Supergarcía

🌟🌟🌟🌟


Cuando la Vuelta Ciclista terminaba en León no nos grillábamos las clases para ver a los ciclistas, sino para ver a José María García, que era el verdadero ídolo de las masas. En la línea de meta había codazos por ver a aquel hombre bajito, casi enano, sin sex appeal ninguno, con el cabello ya batiéndose en retirada. Y sin embargo, de lejos, el tío más famoso de España: Supergarcía, el Butanito, siempre con sus cascos más grandes que la cabeza y su micrófono de Antena 3 que casi le tapaba la cara. 

Él era el verdadero hacedor de aquel circo que acompañaba a la serpiente multicolor. El líder de la radio deportiva. Después del Rey, del Presidente del Gobierno y del Puto Jefe de la CEOE, José María García era el hombre más influyente en este país. Si los otros se encargaban de la política y de la economía, él se encargaba del fútbol y de los otros deportes, que son las otras columnas que sostienen el invento nacional.

En mi casa, José María García era una institución. Un “influencer”, antes de que los anglosajones inventaran la palabra. Mi padre, cuando regresaba de su trabajo, ponía su programa en la radio mientras cenaba en la cocina. Y yo, que a veces le esperaba para verle unos minutos, me quedaba a su lado escuchando a aquel hombre que ladraba contra los corruptos y los chupópteros, los correveidiles y los abrazafarolas. El Butano era uno más de la familia. El quinto Beatle de nuestra banda tan poco glamurosa. 

Pero un día, ay, José María empezó a meterse con Perico Delgado porque éste decidió no correr la Vuelta para preparar mejor el Tour de Francia. Y muchos oyentes, obligados a elegir entre papá y mamá, tomamos partido por el corredor. Perico fue más grande que Induráin en nuestros corazones... Encabritado, García empezó a llamarle bobo, a apodarle “Periquín el de Segovia”, a meterse con su padre porque había sido sindicalista. Demasié para nuestro body, nosotros que éramos de Perico a muerte y además un poco bolcheviques. Camino de Damasco, que era final de etapa, nos caímos del caballo de Supergarcía y descubrimos que el personaje era en verdad un mafiosillo, un intrigante, un pesetero. Un maestro del insulto y un catedrático de la egolatría.



Leer más...

Notting Hill

🌟🌟🌟🌟


Después de ver “Notting Hill” he recobrado la esperanza de conocer algún día a Natalie Portman. Bíblicamente, quiero decir, pero con mucho amor a nuestro alrededor. Porque yo, a su lado, treinta centímetros por encima de su miniatura, sería un cerdo ibérico muy enamorado. 

Los amigos se descojonan, pero yo sé que existe una posibilidad de que ella pase a apellidarse Rodríguez, o yo Portman, que a mí me da igual. ¿Una posibilidad infinitesimal? Seguro que sí. Pero también sé que las matemáticas -y no la poesía- son el verdadero reino de las esperanzas. La poesía solo ofrece  humo y palabrería, mientras que las matemáticas siempre regalan un 0’0000 con el que alimentar cualquier sueño de seductor. 

Yo, la verdad, no tengo una librería molona como la que tiene Hugh Grant en la película -que además es un tipo guaperas y encantador-, ni vivo en un barrio tan guay como Notting Hill, a dos pasos del Londres exclusivo donde las artistas se hospedan, compran sus ropas carísimas y luego comen ambrosías muy bajas en calorías. Si yo tengo una posibilidad ente un millón de conocer a Natalie Portman, el suertudo de Hugh Grant tenía una entre cien mil de conocer a Julia Roberts. Y así cualquiera, claro. 

Yo vivo en La Pedanía, muy a tomar por el culo de cualquier lugar civilizado, y trabajo de puertas para dentro en un centro de Educación Especial. Pero hace un par de años rodaron “As bestas” no muy lejos de aquí, así que puede que el lugar se ponga de moda para próximos rodajes, quizá uno internacional: una película de Steven Spielberg en la que Natalie interpretaría a una belllísima granjera de Yugoslavia a la que los nazis arrebatan el ganado y ya no quiero seguir contando porque me descompongo... 

Natalie, en mi sueño, se aloja en el hotel AC de Ponferrada, que es como una covacha destartalada para ella, y una mañana, en el descando del rodaje, aburrida de tanto hablar con gente sofisticada pregunta, si puede visitar algún centro social para copar portadas humanitarias en los periódicos. Es entonces cuando alguien le habla de mi colegio, y ella se levanta del sofá de sopetón, y a los quince minutos aparece en nuestro patio una comitiva de coches, y ella baja, y me descubre, y me saluda, y me sonríe... 




Leer más...

Ninotchka

🌟🌟🌟🌟


Siendo yo muchacho, en León, en la Academia Cinematográfica de los Jóvenes Comunistas -la añorada ACJC- los comisarios políticos nos enseñaban que la camarada Yakushova era una traidora a los ideales del Partido. Ninotchka, la mujer, era un mal ejemplo para los jóvenes en formación; así que “Ninotchka”, la película, formaba parte del Índice de Películas no Censuradas pero sí Muy Poco Recomendables. El también añorado IPC-MPR...

Los maestros bolcheviques no eran como los inquisidores de los católicos: ellos no nos prohibían, pero sí desviaban nuestra atención, o nos advertían de los peligros. “Ninotchka”, en caso de que algún día cayéramos en la tentación, había que verla junto a un adulto que nos ayudara a digerir tamaño delito de sedición. Un comunista veterano que nos secara las lágrimas, que apaciguara nuestra ira, que nos consolara con la historia de alguien que hizo el viaje contrario en el mapa ideológico de Europa: alguna tovarich que pudiendo vivir como una princesa en París se decantó por compartir habitación con cuatro camaradas en el invierno de Moscú.

