Mostrando entradas con la etiqueta Eduardo Antuña. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta Eduardo Antuña. Mostrar todas las entradas

¿Qué fue de Jorge Sanz? III

🌟🌟🌟🌟

Cuando las cosas van bien conviene prepararse para lo peor. La cima de la felicidad es también el kilómetro cero de la desgracia. Lo dice el I Ching y yo firmo debajo con mi número del DNI. 

Un pesimista es un realista que ha vivido lo suficiente para saber que a una buena racha le sigue, más temprano que tarde, un revés de la fortuna. Y no sólo eso: que a una mala racha no tiene por qué seguirle forzosamente una buena. Esto no es un camino de ida y vuelta. Los estados malditos o desgraciados, aún no sabemos cómo, tienden a perpetuarse o a volverse más desgraciados todavía. Es como un axioma gamberro de la vida. Una entropía que es la cuarta ley de la termodinámica.

En la tercera y última entrega de “¿Qué fue de Jorge Sanz?”, el trasunto de Jorge  ha dejado de hacer el panoli y ha vuelto a probar las mieles del éxito. Es por eso que desde el minuto 1 ya sabemos que la desgracia va a cernirse sobre él en el minuto 105... Pero hasta entonces que le quiten lo bailado. El infarto de miocardio, como sucede en muchas resurrecciones, pudo haberle matado pero le ha regalado una segunda oportunidad. Jorge ya no bebe, ya no esnifa, ya no eliges malos proyectos. Ha vuelto a rodar una película gracias a la confianza de los hermanos Trueba. Jorge ha tomado las riendas de su carrera y para ello ha contratado a una representante de verdad tras despedir al amigo gordinflas que antes vendía quesos por las ferias.

Jorge ya no se acuesta con directoras de sucursales bancarias para que le aporten dineros metidos en un sobre. Si en temporadas anteriores sus hijos casi eran una molestia, ahora se los lleva a los rodajes y les da consejos de padrazo que sabe cosas de la vida. Se le ve tan maduro y tan jovial que hasta cree haber encontrado el amor verdadero en Úrsula Corberó. Nos ha jodido. Y quién no... Jorge sigue mariposeando, claro, porque su picha curtida en mil seducciones no conoce el descanso ni el compromiso, pero cuando está con Úrsula se siente por fin un hombre maduro y en la cima de su éxito. 

Ya digo que es tanto el regocijo que la hostia venidera va a ser de campeonato y además de las que provocan mucha risa.






Leer más...

¿Qué fue de Jorge Sanz? 5 años después

🌟🌟🌟🌟

A no ser que te toque la lotería o que te asalte una enfermedad incapacitante, cinco años no te cambian la vida ni el talante. Algunos dirán que cinco años son tiempo suficiente para encontrar el amor verdadero o reconciliarte con Jesús nuestro Señor. Incluso para viajar a la India y conocerse a uno mismo mirándose en el Ganges. Pero a partir de ciertas edades los espíritus, como las venas, se esclerotizan  y se vuelven inflexibles para el cambio.

Hace cinco años, por ejemplo, yo estaba más o menos como ahora: el trabajo, el perrete, la cinefilia, el snooker cuando toca y el fútbol los domingos y fiestas de guardar. Los amigos de siempre y el hijo por encauzar. Existe el Dia de la Marmota y también el Año de la Marmota.

Eso sí: estos cinco años han teñido de blanco tres cuartos de mi cabellera, y me han dejado tres puntos de dolor de esos que crujen al levantarse y ya nunca se recuperan. Son las abolladuras de la vieja carrocería. Pero por dentro todo está más o menos igual: los órganos y el madridismo, y la misantropía, y el desencanto continuo con la izquierda. Quizá me he vuelto un poco más maniático, lo reconozco, pero son las mismas manías de siempre y además he comprobado que le pasa igual a todo el mundo.

