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El último golpe

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Siempre he admirado a los hombres que saben hacer de todo. Los manitas de toda la vida. Si yo fuera una mujer heterosexual y torpe les preferiría por encima de cualquier otro. Para qué quieres la poesía, el bíceps, el sentido del humor... el dinero incluso, cuando necesitas la resolución ipsofáctica de un desarreglo cotidiano. Ni los retretes se desatascan con versos ni las hormigas se repelen a puñetazos. El sentido del humor no puede hacer nada cuando se inunda la cocina o aparece una gotera en el tejado. Amenizar la llegada del fontanero y poco más. El ideal sería casarse con un fontanero que bordase los chistes y clavase las imitaciones. 

Quizá admiro tanto a los manitas porque vivo -o malvivo- en el extremo opuesto de la campana de Gauss, incapaz de solucionar cualquier problema relacionado con la ingeniería. Woody Allen contaba que nunca supo cambiar la cinta de su máquina de escribir -yo apenas estoy dos percentiles por encima de su inutilidad-, y siempre tenía que recurrir a los amigos que pasaban por el apartamento, invitándoles a cenar a cambio del favor. 

Yo milito en ese mismo ejército de inútiles integrales, de hombres sin manos, de enredados neuronales, de pichas que se hacen un lío de continuo. El otro día se atascó el fregadero de mi cocina -estableciendo un círculo vicioso con el bombo de la lavadora- y así sigo, irresoluto, contemplativo, esperando que mi casero resuelva con la compañía de seguros mientras yo friego los cacharros en la ducha y acumulo ropa sucia en el cesto maloliente. Elegí un mal día para apuntarme a lo de Tinder...

En “El último golpe”, Gene Hackman interpreta a un hombre capacitado para sobrevivir a una explosión nuclear. David Mamet nunca rodó una secuela, pero me imagino a don Gene sobreviviendo en el universo de Mad Max como rey de alguna tribu majadera sólo porque es capaz de hacer de todo: fundir metales, barnizar maderas, pilotar barcos, armar explosivos, hacer torniquetes, butronear cajas fuertes... Es un decatleta de la mañosidad. La imbécil de su novia no sabe lo que se pierde al traicionarle. Hay mujeres muy desnortadas por ahí. 




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La trama

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Se puede ser inteligente y un completo gilipollas al mismo tiempo. No tiene nada que ver. Hay un superventas de la divulgación científica que se titula "Por qué las personas inteligentes pueden ser tan estúpidas". No es broma.

También es verdad que depende mucho de la definición de inteligencia que tomemos. Joe Ross, por ejemplo, en “La trama”, parece un hombre brillante porque acaba de desarrollar un invento prodigioso que le hará multimillonario. No sabemos de qué se trata porque David Mamet, en esto, aplica estrictamente la norma del macguffin establecida por don Alfredo. Podría ser el coche que funciona con agua, el mando a distancia que nunca se extravía o la espada láser de los Jedis que llevamos esperando toda la vida... Da igual. La trama de “La trama” no se resiente por ello.

Forrado con su patente, suponemos que Joe se comprará un cochazo deportivo, se tirará dos meses en las playas de Miami y allí conocerá a una bella señorita que se pirrará por su alma de poeta y por su sentido del humor. Joe Ross parece la definición misma de la inteligencia: un tipo que sabe hacer ecuaciones, que llena cuadernos enteros con signos algebraicos, y que gracias a esos cálculos niquelados triunfa en la vida y conquista a los pibonazos. Pero Joe Ross, ay, tiene cara de pardillo, y según san Andrés, quien tiene cara de idiota lo es. Está claro que lo suyo no puede llegar a buen puerto. Yo mismo, ay, podría impartir clases doctorales sobre el asunto. 

Joe Ross, vamos a decirlo ya, no es inteligente. Sabe hacer cálculos complejos pero nada más. Tambén los podría hacer un autista de alta capacidad que luego no sabe interpretar una sonrisa. La inteligencia es otra cosa: es una sabiduría más sutil y más práctica, Más instintiva. A Joe Ross le engaña todo dios a lo largo de la película y no se entera de nada. Siempre va diez pasos por detrás. Despojado de sus ecuaciones, es el tonto soñado por cualquier estafador. Basta una mujer guapa para desactivarle el cortafuegos. A mí también me pasó una vez y por eso entiendo y compadezco a Joe Ross. Como si le hubiera parido, vamos.  





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