Pero yo, ay, no tenía adultos comunistas con los que ver “Ninotchka”, porque en mi familia todo el mundo era anarquista o simpatizante de Fraga Iribarne -los malditos extremos ideológicos. Y además, Carlos Pumares, en la reaccionaria Antena 3 radio, insistía en que la película de Lubitsch era una obra maestra que ningún cinéfilo, comunista o no, debía perderse. Así que una noche -supongo que en algún ciclo exquisito de La 2- cedí al vicio solitario de su luminosa contemplación. 

Y tengo que decir que nuestros maestros tenían razón: porque ver “Ninotchka” sin la guía de un adulto introdujo en mí la primera sombra de una duda. ¿Fue entonces cuando dejé de ser un católico soviético romano para convertirme en el socialdemócrata escandinavo que aún sigo siendo? Puede ser. Esa noche descubrí que yo era cinéfilo antes que comunista, y enamoradizo, antes que censor. Sentí, en los adentros insondables pero muy verdaderos de la tripa, que la camarada Yakushova había hecho lo correcto abandonando su patria para echarse en brazos de su amante. Entre el amor y la Revolución, lo correcto es elegir siempre el revolcón.





Leer más...

El incidente

🌟🌟🌟

En realidad los seres humanos ya lo estamos haciendo: suicidándonos. No es necesario que una toxina altere nuestros neurotransmisores para quitarnos la vida con lo primero que pillemos. Ya nos estamos suicidando de a poquitos, paso a paso, como bebés que aprendieran una técnica sostenida. 

Después de ver una película de catástrofes ecológicas siempre pienso que nuestro fin no será tan espectacular como estos de las películas. Iremos menguando en número, desapareciendo poco a poco de los ecosistemas, hasta que ya todo sea un lodazal desértico o improductivo. Dentro de unos cuantos siglos habrá un último hombre -o una última mujer- que ya no encontrará a nadie con quien aparearse y pondrá fin a esta historia tragicómica de paraísos y basureros que comenzó con Adán y su costilla. 

Mis vecinos de al lado -yo los observo sin querer- cogen el coche a todas las putas horas para hacer recorridos ínfimos por La Pedanía. 400 metros para llevar a los hijos al colegio y luego regresar, por ejemplo. Podrían enviarlos solos, caminando, que ya son mayorcitos, o en caso de padecer el síndrome de Madeleine, acompañarles en un corto paseo hasta allí. Pero no: para esa mierda de desplazamiento cogen el buga, que además es un buga de la hostia, a tope de humos por el tubo. Es el mismo buga con el que luego el padre hace la ronda de los bares, que están a la misma distancia del colegio, y con el que luego la madre se presenta en la peluquería o en el centro cívico a salvar lo poco que le queda de belleza, entre secadoras de pelo y ejercicios de Eva Nasarre. Todo eso, por supuesto, también está al lado de los colegios. 

Estos dos indeseables ecológicos tendrían que ser los primeros en suicidarse si las plantas de La Pedanía se comportaran como las plantas de Shyamalan, inteligentes y vengativas. La próxima vez que pasaran por delante de ellas, zas, una buena andanada de toxinas, para que ya no llegaran vivos al hogar. El problema es que las toxinas no distinguen entre los que conducen y los que van en bicicleta. Por dentro, todos somos los mismos monos sin pelaje. Apenas un 0’0001% de genes marcan la diferencia.




Leer más...

Los Soprano. Temporada 6

 🌟🌟🌟🌟🌟


El único personaje femenino que se salva de la quema es la doctora Melfi, la psiquiatra de Tony Soprano. Ella es una profesional estricta que guarda silencio de sus muchas sospechas. Es verdad que con el tiempo se nos ha vuelto un poco indiscreta y morbosa, pero quién no querría comocer cosas de esa gentuza tan peligrosa como fascinante.

Yahvé no podría salvar New Jersey por un justo que encontrara dentro de “Los Soprano”, porque no hay ninguno. Y justas, ya digo, solo una. Si ellos son unos sociópatas que viven de la extorsión y del asesinato, ellas, sus esposas y sus amantes, no van a renunciar a su vidorra por una cuestión tan tonta como los escrúpulos morales. Tanto peca el que mata como el que agarra de la pata, decía mi abuela. Las hay tan imbéciles que no sospechan de dónde viene el dinero; las hay tan listas que sí lo saben pero prefieren olvidarlo o racionalizarlo con excusas muy elaboradas. Cada vez que Meadow, la hija de Tony Soprano, le explica a su novio que sus parientes son “pobres gentes golpeadas por la miseria ancestral del Mezzogiorno”, éste desvía la mirada y piensa, avergonzado de sí mismo, que si ella no estuviera tan buena jamás se habría enredado con semejante familia de paletos irascibles y prostitutas voluntarias.

Carmela Soprano, la mujer de Tony, es quizá el personaje más repulsivo de la serie. A los matones les damos por descontados y sus crímenes no cuentan para esta aberrante clasificación. Carmela es la perfecta tonta del culo: tan lista que ha conseguido engañarse a sí misma de un modo absoluto. Ella sabe que su marido se dedica a negocios turbios, pero nada más. Puede que Tony rompa algún brazo o alguna jeta de vez en cuando, pero todo es lícito si el dinero sigue entrando en grandes fajos por la puerta, todo en B y libre de impuestos. En un episodio de esta sexta temporada, Carmela le cuenta a la doctora Melfi que se enamoró de Tony Soprano porque éste la abrumaba con regalos carísimos en los comienzos, aún sabiendo que seguramente los robaba. Los sociópatas nunca se extinguen porque siempre hay alguien dispuesto a mezclar sus genes con ellos.



Leer más...

Selftape

🌟🌟🌟🌟


Joana y Mireia Vilapuig son hermanas y residentes en Barcelona. Así las hubiera presentado Mayra Gómez Kemp de haber concursado en el “Un, dos tres” . Como son dos hermanas canónicas que discuten mucho y lo mismo se aman que se odian con vesania,Joana hubiera querido el coche para moverse por la jungla de Barcelona, mientras que Mireia hubiera deseado el apartamento en Torrevieja para descansar de tanto mamón y de tanta gilipollas como ronda por ahí. 