Cinco años tampoco le cambiaron la vida a este Jorge Sanz que es un poco el Jorge de Schrödinger, medio real y medio ficticio, en dos estados superpuestos de la existencia. En esta segunda parte de su Quijote de los Madriles, Jorge sigue en decadencia artística pero en plena forma sexual, porque las titis nunca le faltan al muy suertudo: unas por famoso, otras por medio guapo y otras porque vive en un ecosistema muy favorable al folleteo. Le ponía yo en mi entorno laboral, a ver qué rascaba el muy galán...

La gracia de esta segunda temporada es precisamente ésa: que nada ha cambiado, ni Jorge Sanz ni la caterva que le rodea. Se les ve a todos un poco más gordos, eso sí, un poco más dejados, pero con la misma mala pata de bobos entrañables. Yo soy de los que niega el cambio al estilo de Parménides y siempre me río mucho con lo invariable.




Leer más...

¿Qué fue de Jorge Sanz?

🌟🌟🌟🌟🌟

La serie que nunca se estrenará en Movistar +, ni en ninguna otra plataforma de la tele, se titula “¿Qué fue de Augusto Faroni?”. Porque yo, a mi modo, también fui un niño prodigio: de las tareas escolares, y hasta que otros me superaron, pero un niño prodigio, famoso en los entornos familiares y en las tiendas del barrio porque mi madre, cuando otras se ponían alabanciosas con sus hijos, decía que yo sería ministro en Madrid y que me iban a llevar en coche oficial los chóferes con gorra de plato.  

Mientras Jorge Sanz ganaba la fama internacional por actuar en “Conan, el bárbaro”, y la adoración nacional por hacer de niño enamorado en “Valentina” -aunque ya con 13 años y seguramente con erecciones en la bragueta- yo, en los Maristas de León, era el niño mimado de las maestras externas y de los curas residentes: un alumno repelente que clavaba la lectura de los textos, la ortografía de los dictados, la suma de las fracciones, la ubicación de los afluentes y la fecha exacta de las conquistas imperiales. 

Antes de que surgieran de la nada otros alumnos igual de asquerosos como yo -como aquel Carlos Calleja de mis pesadillas- yo era el alumno modelo que recibía parabienes en público y sobresalientes en los boletines. Y collejas, la hostia de ellas, cuando jugábamos en el patio.

Ahora que todos los niños ya nacen superdotados -porque si nace tonto también se le presupone una inteligencia oculta bajo la superficie- tengo que decir que yo, en los tiempos en que la superdotación era una rareza psicológica, fui tomado por un portento hasta que la realidad demostró todo lo contrario. En “¿Qué fue de Augusto Faroni?” me reiría de todo aquello, de mis torpezas de adulto y de mis tontunas de engreído, como hace Jorge Sanz en su serie intachable y divertidísima. 

En la serie saldría, no sé, en mi vida diaria, aburriéndome con Vargas Llosa, o equivocándome en un cálculo sencillo, o encogiéndome de hombros cuando me piden que señale Antequera en un mapa... Cosas así, de ex niño prodigio venido a menos. O a mucho menos.




Leer más...

La mesita del comedor

🌟🌟🌟🌟


Quizá para sublimar el mal rollo y la desazón de la mirada, viendo la película recordé aquel libro de mesas para centro que Kramer presentaba en “Seinfeld” para descojono general de los espectadores. Porque el libro de Kramer, si desplegabas las solapas, se convertía él mismo en una mesa de centro ideal para posar el té con las pastas o el cafelito, o el cenicero de porcelana si la dueña de la casa transigía con los fumadores. Fue un momento mítico de la serie que venía muy al pelo para la ocasión. O quizá no, pero da igual.

