El problema de los 3 cuerpos

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1. Si el planeta Krypton estuviera a punto de ser destrozado por la acción gravitatoria de tres soles en el cielo, yo, como Alto Comisionado para la Búsqueda de Ayuda Intergaláctica, no contactaría con los científicos de la Tierra, sino con los directores del cine porno, tan marginados y desconocidos. Porque ellos sí que llevan décadas resolviendo ecuaciones complejísimas con tres cuerpos involucrados. Si consideramos que p es el placer, F el cuerpo gestante y M el cuerpo no gestante, estableceremos como premisa que p1=FFM y p2=FMM, de lo que se deduce que p3=MMM y p4=FFF. Conclusión: que el enredo astronómico de tres soles palidece ante el lío anatómico de tres cuerpos humanos armados de lenguas, extensiones y concavidades.

2. Si hacemos caso a la propaganda que viene de Estados Unidos, los chinos no han parado de joder a la civilización occidental -y por extensión, al planeta entero- desde los tiempos de Fu Manchú. Si hace un lustro fue un habitante de Wuhan el que se comió un bocata de pangolín para desatar una epidemia mundial de imbéciles antivacunas, aquí, en la serie, es una astrónoma china la que responde con muy mala cabeza a la señal Wow! que captaron los radiotelescopios en 1977.

(Me dicen que la novela la ha escrito un chino... Será uno vendido al capital).

3. Es un hecho científico que la especie humana ha alcanzado su esplendor evolutivo en esta actriz mexicana llamada Eiza González. Ella es turbadora, perturbadora, más que turbadora... Estamos transitando un punto de inflexión fenotípico: si la gráfica se vuelve más convexa nos esperan varios siglos de humanidad mejorada y alucinante; si por el contrario se vuelve cóncava, puede que en unas 6 ó 7 generaciones las mujeres se empiecen a parecer a nuestras bisabuelas. De cualquier modo, mi generación degenerada ya no estará ahí para verlo. 

4. Conclusión: “El problema de los 3 cuerpos” ya lo habían cantado “The Alan Parsons  Project” en “Eye in the Sky”:


Yo soy el ojo en el cielo, mirándote.

Puedo leer tu mente.

Soy el creador de reglas, tratando con idiotas.

Puedo engañarte como a un ciego.





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Lo que queda del día

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"Lo que queda del día" es una obra maestra que siempre me jode el día cuando la veo. Supongo que me puede más la belleza que el desasosiego; el masoquismo de lo artístico que la paz de los insensibles.

No llego al llanto porque soy un machote ibérico y ridículo, pero siempre me pica la garganta cuando el señor Stevens, en la escena crucial, sorprendido en la lectura como si estuviera desnudo bajo la ducha, no le confiesa a la señorita Kenton que la ama. El mayordomo Stevens tardará veinte años en reunir otra vez el coraje, la gallardía, casi la honestidad, de confesarle sus sentimientos. Pero entonces ya será demasiado tarde y el destino se tomará su justa venganza. Es muy verdadero eso de que los trenes -los decisivos, los de larga distancia, no los cercanías ni los regionales- solo pasan una vez por la vida.

Cuando se cruza con Emma Thompson por los pasillos de Darlington Hall, Stevens finge ser medio autista o medio eunuco, quizá un asexual de esos ya tan raros por el mundo. Pero su trato distante sólo es un muro de defensa para no alimentar falsas esperanzas. Por la noche él la imagina desnuda para conciliar el sueño, y luego, por la mañana, se entrega al trabajo compulsivo para sublimar los instintos testiculares. Lo suyo no es dedicación, sino el abc del psicoanálisis.

El señor Stevens balbucea en el momento clave de la película. Se pone nervioso, cambia de tema, se balancea peligrosamente en la punta de su lengua, como un saltador de trampolín asustado. He visto la película seis o siete veces y siempre pienso que está a punto de arrancarse. Que le va a decir “te amo” aunque sea tartamudeando y con las tripas cocinando una cagalera. Un “te amo” que cambiaría su vida para siempre... Pero al final, como hacía yo en el instituto, como sigo haciendo todavía de mayor, Stevens se traga las palabras decisivas porque piensa que va llevarse un hostión definitivo, de los de no morirte del todo, que son los peores de todos. 