En la charleta distendida que venía antes las preguntas, ellas le habrían explicado a Mayra que son actrices y que se lo van currando de acá para allá en series medio ignotas para el gran público. Contarían que saltaron a la fama siendo unas adolescentes muy pizpiretas, pero que luego el prodigio se deshizo y la realidad se impuso con todas sus mamonadas. Con la edad, el desparpajo ante las cámaras se convirtió en insuficiente e incluso en innecesario: ahora, a los veintitantos años, Joana tiene un poderoso pechamen y Mireia es guapa de un modo extraño e irresistible. Es decir: que se convirtieron en objetos de deseo, lo que ofusca el criterio de los directores y el buen juicio de los cazatalentos. La belleza que sus cuerpos generaron se volvió contra ellas como sucede en los síndromes autoinmunes.

Esto es, al menos, lo que las hermanas Vilapuig cuentan en “Selftape”, que es una serie que intuimos muy personal, muy próxima a su realidad, aunque los legos en su biografía no sepamos exactamente lo que es real, lo que es ficción y lo que es ben trovato si non e vero. No es casualidad que sus personajes se llamen, sin disimulos, Joana y Mireia Vilapuig, y que ambas se dediquen a buscarse la vida por los castings y los rodajes.

En el último capítulo de “Selftape” me dio por pensar que esta serie es como el reverso tenebroso de “La maravillosa Mrs. Maisel”. Si en la serie american se contaba el ascenso a la fama de una mujer con mucho talento, en “Selftape” se cuenta el viaje muy triste de retorno. El descenso del puerto de montaña, entre lluvias torrenciales y caídas con raspones en cada curva. Un bajonazo con menos risas y menos colorines en la paleta. 





Leer más...

Salvad al tigre

🌟🌟🌟

Yo envidio mucho a los agentes comerciales porque no sería capaz de vender una Coca-Cola en el desierto. Para ganarse la vida de comercial hay que tener mucho carácter, o mucha jeta, y yo no tengo ninguna de las dos cosas. Al final siempre me podría la pereza o la timidez. O el nihilismo sobre cualquier afán. Si hubiera tenido que alimentar a mi hijo vendiendo seguros por las puertas o bienes inmuebles por las agencias -o colecciones de ropa como en “Salvad al tigre”- al pobre se lo hubieran tenido que llevar los servicios sociales para no morir de inanición. 

Los vendedores como Harry Stoner para mí son seres humanos excepcionales, casi rayando lo extraterrestre. Luego es verdad que la mayoría son unos liantes, unos aprovechados que te calan a la primera y te  endilgan un producto defectuoso o una cosa que no necesitabas. Pero yo de mayor querría ser como ellos: esa presencia, esa determinación, ese rollo que se gastan...

En “Salvad al tigre”, Harry Stoner está cerca de cumplir los 50 años y su mundo empieza a desmoronarse. Su empresa ya no vende y su pito ya no se levanta. O solo se levanta estimulado por bellas jovencitas, lo que viene a llamarse en medicina “pitopausia selectiva”. Harry, además, padece un estrés postraumático que ya le dura treinta años -y lo que te rondaré morena- de cuando salvó la vida por los pelos en la II Guerra Mundial. Yo, en cambio, que soy un funcionario acomodado, no tengo ninguna empresa que sostener, ni padezco -gracias a los dioses- ninguna variante de la pitopausia, ni he tenido que jugarme la vida en ninguna guerra comercial promovida por el IBEX 35. Con algunos años más que Harry Stoner, creo que estoy, sinceramente, un poco mejor que él. No tan guapete, ni tan peripuesto, porque me visto con cualquier cosa y me afeito de cualquier manera. Pero menos estresado, eso sí, alejado del tabaco y de los whiskazos. Y de la competencia diaria por sobrevivir en la selva de los tigres. 






Leer más...

El protegido

🌟🌟🌟🌟


“El protegido” parece una película sobre la forja y el autodescubrimiento de un superhéroe. Pero en el fondo es una película sobre aquella campana de Gauss que estudiábamos en el BUP. La película de Shyamalan podría incluirse en un ciclo titulado “Cine y matemáticas” organizado por la Universidad de León, compartiendo cartel con “Una mente maravillosa”, “La soledad de los números primos” y “π”, aquella locura de Aronofsky sobre la cábala judía . 

La campana de Gauss viene a decir que si usted figura en el extremo de una estadística, hay alguien, por cojones, que figura en el otro extremo para compensar. Si el esqueleto de Bruce Willis aguanta el choque de un tren, el de Samuel L. Jackson se quiebra con una brisa de primavera. Es una idea inquietante y poderosa. Desde que vi la película no paro de pensar en cómo serán mis polos opuestos, mis reversos positivos o negativos. Mis antipartículas exactas, que garantizan el equilibrio cuántico en el Universo. Si yo soy un positrón de virtud, él, o ella, viva donde viva, es el electrón que me anula con su pecado. Y viceversa. 

Si yo voto a la extrema izquierda, hay alguien que compensa mi voto confiando en Díaz Ayuso. Pero esto es solo el ejemplo más simplón... José María Arzak existe porque yo no sé freír un huevo frito sin dejar un resto de cáscara en la yema, que además se me desparrama por la sartén. Por no hablar de cómo queda la encimera de perdida con las salpicaduras... Alexander Skarsgard vino al mundo para follarse lo que yo nunca me follaré, y Drazen Petrovic se hizo baloncestista para meter las canastas que yo nunca metía ni bajo del aro. Magnus Carlsen, por poner otro ejemplo, emergió de una fluctuación en el vacío para clavar los movimientos de ajedrez que en mis dedos solo son mareos de perdiz. 