Hoy mismo, 12 horas después de haber visto la película, un niño estaba dando po`l culo en una terraza de Ciudad Capital justo a mi lado Era un chaval como de ocho años, con gafas de sol en un día nublado, que le daba porrazos a la mesa mientras su padre -con una pinta de votante de Ciudadanos que tiraba para atrás- se reía de unas paridas que escupía su teléfono móvil último modelo. Algún meme del Perro, supongo... Yo trataba de mantener la concentración en mi lectura pero me resultaba imposible. El chaval no parecía exactamente un lerdo, pero estaba claro que de mayor también iba a ser un votante de derechas: ande yo caliente y jódase la gente. 

Pensé, de pronto, clavándole la mirada por si surgían en mi interior unos poderes de caballero Jedi que le ataran la lengua o le suspendieran la conciencia, que las mesas de centro infanticidas podrían utilizarse para impulsar una gran labor eugenésica patrocinada al mismo tiempo por la Unión Europea y la UNICEF. 

De hecho, en la película, todos los niños que asoman la jeta se dedican básicamente a dar por el culo. No a dar por el culo como haría un cura impune con ellos, sino a la segunda acepción del pecado nefando: molestar, llamar la atención, joder la marrana, llevar la contraria, La pobre criaturita decapitada aún tenía el beneficio de la duda, pero las demás...





Leer más...

La comunidad

🌟🌟🌟🌟🌟


Hace pocos días, en una tertulia de la radio, alguien sostenía que la cantidad mínima de dinero para vivir sin trabajar son dos millones de euros. El tipo -que no era economista, sino periodista deportivo- lo tenía todo calculado por si un día le tocaba el Gordo de Navidad o la herencia de una tía en Venezuela. Aseguraba que unos plazos fijos por aquí y unas letras del Tesoro por allá bastaban no para vivir como un marajá, pero sí para no tener que levantarse a las siete de la mañana y dejarse la vida en un empleo que a él ni le iba ni le venía.

Dos millones de euros son, curiosamente, traducidos al cristiano, 332 millones de pesetas, que son la cantidad exacta de dinero que Carmen Maura encontró bajo aquella baldosa de la cocina. Y estamos hablando de 332 millones del año 2000, con todo lo que ha llovido de inflación y de caradura de los empresarios. Así que fíjate: como para que la comunidad de vecinos no anduviera loca perdida tras las bolsas del dinero. 

“Prefiero el tiempo al oro”, cantaba Serrat en su himno de los locos. Y yo, que soy miembro de la cofradía, usaría esa pasta gansa para comprar tiempo de reloj y tiempo de calendario. Tempo para pasear, para leer, para ver más películas. Tiempo para tomar cafés en las terrazas. Y tiempo, también, para perderlo alegremente. Ser rico para convertir el tiempo en algo mío e inviolable. Para no tener que prostituirlo ante ningún empresario ni ante ninguna administración. Ser millonario no para vivir como tal, sino para quedarme a solas con mi tiempo, tan sagrado como los dioses de las escrituras.

Eso es lo que me más me jodía mientras veía esta obra maestra de Álex de la Iglesia (la única, por cierto, que ha parido): que estos imbéciles de la comunidad iban a dilapidar la pasta gansa como garrulos cejijuntos: en cochazos, en relojes carísimos, en vueltas al mundo sin sentido... Joyas y memeces. Abrigos de zorra y lujos de cabronazo. Gastos estrafalarios y presunciones de gañanes. Un puro despilfarro. 

(Sporting-Real Sociedad X: uno de los momentos míticos del cine español).





Leer más...

Loco por ella

🌟🌟🌟


Del mismo modo que Orfeo bajó a los infiernos para rescatar a Eurídice de entre los muertos, Adri, el enamorado de la película, bajó al manicomio para rescatar a Carla de entre los locos. Los mitos griegos se reciclan una y otra vez en nuestra cultura. Incluso en las propuestas de Netflix, tan modernas y tan molonas. Esto sucede porque en realidad las historias de amor se reducen a tres o cuatro arquetipos. O a solo dos, como sostenía Marcel Pagnol: un hombre encuentra a una mujer; si follan, es una comedia, y si no, es una tragedia.

