Mostrando entradas con la etiqueta Pedro Ruiz. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta Pedro Ruiz. Mostrar todas las entradas

¿Qué fue de Jorge Sanz? 5 años después

🌟🌟🌟🌟

A no ser que te toque la lotería o que te asalte una enfermedad incapacitante, cinco años no te cambian la vida ni el talante. Algunos dirán que cinco años son tiempo suficiente para encontrar el amor verdadero o reconciliarte con Jesús nuestro Señor. Incluso para viajar a la India y conocerse a uno mismo mirándose en el Ganges. Pero a partir de ciertas edades los espíritus, como las venas, se esclerotizan  y se vuelven inflexibles para el cambio.

Hace cinco años, por ejemplo, yo estaba más o menos como ahora: el trabajo, el perrete, la cinefilia, el snooker cuando toca y el fútbol los domingos y fiestas de guardar. Los amigos de siempre y el hijo por encauzar. Existe el Dia de la Marmota y también el Año de la Marmota.

Eso sí: estos cinco años han teñido de blanco tres cuartos de mi cabellera, y me han dejado tres puntos de dolor de esos que crujen al levantarse y ya nunca se recuperan. Son las abolladuras de la vieja carrocería. Pero por dentro todo está más o menos igual: los órganos y el madridismo, y la misantropía, y el desencanto continuo con la izquierda. Quizá me he vuelto un poco más maniático, lo reconozco, pero son las mismas manías de siempre y además he comprobado que le pasa igual a todo el mundo.

Cinco años tampoco le cambiaron la vida a este Jorge Sanz que es un poco el Jorge de Schrödinger, medio real y medio ficticio, en dos estados superpuestos de la existencia. En esta segunda parte de su Quijote de los Madriles, Jorge sigue en decadencia artística pero en plena forma sexual, porque las titis nunca le faltan al muy suertudo: unas por famoso, otras por medio guapo y otras porque vive en un ecosistema muy favorable al folleteo. Le ponía yo en mi entorno laboral, a ver qué rascaba el muy galán...

La gracia de esta segunda temporada es precisamente ésa: que nada ha cambiado, ni Jorge Sanz ni la caterva que le rodea. Se les ve a todos un poco más gordos, eso sí, un poco más dejados, pero con la misma mala pata de bobos entrañables. Yo soy de los que niega el cambio al estilo de Parménides y siempre me río mucho con lo invariable.




Leer más...

Moros y cristianos

🌟🌟🌟🌟🌟


Todas las películas de Azcona y Berlanga son esencialmente la misma: el personaje principal desea conseguir algo y a su alrededor se confabulan los estúpidos para ponerle una zancadilla. A veces, demasiadas, el estúpido es el personaje principal, pero él no se da cuenta.

    Algunos desgraciados, como Plácido con su motocarro, o Canivell con sus porteros, salvan la jornada a costa de volverse casi locos. Otros, como el verdugo que no deseaba ejercer, o el bancario que no quería casarse, fracasarán en su lucha liberadora, y vivirán existencias muy tristes más allá del “Fin” anunciado por el rótulo. Pero aquí, la verdad, en Moros y cristianos, los turroneros se quedan en un limbo difícil de definir. Al final logran promocionar sus productos, pero por el camino se dejan un muerto, muchos dineros y la dignidad pisoteada de los apellidos: Planchadell, el de los listos, y Calabuig, el del tonto, que son sustituidos en los cartelones por una familia anglosajona muy alejada de Jijona.

        Alrededor de los personajes azcona-berlanguianos pulula una nube de moscas cojoneras que jamás aportan nada y siempre andan molestando. Son los amigos, los familiares, los extraños..., gentes que jamás escuchan a nadie y sólo están esperando su turno para colocar su rollo más o menos pertinente. Las películas de Azcona y Berlanga son, básicamente, el grito de Francisco Umbral en aquel programa de la Milá, donde exigió hablar de su libro tras tanto escuchar a los demás.

    Toda esta filmografía -quiero decir- es un estudio sobre la incomunicación humana. Cuando me sumerjo en las tramas, no noto fractura entre la realidad y la ficción. Cambia el contexto, pero la fauna es exactamente la misma que me encuentro por la vida. La vida, más allá de la tele, también está poblada por un ejército de incapaces, de pesados, de neuróticos, de egoístas, de pendencieros, de tarados, que salen cada mañana de sus trincheras para tomar posiciones en las colinas. Yo me creo Moros y cristianos a pies juntillas, con sus peseteros y sus liantes, sus imbéciles y sus salidos, sus mendrugos y sus aprovechados. Y me meo de la risa. Quizá porque yo también tengo lo mío...



Leer más...