Sin embargo, en el otro lado de la campana, existe un funcionario absentista que coge todas las gripes que yo nunca cojo; un cafre medioambiental que no recicla los desperdicios de su vida miserable; un desalmado que abandonó a su perro justo cuando yo adoptaba a mi Eddie. Un tipo, también, que dobla mi media nacional para equilibrar la existencia de algún micropene entristecido.









Leer más...

El sueño eterno

🌟🌟🌟🌟


Una vez le preguntaron a Howard Hawks sobre “El sueño eterno” y dijo que él tampoco se había enterado de nada. Que por las mañanas le pasaban el guion y él se limitaba a rodar las escenas como un profesional. Perdido en la trama, él intentaba que Bogart soltara sus frases y que Lauren Bacall quedara la hostia de guapa -y para eso tampoco había que esforzarse mucho. Y con eso, el bueno de Howard ya se iba a dormir tranquilo y satisfecho. Lo demás era accesorio y puro blablablá.

Bogart y Bacall -que se habían conocido dos años antes en “Tener y no tener”- eran la pareja de moda en Hollywood y la Warner Bros. decidió juntarlos de nuevo para arrasar en la taquilla. “El sueño eterno” contó con cuatro guionistas para adaptar la novela -ya de por sí enrevesada, casi ilegible- de Raymond Chandler. Pero al parecer apenas se coordinaban entre ellos. Uno de ellos era el mismísimo William Faulkner, contratado para darle al guion más profundidad existencial y más empaque literario. Pero después de leer “Los días perfectos” de Jacobo Bergareche ya no nos extraña que Faulkner escribiera disparates o pasara de cogerles el teléfono a sus colegas, tan ocupado como estaba en beber hasta las trancas y acostarse con su amante de California. Los días perfectos...

“El sueño eterno” tiene una legión de seguidores que disimulan haber perdido el hilo de la trama. Unos se creen demasiado listos y otros se consideran demasiado cinéfilos. Es la solera de los clásicos, que los envuelve como en un aura de santidad. En las mentes de los simples siempre hay una justificación o una ceguera para no reparar en los defectos evidentes. La gente es así... 

No pasa nada por reconocer que “El sueño eterno” es un puro disparate de gángsters y maleantes. Da igual. La queremos lo mismo. Cada vez que Lauren Bacall aparece en pantalla todo cobra sentido de nuevo. No es que entiendas lo que está pasando, pero ella ilumina la escena y justifica las largas esperas. “El sueño eterno” es una metáfora de la vida misma: pasamos por ella sin enterarnos de nada, solo a la espera de que un nuevo amor justifique este rato tan aburrido y embrollado. Yo estoy de nuevo a la expectativa.





Leer más...

Frasier. Temporada 8

🌟🌟🌟🌟


En España solo se editaron en DVD las cuatro primeras temporadas de “Frasier”. Y a precios desorbitantes, además, como si los mercaderes nos creyeran precisamente psiquiatras estirados con terrazas en el skyline. Y no: “Frasier” también gustaba mucho a los bolcheviques que compraban las series cuando llegaban las ofertas en “El Corte Inglés”: el 3x2 que te ofrecían justo después de subir el precio de los productos... 

Pero en fin: así fui construyendo esta videoteca que algún día será legada al Centro Cívico de La Pedanía, ya que mis herederos no querrán esta morralla en sus apartamentos de 35 metros cuadrados. Y qué harán mis vecinos del pueblo, ay, con todo esto: ¿sembrar los DVDs en el campo a ver si salen lechugas plateadas?.¿Ensartar los Blu-ray en los postes de las tomateras para espantar a los pajaruelos? El camarada Lenin, cuando hablaba de culturizar al pueblo, creo que puso muy altas las expectativas.

A partir de la quinta temporada de “Frasier” tuve que recurrir al mercado internacional, allá en la primeriza tienda de Amazon, pero o los DVD pertenecían a otra región de los reproductores, o venían sin subtítulos en castellano para entender los chistes y las réplicas. “¿Qué hispanohablante puede interesarse por una serie como ésta?”, debían de pensar en los centros de distribución. Y no les faltaba razón: en treinta años de militancia nunca encontré a nadie con quien poder hablar de la arrogancia de Frasier, de la neurosis de Niles, de la belleza impechada de Daphne, la mujer del nombre de semidiosa... 

Solo una vez, a orillas del río Bernesga, en la zona acondicionada para perretes, un chico se acercó para acariciar a mi Eddie, y al preguntarme por su nombre y yo responderle exclamó:

- ¡Hostias!, como el perro de Frasier. Bueno, como el de su padre.

Casi me dieron ganas de abrazarle. Un Hermano, por fin, en esta vasta tierra de los infieles. El único que seguramente ya encontraré hasta el fin de mis días, en la abadía de los recuerdos. 




Leer más...

El inocente

🌟🌟🌟🌟

Louis Garrel me seguía en Instagram. O eso llegué a pensar -oh, vanidad de vanidades- una mañana de aquel crudo invierno. Un día me desperté y ahí estaba su foto -de tío guapo- y su nombre- de cineasta respetable- poniendo likes a varias películas que yo había colgado en este humildísimo rincón. Solo a las francesas, curiosamente, para darle credibilidad a su aparición. Y dentro de ellas, por supuesto, alguna en la que él mismo figuraba como actor o como director. Un parto bien aprovechado, don Louis.

“Louis Garrel Officiel”, aseguraba la presentación. Y yo pensé: ¿pero qué tiene que ver don Importancia con este chiquilicuatre del extremo norte peninsular? Y yo me respondí: nada, en verdad. Ni la teoría de los seis grados de separación ni pollas en vinagre. Así que entré en su perfil y descubrí que sólo había fotos de Garrel abrazado a Eva Green, de cuando rodaron “Soñadores” y todo en ellos era el esplendor en la hierba, que rezumaba. Nada más: ni rastro de otras mujeres, de otras películas, de otros avatares de su ajetreada biografía... Si era él, allí había una obsesión enfermiza que su jefe de prensa seguro que le afeaba. Y si no era él, estaba claro que un pajillero andante de Eva Green había usurpado su identidad. Y pajilleros de Eva Green, en las redes, habrá como cinco mil tirando por lo bajo, con lo guapísima que es, y el morbo que se gasta.

