🌟🌟
En realidad no tenía ninguna gana de ver Johnny Guitar.
Ya lo intenté hace años, en una tarde tan vacía como ésta, seguramente también
canicular y bostezante, y creo que no pasé de los primeros veinte minutos. Recordaba,
de aquella primera intentona, que había un bar en el desierto, una dominatrix con
dos pistoleras y un tipo que tocaba la guitarra porque si se liaba a tiros
desde la primera escena, tan ducho en el arte de desenfundar y disparar, la película
no iba a pasar del primer rollo, como se decía en los tiempos del celuloide. Recordaba
que había vaqueros, whisky, pendencias, diálogos absurdos sobre que yo la tengo
más larga que tú, forastero, y que a este lado del río Pecos las leyes son de
otra manera, bastardo, y cosas así... La diligencia que paraba, los maleantes
que sonreían, el sheriff que se veía desbordado por la situación... Cactus y
polvo, y estepicursores, que lo he tenido que buscar en internet. Todos los
clichés del western reunidos en un sketch alargado y decolorado, como una
policromía erosionada por el tiempo.
Johnny Guitar es un truñete que figura en cualquier
lista de clásicos imprescindibles, y es, por tanto, una de esas películas que me
dejan mosqueado, reducido a cinéfilo de cuarta categoría, porque es más probable
que uno sea un paleto insensible y provincial, que entre cientos de cinéfilos
con pipa nadie se atreva a señalar la desnudez del emperador.. Esta vez, como
ya venía avisado, cabizbajo y acomplejado, me he prometido llegar sólo hasta la
famosérrima escena del “Miénteme y dime que me amas”, que el otro día, en un diálogo
que ahora no viene a cuento, me vino a las mientes, en esas asociaciones libres
que establece mi cerebro entre la realidad y las películas, tendiendo puentes
tan férreos, y tan transitados, que a veces ya no sé ni donde estoy.
El diálogo entre Johnny y Vienna llegó allá por el minuto 43,
o 44, cuando yo ya estaba a punto de claudicar. Una vez visto, y refrescado en
la memoria, le di al pause y luego al eliminar. Me he quedado con la copla. Suficiente.
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