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“Sweat” narra la vida privada de una instagramer-influencer que es..., que está..., que en fin, que está muy buena. La película es un rollo, un intento fallido de conmovernos con el lema ya tan manido de “los ricos también lloran” y “las guapas también sufren”. Que son como nosotros, vamos, los pobres desgraciados y desgraciadas. Mentira: a los ricos todo se les pasa antes, y a las guapas se les dan mil oportunidades para renacer.
Pero la película, aun siendo
floja en lo formal y rastrera en lo argumental, aguanta precisamente porque
Silvia -la Eva Nasarrosky del cabello rubísimo y del cuerpo de infarto- llena
la pantalla en todos los fotogramas de la película, a veces vestida de runner y
a veces vestida de gala. Y a veces, incluso, vestida de camiseta pija de andar
por casa, donde se demuestra que la mujer mona, aunque se vista de esparto,
monísima se queda. A Silvia Zajac le sientan bien todos los contextos,
todos los ropajes, todas las modas y contramodas. Si quisiera ponerse fea no
podría, del mismo modo que los demás queremos ponernos guapos y también somos
incapaces. No hay transfuguismo posible en esta condición humana. Lo que es de natura, tataratura, que decía mi
abuela. Es lo que tiene ser guapa y no estar guapa. Como ser feo y no estar feo... A Silvia le vale cualquier
cosa que se ponga o que se pinte en el rostro. Todo le cae en gracia, todo la subraya o la
eleva de categoría. Podría disfrazarse del señor Barragán -no quería decir señora Barragana-
y te dejaría turulato igualmente. Ella sonríe y te tiembla el ombligo; pone
mohínes y te revoletean las mariposas; se pone sexy y las nubes te ofuscan el
raciocinio. Max, mi antropoide interior, suspira por ella aunque yo le reconvengo, y trato de explicarle la realidad de las cosas. Pobrecito mi mono...
Resumiendo: que "Sweat" es una película de bostezos con mujer de belleza inverosímil... Decía
Aristóteles el otro día, en un libro sobre filósofos griegos que tengo abierto sobre
la mesita, que al que le preguntaba que por qué con los hermosos conversamos
largamente, él le respondía: “De un ciego es digna la pregunta”. Pues eso.
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