El perfil se esfumó a los pocos días. Se cansó de mí -pensé por un segundo- todavía jugando con esa imposible posibilidad. Y olvidé el asunto hasta que hoy, después de ver “El inocente”, me dio por buscar aquel perfil y encontré decenas de “Louis Garrel Officiel” pululando en Instagram. Supongo que son cinéfilas que lo aman, cinéfilos que lo desean, admiradores castos de su arte y su presencia... La cuenta que a mí me jipiaba, curiosamente, ya no está en cartelera.

 Puede que el pajillero terminara con todas las fotografías que existen sobre el rodaje de “Soñadores” y decidiera clausurar el chiringuito. No sé. Pero no se clausura así como así la labor de toda una vida, la obsesión de toda una vida. Así que el misterio continúa... Mientras tanto, sigo viendo sus películas.






Leer más...

Camino

🌟🌟🌟

Vivir enamorado de una mujer llamada María es un peligro para cualquier ateo moribundo. Porque te puede suceder como a la pobre Camino, que enamorada de Jesús, su compañero del colegio, pregunta por él en su lecho de muerte y dice amarlo más que a nadie, confundiendo a esos cuervos del Opus Dei que velan su agonía, y que la toman por santa cuando en realidad ella ya había emprendido el camino contrario antes de su enfermedad: el sendero de la hormona y del deseo sexual.

No quisiera yo que en la UCI del hospital pensaran que estoy invocando a la Virgen María -que Madre nuestra es y tal- cuando yo llamara a María en la última lucidez de mi amor, buscando su caricia y su consuelo. Así que, o nos cambiamos de nombre, o lo elegimos mejor, o empezamos a llamarnos con el diminutivo cariñoso.

Porque además, en los hospitales, con esta mierda del concordato que nunca se deroga, siguen pululando las sotanas a la caza de los últimos alientos, por ver si ganan un alma para la causa. Y yo, para más inri, porque en el fondo soy un comodón y un pequeñoburgués, tengo mi seguro concertado con una clínica privada que pertenece a un consorcio controlado por la Iglesia. Hay mucha monja y mucho curilla rondando por los pasillos cuando voy a hacerme los análisis o a pasar consulta de los achaques. Estos te ven tumbado en una cama diciendo “María, María...” y ya montan allí el tenderete apostólico, a ver si se aparece la Susodicha en forma de pájaro en el alféizar, o de brisa que trae la fragancia de las flores.

En fin, tonterías mías. Miedos muy profundos y particulares. Cualquier cosa con tal de no abordar de frente esta película. Primero porque esta vez -quince años después de su estreno- me ha parecido muy larga, muy ñoña, solo emotiva a ratos y musicada hasta el exceso. Y porque ahora mismo, en la vida real, tengo que vérmelas otra vez con estos fanáticos religiosos que interfieren en mi trabajo. Ocurre que... Pero no, no puedo contar nada. ¡Vade retro! Hasta aquí puedo leer, como decía Mayra Gómez Kemp en el “Un, dos, tres”. 






Leer más...

El bazar de las sorpresas

🌟🌟🌟

Antes de que los americanos inventaran Tinder o Meetic, los corazones solitarios que no iban a bailar se conocían en las agencias matrimoniales, que eran las oficinas de empleo para el amor. “Hombre formal busca mujer limpia y cariñosa para fines serios...”. 

Recuerdo que en León había una oficina medio clandestina allá por la Gran Vía de San Marcos, que entonces se llamaba Avenida de José Antonio. Nunca entré en aquel portal porque nunca lo necesité: primero porque me casé demasiado pronto, y luego, cuando me descasé, porque la revolución del amor ya había llegado a los ordenadores y a los teléfonos móviles. Ahora es tan sencillo como responder a unas cuantas preguntas, subir una foto y sacar la tarjeta de crédito de la cartera. Tan complicado como encontrar una aguja en un pajar, una media naranja en el limonar, un arquero de Cupido que no dispare borracho hasta las trancas. 

A mi hijo le hablo de aquellas empresas de colocación y todo le suena a chino mandarino, como una cosa analógica y preindustrial. Así que ya no le cuento que antes de las agencias matrimoniales existieron los anuncios por palabras en los periódicos y en las revistas. “Caballero viudo con buenos ingresos busca mujer hacendosa para emprender una nueva vida en común...” Te buscabas un pseudónimo, consignabas un apartado de correos y rebuscabas en “Las 1001 mejores poesías del castellano” alguna que no estuviera demasiado resobada.

Así es como se conocen, por ejemplo, James Stewart y Margaret Sullavan en “El bazar de las sorpresas”, enviándose cartas donde ambos demuestran su sensibilidad y su inteligencia. Y, sobre todo, su disposición para enamorarse. “Llevaré un clavel en el ojal y un tomo de Ana Karenina en el regazo...”. Lo típico, vamos. 

Ellos, sin embargo, no saben que ya se conocen en la vida real. Es más: que son compañeros de trabajo y que se tienen un asco muy educado y distante. Y es que la literatura, como nos pasa a todos, les embellece y les disimula. Cuando escribimos cosas bonitas no estamos mostrando el alma verdadera, sino engatusando al personal.




Leer más...

Cría cuervos

🌟🌟🌟🌟


“¿Por qué te vas?”, cantada por Jeanette, siempre me pareció la canción más triste del mundo. "Todas las promesas de mi amor se irán contigo...". Que levante la mano quien no haya tenido alguna vez el corazón triste, contemplando la ciudad, y la tonadilla en la cabeza. Un mérito incuestionable del señor Perales, del que tanto nos reíamos cuando escuchábamos a los cantautores malotes, aquellos de la farra nocturna y las titis a gogó. 