Stevens prefiere imaginar universos alternativos, inventarse excusas, refugiarse en la autocompasión. El señor Stevens ha decidido que es mejor vivir con la duda y vagar como un prefantasma por la mansión de los fantasmas.





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La comunidad

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Hace pocos días, en una tertulia de la radio, alguien sostenía que la cantidad mínima de dinero para vivir sin trabajar son dos millones de euros. El tipo -que no era economista, sino periodista deportivo- lo tenía todo calculado por si un día le tocaba el Gordo de Navidad o la herencia de una tía en Venezuela. Aseguraba que unos plazos fijos por aquí y unas letras del Tesoro por allá bastaban no para vivir como un marajá, pero sí para no tener que levantarse a las siete de la mañana y dejarse la vida en un empleo que a él ni le iba ni le venía.

Dos millones de euros son, curiosamente, traducidos al cristiano, 332 millones de pesetas, que son la cantidad exacta de dinero que Carmen Maura encontró bajo aquella baldosa de la cocina. Y estamos hablando de 332 millones del año 2000, con todo lo que ha llovido de inflación y de caradura de los empresarios. Así que fíjate: como para que la comunidad de vecinos no anduviera loca perdida tras las bolsas del dinero. 

“Prefiero el tiempo al oro”, cantaba Serrat en su himno de los locos. Y yo, que soy miembro de la cofradía, usaría esa pasta gansa para comprar tiempo de reloj y tiempo de calendario. Tempo para pasear, para leer, para ver más películas. Tiempo para tomar cafés en las terrazas. Y tiempo, también, para perderlo alegremente. Ser rico para convertir el tiempo en algo mío e inviolable. Para no tener que prostituirlo ante ningún empresario ni ante ninguna administración. Ser millonario no para vivir como tal, sino para quedarme a solas con mi tiempo, tan sagrado como los dioses de las escrituras.

Eso es lo que me más me jodía mientras veía esta obra maestra de Álex de la Iglesia (la única, por cierto, que ha parido): que estos imbéciles de la comunidad iban a dilapidar la pasta gansa como garrulos cejijuntos: en cochazos, en relojes carísimos, en vueltas al mundo sin sentido... Joyas y memeces. Abrigos de zorra y lujos de cabronazo. Gastos estrafalarios y presunciones de gañanes. Un puro despilfarro. 

(Sporting-Real Sociedad X: uno de los momentos míticos del cine español).





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Una cuestión de tiempo

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Viajar al pasado puede parecer un superpoder de la hostia, pero luego, metido en la harina de las paradojas temporales, te das cuenta de que acabarías loco perdido deshaciendo entuertos y cagadas. Ya lo dijo Ben, el tío de Peter Parker: “Cualquier gran poder conlleva una gran responsabilidad”. Y yo, desde luego, no la querría. O solo para eso que proponen en la película: ligarte a Rachel McAdams citándote con ella mil veces sin que ella se cosque de la estrategia, hasta dar con la conversación exacta y el gesto preciso que la predisponga a enamorarse. Y una vez conquistada, a tomar viento el superpoder, como quien se desprende de un reloj de oro oxidado.

Tiemblo solo de pensarlo si esta facultad de corregir tu propia biografía hubiera estado en manos de los Rodríguez de León y no de los Lake de Inglaterra. Porque en mi vida han sido innumerables los momentos ridículos, las meteduras de pata, las tonterías cometidas, las cagadas en el camino... Las cosas que dije y que me hubiera gustado desdecir, o corregir, o matizar. Los hechos que hubiera preferido deshacer, o enterrar, o borrar de los universos alternativos. Con este superpoder en mis manos -porque al parecer hay que apretar los puños para emprender los viajes temporales- me pasaría el día remendando y no viviendo. Sería un puto agobio. Un sinvivir. Viviría más, eso sí, porque podría repetir los mismos días hasta la extenuación, viviendo diez vidas en una, o mil, las que me diera la gana hasta que todo fuera perfecto, pero sé que al final me dejaría ir y navegaría junto a los demás en la única línea temporal que todos conocemos. Y que saliese el sol por Antequera.

