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Hacía meses que no me enfrentaba a este folio sin nada que
decir. Esto me pasaba mucho antes, al inicio del blog, cuando no sabía por
dónde tirar o la película no me inspiraba. Entonces, como en la vida real, para
rellenar los silencios incómodos, yo me ponía a contar gilipolleces que me
condenaban ante los hombres y me tiznaban ante las mujeres. Gilipolleces más
sangrantes que las de ahora, que ya es decir: más vacías, más estomagantes, y
peor escritas además.
Pero luego (creo) he aprendido a disimular. Ahora asocio unas
cosas con otras, tiro de mi vida personal, rebusco en los álbumes de la
nostalgia y así, con más pena que gloria, con más sebo que carne, cumplo con
esta obligación diaria que solo yo me impongo, y que solo a mí me concierne,
para luego poder dormir tranquilo en mi camita.
Pero hoy... Hoy comparezco desarmado ante esta soberana
gilipollez titulada “Mandíbulas”. Lo tragicómico es que estuve desesperado por
verla, e intenté descargarla no sé cuántas veces, espoleado por el entusiasmo
de los críticos. Pero unas veces me salía en francés sin subtítulos, y otras en
francés con subtítulos en mandarín. O me salía un doblaje latino, o un screener
como una catedral. O un archivo corrupto. O una película porno con el título
falseado, que casi siempre es de la factoría “Brazzers”, esa de las mujeres con
los pechos gigantescos... En fin: no me quiero enredar. En fin: las mil y una
desgracias que nos suceden a los bucaneros del oficio. Sobre todo si se buscan
productos raros y uno es perseverante hasta rayar el neuroticismo.
Bueno: ya voy por la línea 20. Queda menos. No sé si lo
conseguiré hoy, lo del folio completo. ¿Que de qué va “Mandíbulas”, se están
preguntando? Pues de dos imbéciles con todas las letras que tienen que hacer un
encargo de maleantes a lo Tarantino y se encuentran (sic) con una mosca gigante
a la que deciden amaestrar para convertirla en un dron que robe las cosas y se
las traiga en las mandíbulas. Sic, sí...
Lo único decente de la película es que sale Adèle
Exarchopoulos y que me han entrado unas ganas irresistibles de volver a ver “La
vida de Adèle”. Eso sí que era un peliculón. Fin del folio.
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