Puede que sea el contraste entre la letra -desgarradora- y la música –infantil o de feria. La voz de Jeanette -a la que yo siempre imaginé francesa por su acento y resulta que es nacida en el Reino Unido- ayuda mucho a darle ese tono depresivo. De tarde de domingo sin amor. A mí me gustaba mucho Jeanette en mis primeras mocedades: físicamente, digo, y cantarinamente. Salía mucho en nuestra tele en blanco y negro, amenizando las veladas. “Soy rebelde porque el mundo me hizo así/porque nadie me ha tratado con amor”. Jo: qué maravillosa justificación para ir haciendo lo que nos pete. Para que los psiquiatras y los psicólogos se forren escarbando en los traumas que según ellos explican nuestras desviaciones. 

Volver a “Cría cuervos” es volver una y otra vez a la canción de Jeanette. La niña Ana, la de los ojos que inspiran miedo y ternura al mismo tiempo, la pone todo el rato en su tocadiscos. Pero ella, por supuesto, no echa de menos al hombre que la dejó por otra, sino a su madre, que al morirse la dejó desamparada, en manos de su padre militarote y picaflor. “¿Por qué te vas...?” 

En su tarareo de niña sin mundo, la canción ya no es el lamento del desamor, sino la incomprensión sobre la muerte. Por qué tiene que morirse la gente, se pregunta Ana. Pero nadie se muere del todo -es un consuelo muy pobre- mientras haya alguien que nos recuerde. Y el fantasma de su madre se pasea por las habitaciones para reconfortar a Ana y ayudarla a entender. Geraldine Chaplin lleva siempre el mismo pijama de dos piezas, que suponemos mortuorio, como Bruce Willis llevaba siempre la misma gabardina en “El sexto sentido”. 




Leer más...

Los Soprano. Temporada 5

🌟🌟🌟🌟🌟


Todos los matarifes de “Los Soprano” llevan en el cuello la medalla de su Primera Comunión. Pero dudo mucho que el dios del Nuevo Testamento los acoja en su seno cuando ellos sean el alimento de los peces, o el festín de los gusanos. O eso, o los curas del colegio mentían como bellacos sobre la naturaleza de la divinidad. Claro que también decían que don Francisco Franco -ese psicópata de las guerras de África y luego de nuestra Guerra Civil- entraría en el cielo aplaudido por los ángeles.

Sin embargo, cuando hablamos de pecados veniales, los compijuegos de Tony Soprano ya son un poco como nosotros. Porque la carne es débil, y la mentira afila nuestras lenguas. Flaqueamos por interés, halagamos por conveniencia, cambiamos de principios si adivinamos un beneficio. Es ahí, en el pecado venial, en la disfunción cotidiana, donde estos sociópatas repeinados se nos vuelven humanos, comprensibles, vecinos de la cola del pan o comensales que zampan a nuestro lado en el restaurante. 

Se podría escribir toda una guía de “Los Soprano” -incluso una tesis doctoral en la Universidad de las Series- siguiendo la pista de los pecados capitales que les impulsan a actuar, y que muchas veces son la causa de su perdición. La gula, por ejemplo, altera sus fisonomías y les provoca malas digestiones; la soberbia les vuelve descuidados y vulnerables a la venganza; la avaricia les empuja a robar más de lo que deben, invadiendo territorios vecinales; la lujuria les despista de sus obligaciones como a sacerdotes entregados al fornicio; la envidia les susurra que se necesitan un coche más grande para acudir a las reuniones y ser escuchados con mayor respeto. La ira -sobre todo la ira- les hace tomar decisiones equivocadas que al final sellan su sacrificio ritual.

La pereza es quizá el único pecado capital que no conocen estos tipos. Es cierto que se pasan la vida jugando a las cartas en el Bada Bing, o tocándose las pelotas en la terraza del Satriale’s, pero cuando hay que coger la pipa o el bate de beisbol no dudan ni un instante. Son muy profesionales en lo suyo. El añorado Pazos derrama lágrimas cada vez que los ve. 





Leer más...

A la caza

🌟🌟🌟

La primera vez que escuché la palabra “cruising” -que es el título original de e película- fue en “La vida moderna”, aquel programa de radio que conducían Broncano, Ignatius y Quequé, y que luego se deshizo en parte por las censuras y en parte por las derivas personales. 

Cruising quiere decir, por aproximación, “hacérselo en el parque”, o “montárselo en los baños de la estación”. No tiene un equivalente obvio en el idioma de Cervantes. Para insultar y para describir una borrachera no existe un idioma más rico que el nuestro, pero en lo que importa de verdad, que es el progreso tecnológico y la satisfacción de lo sexual, nos quedamos siempre cortos o hablando en perífrasis. Supongo que todo esto viene de la Contrarreforma, que le concedió importancia nula a la ciencia y proscribió cualquier práctica sexual que no fuera heteromisionera, y además dentro de los plazos estipulados.

Hablando de curas, supongo que hubo alguno que en 1980 vio “A la caza” y consideró que el serial killer al que persigue Pacino era un ángel justiciero enviado por el Señor para purgar a los homosexuales. Puede que ese mismo cura luego le metiera mano -y cosas peores- al monaguillo de la parroquia, pero de estas incongruencias las hay a miles en las interpretaciones doctrinales. 

En “A la caza”, los métodos de Yahvé son sanguinolentos, salvajes, muy propios del Antiguo Testamento. Podría haber incendiado los barrios nefandos de Nueva York como hizo con Sodoma, pero en Sodoma todo el mundo estaba en el ajo y aquí un incendio se hubiera llevado por delante a gente inocente que solo servía copas en el garito o recogía los preservativos para el Servicio de Basuras. Así que Yahvé se decantó por un asesino de cuchillo en ristre y vozarrón en la garganta, que también es un recurso muy bíblico.