Si nos atenemos a las palabras de Marcel Pagnol, Loco por ella es una comedia porque Adrián y Carla follan, y además lo hacen a lo grande, tan jóvenes y estupendos. Pero el asunto no es tan sencillo como parece, y aquí don Marcel, al menos, tendría que reconocer el asomo de una duda. Carla es una chica guapísima, intrépida, vital... El sueño de cualquier picaflor que desea encontrar el tulipán definitivo. El problema es que Carla vive internada en un sanatorio mental, diagnosticada de trastorno bipolar, y lo mismo te arrastra a la fiesta, y te echa el polvo del siglo, y te deja hipnotizado con su mirada de gata inteligentísima, que al día siguiente, secuestrada por su mal, prefiere no saber nada de ti, y te fulmina con la misma mirada, con el humor vuelto del revés, y el alma enturbiada, y la depresión acuchillando tras sus pupilas...

Aun así, Adri, tras visitar el lado oscuro de la luna, decide que la relación le compensa. Que lo bueno de Carla vale muchísimo más que lo malo de Carla. Que en ella hay más luz que sombra, y más oro que mierda.  Algunos espectadores llaman a este cálculo amor, y echan la lágrima viva en la última escena. Yo también, ojo, porque la historia me roza, y me desempolva memorias muy lacerantes. Pero es mi yo romanticón y tonto del culo el que llora. El otro, el racional, el que una vez también bajo a los infiernos en una operación de rescate, sabe a ciencia cierta que Adrián se ha equivocado con las matemáticas. Que ahora está poseído, excitado -enamorado, vale-, y se cree capaz de sortear las tormentas cuando lleguen. No sabe lo que le espera...




Leer más...

Justo antes de Cristo


🌟🌟

Los romanos que vivieron justo antes de Cristo también decían cosas como “me pica un huevo esta mañana”, o “me cago en los dioses”, “o qué buena estás con la túnica, Emilia Claudia”. Parece una perogrullada, sí, pero salvando a los enemigos de Astérix, y a la corte de Pijus Magnificus en La vida de Brian, todos los romanos conocidos salen envarados en las películas, y en las series, los péplums lamentables que ya nadie ve ni en Semana Santa. Romanos que nunca cagaban ni meaban, ni carraspeaban cuando iniciaban el discurso, siempre impolutos en sus trajes militares o en sus togas del Senado, departiendo en latín literario, impecable, de precisión militar o burocrática, lisonjeando a las damas con poemas de Lucrecio o de Virgilio que ahora serían el descojono de las chicas del instituto. Personajes teatrales y muy poco terrenales que en realidad nunca nos creímos; ya no sólo distantes en el tiempo, sino también habitantes de otro sentido común, casi de otra especie humana que dejó acueductos enormes como legado histórico, y no puntas de hueso en las cavernas de la cordillera.



    Los creadores de Justo antes de Cristo han visto en la desacralización de los romanos, en su humanización puesta al día, un filón humorístico para que los abonados de Movistar + -que somos los únicos que vamos a ver la serie, y no todos, visto lo visto- nos descojonemos de la risa y nos reconciliemos con nuestros tatarapasados. Aquí todos llevamos sangre del Lacio en las venas, en mayor o menor proporción, y conozco a más de un norteño que fantasea con ser descendiente del mismísimo Augusto que vino a combatir a los cántabros, y fue dejando bastardos imperiales en que cada ciudad que fundaba, o en cada campamento que levantaba. 

    Lo que pasa es que la serie sólo tiene gracia  en su primer episodio, y pasada la tontería de ver a los romanos hablando como humanos del siglo XXI, el resto es como encontrar un trébol de cuatro hojas entre otros muchos que sólo ofrecen tres: alguna gilipollez que no compensa el esfuerzo de ir todo el rato agachado, con la vista en el suelo, descartando brotes insustanciales… Los tgéboles, que hubiera dicho el gran Pijus.






Leer más...