, sí...
Este escándalo de vaqueros dándose por el culo fue mayúsculo porque además, los vaqueros, se enamoraban. Lo suyo ni siquiera era un apretón, un desfogue, una traición pasajera de la carne. No: era amor, de manzanas con manzanas -o de peras con peras, que ya no recuerdo bien- y eso sí que era intolerable. Nos quisieron tumbar la película con anatemas de curas y críticas de pseudocinéfilos, pero la mayoría de nosotros, entre que “Brokeback Mountain” es una película cojonuda y que nos importa una mierda entre quiénes brotan los amores verdaderos, lo pasamos de puta madre -es decir, sufrimos de lo lindo- viéndola en la gran pantalla y luego, con el tiempo, recobrándola de vez en cuando en la intimidad de los hogares.
El fundador
Si esto fuera un blog de cine convencional, sujeto a las
reglas del género, y por tanto volcado hacia lectores cultos que esperan mis palabras, yo
ahora tendría que hablar de El fundador como película en sí, como decían
los existencialistas, con su narrativa, y su trasfondo, y su legado -más bien
escaso- en las retrospectivas del cine americano. Hacer, quizá, en el último
párrafo, un acercamiento crítico a estos tipejos con traje y corbata que llaman
emprender a pisar cabezas, robar ideas, evadir impuestos, chanchullar
contratos, malpagar a sus trabajadores, y que encima, para más inri, quieren introducir
el “emprendimiento” como asignatura obligatoria en la secundaria, para levantar
el país, y formar un ejército de individualistas que aspiren por encima de
todo al todoterreno, al chalet en la playa, al esquí en los Pirineos, al
internado en Estados Unidos para el retoño, o la retoña... Esa tribu urbana,
sí.
Pero yo, humano servidor, que alquilo estas páginas a un servidor
inhumano para hablar de mi vida, de mi mundo, casi siempre de mis obsesiones
políticas o sexuales, vengo a hablar de El fundador como película para
sí, que era otra categoría de los objetos, en clase de filosofía. Recuerdo
que estaba la cosa en sí, y luego la cosa para sí, aunque la cosa siempre fuera
exactamente la misma, imperturbable a no ser que le aplicaras unas leyes
físicas que se estudiaban en otro negociado: una patada, o una explosión, o el aliento
hipohuracanado de Pepe Pótamo
Yo lo que quería contar de El fundador es que la he
visto con mi hijo, que andaba de visita, y esa coincidencia ya es tan esquiva
en el calendario que se ha convertido, por sí misma, en sí, y para sí, en todo
un acontecimiento. El debate, además, ha estado muy animado, porque mi
hijo tiene a veces un ramalazo emprendedor que yo trato de podarle con mis tijeras
bolcheviques, heredadas de un abuelo que trabajaba en un koljoz: mira, hijo, y
tal, está bien que quieras ganar dinero a mogollón, como este hijoputa de la película,
pero antes está la ética, y la solidaridad, y la clase obrera que te trajo al mundo y
todavía te financia la vida. Acuérdate de nosotros, tus ancestros del tajo, o de
la fábrica, o del sueldico funcionarial, cuando hagas tu primer millón cocinando
para la burguesía.
Vengadores: La era de Ultrón
En Los Vengadores, la era de Ultrón, Tony Stark alimenta el sueño de crear un superprograma informático que proteja la paz en el mundo. Algo así como una red neural, o como un caparazón de energía, no sé muy bien, porque después de cada ración de hostias quedo aturdido en el sofá, sonaja perdido, que ya no son edades para aguantar el CGI a toda potencia de gráficos y decibelios. Y así, cuando los Vengadores se sacuden el polvo de la batalla para ponerse a filosofar, a contarse sus cuitas personales y a soñar con planes de futuro, tardo un rato en saber de qué narices están hablando. Porque sucede, además, que Tony Stark sólo habla para entendidos, para iniciados en la protomateria del universo, y el único de los musculitos que puede seguirle el rollo es el doctor Banner, cuando no anda por ahí repartiendo gallofas disfrazado de La Masa. Y porque encima, para más inri de mis entendederas, para obligarme a tardar unos segundos extra en prestar atención, anda por ahí Scarlett Johansson buscando a Jacq’s, vestida de cuero ceñido hasta el sofoco, hasta el desbordamiento de los encantos, interpretando a la Viuda Negra que habla con acento ruso y te pone más en guardia todavía. Mi Natasha, la Romanoff…
Freaks and Geeks reloaded
Freaks and Geeks
Estos freaks and geeks de 1980 se parecen mucho al adolescente que yo mismo fui pocos años más tarde. Guardamos, incluso, un cierto parecido físico, porque los chavales de antes madurábamos más tarde, y la cara de lelos y las mandíbulas lampiñas nos duraban mucho más tiempo que ahora. Parecíamos, y éramos, unos gilipollas integrales. La cara jamás nos desmintió el alma. Ahora, en cambio, los adolescentes crecen más rápido, y mucho mejor, gracias al yogur desnatado y a la carne hormonada de los supermercados. Se hacen mayores mucho antes, y los rasgos sexuales les acompañan en la velocidad de crucero. De la niñez a la adolescencia ahora sólo hay un suspiro, un viaje en AVE, y no la carretera tortuosa de antes, que era un mareo insufrible. Ahora, los freaks, y los geeks, queman etapas en un santiamén, y pasan de ser niños a pequeños hombres en apenas unos meses, sabihondos y desenvueltos, resabiados y chuletas.