El otro día contaban en la radio que muchos de los extras que aquí se besan y se tocan en los bares de ambiente murieron a causa del SIDA no muchos años después. Para estos locos de los púlpitos, el virus fue un refinamiento vengador que se acomodaba mejor a la política del Nuevo Testamento. 





Leer más...

Bodas reales

🌟🌟🌟


Siempre que en la parrilla del TCM yo encontraba el título de “Bodas reales”, pensaba: esto debe de ser un documental sobre bodorrios regios, seguramente anglosajones, con toda la pompa y la circunstancia que rodea a semejantes indeseables. Mi madre, por ejemplo, tiene los DVD de las bodas borbónicas y todos tienen títulos muy parecidos. Me refiero, por supuesto, a las bodas últimas: cuando se casó la Menos agraciada, y la No me consta, y el parto bien aprovechado que se llevó finalmente a la mujer que yo tanto amaba: Leticia Ortiz, musa de mis telediarios nocturnos en  CNN + y luego de los diurnos en TVE, aunque ahí ya leyera los textos dictados por el gran capital.

El otro día, sin embargo, buscando ampliar mis horizontes, me dio por pinchar en la ficha de “Bodas reales” y descubrí que en realidad se trataba de una película de Fred Astaire dirigida por Stanley Donen. Un musical clásico, de los de toda la vida, con personajes que de pronto rompen a cantar o a bailar en medio de la vida civilizada. Yo antes odiaba estas transgresiones, pero ahora, no sé por qué, me parecen más reales que la vida misma. Tendemos a pensar -siguiendo a los griegos que inventaron el teatro- que la vida se mueve entre la comedia y la tragedia, y no es verdad: todo es una gran broma, un gran cachondeo que trasciende los géneros teatrales, y los musicales son el verdadero porro que llega a la esencia real de nuestras emociones. 

Cuando Jane Powell se pone a cantar en “Bodas reales” dan ganas de coger la pantufla y lanzársela al televisor, pobrecico, que ninguna culpa tiene. Pero cuando aparece Fred Astaire para llevársela a bailar y marcarse unos claqués sobre el escenario, a mí se me van los pies sobre el puf, y se me pone la sonrisa tonta de envidioso compulsivo. Yo, como Nanni Moretti en “Caro Diario”, siempre soñé con aprender a bailar. Pero este esqueleto, y esta musculatura, y esta coordinación lamentable, apenas dan para sostenerme en pie y no trastabillar al caminar.

(“Bodas reales”, por cierto, es la película en la que Fred Astaire baila por las paredes y luego por el techo. Dancing on the ceiling, como también cantó y bailó Lionel Ritchie, en homenaje).





Leer más...

El sexto sentido

🌟🌟🌟🌟🌟

Los fantasmas existen. Tenía razón el niño Haley Joel. Yo los negué durante treinta años, en la edad de la razón, riéndome de los crédulos, pero con el tiempo tuve que asumirlos como ciertos. 

Sin embargo, en la infancia, educado por los curas y nunca desmentido por los padres, yo creía a pies juntillas en el mundo sobrenatural, aunque no exactamente en la fauna espiritual que describía el catecismo. Aunque éramos un poco lerdos y nos daban mucho la matraca, nosotros ya sospechábamos que los ángeles custodios eran paparruchas que daban el cante como un mal efecto especial. Pero intuíamos que había otras metafísicas a nuestro alrededor, casi científicas, y que la membrana que nos separaba de ellas no siempre era opaca e impermeable: energías, presencias, seres informes que a veces decidían manifestarse... Así viví hasta la adolescencia, buscando psicofonías, jugando con las tablas Ouija, en un realismo mágico como de novela de García Márquez, hasta que llegaron las lecturas serias y las rebeldías contra todo lo aprendido, incluidas las del Más Allá.

El sexto sentido es, junto al sentido común, y al sentido arácnido de Peter Parker, el menos común de todos los sentidos. Pero también es verdad que se va afilando con la edad.  Viendo películas aprendimos que los muertos no se van a ningún sitio, sino que se quedan en casita, con nosotros, aunque atrapados en otra dimensión que a veces se solapa. Ahora doy fe de que he visto a estos fantasmas, y de que he tratado con ellos. En los primeros encuentros tuve miedo de estar loco, o de volverme católico, o de confundir a un muerto con un vivo en la tiniebla de las dioptrías. Pero con el tiempo les he ido cogiendo confianza, y al igual que Haley Joel en la película he aprendido a escucharles y a hacerles las  preguntas correctas, y me tomo el vaso de leche en su compañía. 

Treinta años después de mi apostasía, más cerca ya de la nada futura que de la nada primera, he ido aceptando a los fantasmas como habitantes extraños de mi vida. No dan miedo ni repelús. Si acaso un poquito de pena, y un algo de frío.






Leer más...

Still Crazy

🌟🌟

Soy un seguidor habitual del podcast “Tiempo de culto”. Lo escucho por el monte cuando paseo con Eddie entre los viñedos. Si no hay pájaros que canten, prefiero escuchar el programa antes que atender a mis propios pensamientos, ya repetitivos y muy poco fructíferos.

Ellos se llaman a sí mismos “el podcast de los Pollaviejas”, aunque sus responsables, Paco Fox y Ángel Codón, sean algo más jóvenes que yo. Si su polla es vieja, la mía debería ser vetusta, prácticamente inservible, y yo, la verdad, no la veo tan mal cuando llegan los entusiasmos. 

