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“El ministro de propaganda” no añade nada a lo que ya sabíamos sobre los nazis. Las intenciones del director son buenas, eso sí: nunca está de más recordarnos quiénes fueron esos sociópatas tan parecidos a los sociópatas contemporáneos. ¿Exagero? No: sólo es cuestión de encontrar el contexto propicio para dar rienda suelta a los instintos asesinos.
Si ves “El ministro de propaganda”, pues kojonuden, y si no, tampoco pasa nada. Se pueden retomar los clásicos del género. Hace unas semanas vi otra vez “El hundimiento” y ya estaba todo allí. Ésa sí que es una película de la hostia. Quizá la definitiva sobre la vesania de los nazis. Había otra que pasó hace años sin pena ni gloria: se titulaba “La solución final" y era una TV movie de HBO. Un disfraz de clase B para un peliculón de categoría A.
Yo venía a "El ministro de propaganda" para que me enseñaran los maquiavelismos secretos del señor Goebbels. La tramoya de su trabajo funcionarial: los procesos mentales, las tácticas guerreras, los trucos para vender el afán criminal de unos tarados como un destino glorioso del pueblo alemán... Pero todo esto se despacha en cuatro brochazos archisabidos. “La gente es imbécil y se cree cualquier cosa”. Pues hombre: hasta ahí llegábamos todos, pero se supone que hay un trabajo previo, unos doctores en psicología, unos expertos en publicidad, unos genios de la estadística... Gente muy lista al servicio del capital. Lo mejor de cada casa y lo más listo de cada promoción. Tecnócratas que instalan el miedo a los judíos o a los rojos según convenga a las empresas que cotizan en la bolsa.
Los fascistas de entonces, como los de ahora, tontos no son. Hay una sabiduría contrastada en su trabajo: escriben discursos medidos, lanzan eslóganes calculados, conocen la repercusión última de sus provocaciones agresivas. ¿Alguien se piensa que Díaz Ayuso es realmente tonta del bote? Y si lo fuera -que lleva muchas papeletas-, ¿no les picaría la curiosidad por conocer la estructura goebbelsiana que la sostiene por detrás?