Ligarte a Rachel McAdams -o su equivalente provincial- y poder hablar por última vez con los seres queridos: este súperpoder no sirve para mucho más. Y yo, en mi caso, ya ni eso. Porque siguiendo las reglas marcadas en la película, regresar a 1996 para despedirme mejor de mi padre significaría, que mi hijo, nacido después, ya no sería él, sino otro diferente, y eso sí que quiero dejarlo como está. Menos mal que hay cosas que no son verdad y además son imposibles. 




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Repulsión

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Mi amigo dice que si hubiera nacido tía buena -pongamos por caso, Catherine Deneuve en “Repulsión”- llevaría siempre una pistola en el bolsillo para defenderse de los cien fulanos que le acosarían cada día por las calles. Miles, dice él, si viviera en una ciudad más grande que este villorrio En eso mi amigo está con las feministas más radicales del panorama, que proponen la implantación de la Asociacíón Nacional del Rifle en España. 

A mí, claro, todo esto me parece una exageración. Desde el violador merecedor de un disparo -ese sí- al simple viandante que desvía una décima de segundo la mirada existe un abismo de maldades antropoidales. Es verdad que todos los hombres somos unos macacos en busca de jodienda, pero la mayoría no merecemos una Beretta puesta en los cojones simplemente porque el instinto nos hace una jugarreta en forma de ojo atrapado en la sima de un escote. También es verdad que hay ojos y ojos...

Yo sé lo que mi amigo quiere expresar con su boutade: que nacer tía buena es una potra evolutiva de la hostia porque te permite aparearte con los machos más interesantes de la especie: por guapos, o por ricos, casi siempre por ambas cosas, pero al mismo tiempo te convierte en objeto de miradas que tú no pides y que te incomodan la jornada. Hay tías buenas (pocas) que viven esta admiración como un halago constante que inflama su orgullo; otras lo llevan con más o menos resignación, y otras, directamente, fantasean con llevar la Beretta en el abrigo. O con tener un buen candelabro a mano, como Catherine Deneuve en la película, o una navaja barbera bien afilada escondida entre los potingues.

También es verdad que el caso de Catherine Deneuve no sirve mucho como referencia porque su personaje en "Repulsión" está como una puta cabra. Lo merezcan o no lo merezcan, ella mata a los hombres simplemente por ser hombres. Maormente porque le repugna el olor de su sudor. Dudo que mucho que las feministas propongan su canonización. Además, las feministas ya no ven las peliculas de Polanski.



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Nos vemos en otra vida

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Mangantes descerebrados como “Baby” yo conozco a unos cuantos en La Pedanía. Y ya ves tú, La Pedanía, que es como el 2% de Avilés... Mis vecinos -por llamarles de algún modo- también son gente del mundo marginal con medio dedo de frente mal medido. Gente con la que es mejor no cruzarse por la vida. Mis “Babys” también conducen su buga a todo lo que da, sin pensar en un posible atropello o en un choque frontal que los deje parapléjicos. Dejando aparte su defectuoso cableado neuronal, suelen ir pasados de rosca con alguna sustancia y además saben que hay un nicho ecológico de titis a las que molan cantidad.  

No puedes permitirte un solo roce con ellos, una mala mirada, un intercambio de opiniones... Explotan a la primera y llevan todas las de ganar. Y siempre habrá alguien -y los creadores de la serie tontean con la tontería- que intercederá por ellos y tratará de justificarles con argumentos sociológicos de parvulario: “Soy rebelde porque el mundo me hizo así, porque nadie me ha tratado con amor”.  Hay que joderse, con la canción de Jeannette.

¿Y esquizofrénicos como Trashorras? Pues también conozco a un par de ellos en La Pedanía. En este caso a un par de ellas, pero da igual. Gente así de zumbada ya sabemos que la hay en todos los sitios. Porque la locura, como la estupidez, no distingue de sexos, razas o religiones. 

Quiero decir que si Mina Conchita hubiera estado en estas montañas y no en las montañas asturianas habríamos sido nosotros -bueno, ellos, los pedáneos, que yo no nací aquí- los que hubieran salido en los telediarios del año 2004 y ahora serían recordados en esta serie que, por lo demás, va camino de ser la serie española del año: es tenebrosa, insidiosa, y tiene a este actor llamado Pol López que parece sacado del mismo puticlub donde Trashorras dilapidaba su pensión.