Da igual. Ese no es el tema. “Tiempo de culto” no es un podcast que trate sobre pollas -aunque a veces, porque esto es un corrillo entre hombres, la conversación derive hacia lo sexual o lo escatológico- sino un podcast sobre el cine de nuestras vidas. En Fox y Codón he encontrado el punto medio entre el cinéfilo cultivado y el cinéfilo provincial. Si hay que hablar de cine clásico, pues se habla; y si hay que hablar de majaderías contemporáneas, pues también. Lo mismo reina la inteligencia que el cachondeo. A veces tomo notas mentales y a veces me parto de la risa. Unas veces encienden la pipa del crítico petulante y otras se ponen a jalear la película como aquellos Gremlins que veían “Blancanieves”. Fox y Codón no esconden sus manías, sus contradicciones, sus gustos muy personales y a veces intransferibles. Me emociono cuando encuentro en ellos el respaldo a una pedrada muy personal; me frustro cuando recomiendan una película “de culto” y yo pico en el anzuelo y quedo herido de aburrimiento, con un desgarrón en la mandíbula.

No suele suceder, pero a veces pasa. Hoy, por ejemplo, sigo curándome  la herida con el Betadine y las gasas profilácticas. “Still Crazy” es cine de rockeros para rockeros. Y nada más. No tiene ni gracia ni chicha ni ná. Los Pollaviejas la ponderaban mucho en su programa, pero me da que hace tiempo que no la ven, o que con la banda sonora ya les vale para reivindicarla. Pues vale... Po fale... Esto del cine es United Colors of Benetton y aquí cabemos todos o no cabe ni Dios.





Leer más...

Succession. Temporada 4

 🌟🌟🌟🌟🌟


Hace dos años fue el Mandaloriano quitándose el casco ante Grogu; el año pasado, Saul Goodman y Kim Wexter fumándose un cigarrillo en la prisión. Todos los años tienen un momento seriéfilo que permanece en el recuerdo. Cuando ya no recordemos nuestro nombre ni el nombre de nuestros hijos, la mente, que es traicionera porque se queda con lo banal y olvida lo importante, seguirá recordando el final envenenado de “Succession”. Incluso desmemoriados, una mezcla de pena y asco por estos personajes seguirá revolviendo nuestras neuronas. 

Los revolucionarios franceses inventaron un calendario alejado de los santos y las santas -esos enajenados, y esas esquizofrénicas. Los sans-culottes llamaban a los días con los nombres de los frutos y de los pájaros, pero no dudo que en el siglo XXI hubieran instituido el Día de la Serie para celebrar que una ficción de nuestras vidas termina con un episodio redondo, y que gracias a ella nos hemos formado como personas, nos hemos entretenido como monos, y nos hemos informado de cómo viven las gentes ajenas a nuestra experiencia: en este caso, los hijos de puta -y las hijas de puto- que realmente dirigen las democracias tras la falsa cortina de las elecciones. Es decir: los que ponen la pasta, los que chantajean al presidente, los que controlan los telediarios, los que ponen a Ana Rosa Quintana -en Estados Unidos se llama Ann Rose Fith- para dirigir el voto de las amas de casa y los tontos del culo.

2023 ya será para siempre el año en que conocimos al sucesor (¿o sucesora?) de Logan Roy. Ha sido un parto larguísimo, pero todos los héroes de la antigüedad, y todas las semidiosas de las sagas, nacieron de partos complicados y atravesados. 2023 también será el año en el que se despedirá Miriam Maisel de nuestros televisores, y yo lloraré mi amor imposible por ella, tan lejos en la distancia y en el tiempo. Pero eso será dentro de unas semanas, cuando me reponga de este adiós que no será más que un hasta luego. “Succession” ha terminado, sí, pero la magia del píxel, del servidor remoto en el desierto, la tendrá siempre disponible para recuperarla.



Leer más...

El puente

🌟🌟🌟


"El puente", al principio, parece otra españolada de Alfredo Landa buscando suecas en bikini. O mejor sin bikini. ¡Pero no es posible! -nos decimos- porque esto es una película de Juan Antonio Bardem, y el tío de don Javier hacía cine social y reivindicativo, comunista incluso, aunque a veces tuviera que disimular ante la censura. 

Alfredo Landa es un mecánico que al llegar el puente de Ferragosto coge la moto y se dirige a Torremolinos para darse unas alegrías epicúreas: tomar el sol, zamparse una paella como Dios manda y luego, aprovechando la canícula, cuando las suecas yacen más aletargadas en la playa, presentarse como un latín lover capaz de dejarlas satisfechas en la cama. Lo tiene crudo -pensamos con malicia los feos del siglo XXI-  pero también es verdad que las tías se pirran por cualquier tolai que vaya vestido de motero: será la chupa, y la chulería, y la chepa que se les queda. La triple "ch" terrorífica. Mientras veo “El puente” lamento mucho no haberme comprado una moto en  mi juventud: me hubiera roto muchas costillas, sí , y puede que alguna crisma también, pero jo, resultado garantizado, como un conjuro de hechicero.  

En "El puente", Alfredo Landa tiene algo de “easy rider” que se alimenta no con porros, sino con bocatas de calamares. También tiene algo de don Quijote cuando cruza las estepas en busca de su sueño de mujer: Dulcinea de Estocolmo, o Ingrid del Toboso. No monta a Rocinante, pero sí a la “Poderosa”; y yo, que tengo mucha memoria para las cosas bolcheviques, confirmaré en internet que la “Poderosa” era la moto con la que Ernesto Guevara y su amigo Alberto Granado cruzaron el Cono Sur para tomar conciencia de la desigualdad y la pobreza. 

Tate, me digo: aquí está el señor Bardem preparando algo gordo. ¿Será finalmente Alfredo Landa el Che Guevara de la Mancha, él que solo iba a meterla en adobo y presumir luego ante las amistades? Sí, era eso. Pero no conviene ponerse muy estupendos: solo cuando Landa comprenda que las suecas quedan muy lejos de sus aspiraciones, sublimará sus instintos apuntándose a la lucha revolucionaria. De nuevo la terrible idea de que los tíos felices jamás se sumarán a las barricadas. 





Leer más...