(Por cierto: yo, por más que miraba, no vi a ningún etarra en la función. Me he acordado mucho de aquellos días de 2004 viendo la serie. De cómo nos engañaron, o mejor dicho, de cómo quisieron engañarnos, porque solo los gilipollas creyeron a esos otros sociópatas que comparecían trajeados en las ruedas de prensa).





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Millennium: Los hombres que no amaban a las mujeres

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Gracias a las ficciones de Stieg Larsson supimos que en Suecia también había fachas esperando la llegada del IV Reich. Y fue toda una decepción, la verdad; una apertura de ojos forzada por dos bofetones de realidad. Cuando Stieg se nos murió y leímos sus crónicas periodísticas comprendimos que el facherío sueco también despertaba de su letargo, se infiltraba en el poder, aspiraba a pisar de nuevo las montañas nevadas... Los fachas influyentes y trajeados que aparecían en su trilogía no eran psicópatas de ciencia ficción, sino señores muy verosímiles basados en sus pesquisas. 

Antes de que Lisbeth Salander llegara a nuestras vidas para convertirse en un icono pop habríamos jurado que Suecia era territorio no friendly con el fascismo. Suecia, joder, era el paraíso de la socialdemocracia, el reino idílico de las suecorras. Habríamos apostado cien coronas a que allí los nazis eran una especie extinguida después de la II Guerra Mundial. Porque psicokillers los hay en todos los lados, y hackers de sexualidad bífida como Lisbeth Salander también, y aunque ambos personajes sean el cogollo de la trama, enrevesados y siniestros cada uno a su modo, en realidad no nos sorprendían tanto. Yo mismo tuve una amante que se creía Lisbeth Salander porque sabía de informática profunda, tenía veleidades lesbianas y poseía esa puta memoria eidética que sirve para aprobar una oposición mientras te rascas el chocho o los cojonazos. Lo realmente sorprendente del universo Millenium eran los fachas suecos, tan mitológicos como los comunistas de Las Vegas.

Recuerdo que cuando se estrenó la película en España había imbéciles que sostenían que aquí no existían los fachas porque no existían los partidos de ultraderecha. Los que leíamos los periódicos sabíamos que había unos cuantos y que militaban todos en el PP. Lo que no sabíamos es que había tantos -una puta plaga- y algunos tan próximos -en el círculo íntimo- cuando por fin se separaron de la nave nodriza. 






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La red social

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Cuando Facebook todavía se llamaba The Facebook y aún no había traspasado los ámbitos universitarios, un amigo le preguntó a Mark Zuckerberg si conocía el estado sentimental de Fulana de Tal para iniciar una maniobra de aproximación.

-No lo sé -le respondió Zuckerberg-. No la conozco lo suficiente. Las chicas no van por ahí con un cartel de "Disponible" o "No disponible".

Y en ese mismo instante, sin llegar a terminar la frase, traspasado por el mismo rayo de lucidez que electrocutó a Arquímedes en su bañera, Zuckerberg comprendió realmente para qué iba a servir Facebook, su niño bonito: no para conectar gustos y experiencias, no para hacer el mundo más grande, no para socializar ni para vender entradas de los conciertos, sino para conocer la predisposición sexual de las personas. Facebook sería una hermosa pradera de color azul donde desplegar la cola de pavo y bichear un poco al personal. La más antigua y poderosa de las intenciones humanas. Todo lo demás es perifollo y disimulo. 

Zuckerberg -que a decir de la película desarrolló Facebook para impresionar a una chica que le abandonó- comprendió que los usuarios iban a usar su herramienta para celebrar la danza de los sexos. Primero serían cien, pero si la cosa tenía éxito, luego ya serían mil millones. Los dólares también.

Hace unos meses, en Instagram, que es la hija bonita de Facebook ahora que la matriz original ya solo la usamos los carcas y los despistados, apareció una nueva red social llamada “Threads”. El algoritmo secreto detectó que yo escribo mucho y mal y me puso en contacto con otros fracasados de la novela: gente que se autoedita, que pena por las editoriales, que se queja de que nadie hace ni puto caso... Y yo me dije: hostia, qué raro, una herramienta cultural, de hermanamiento literario... Realmente una red social y no una red sexual. Pero el engaño apenas duró una semana. Ahora, ya presentados todos, hemos vuelto a lo de siempre: tías buenas que claman por un hombre de verdad y amargados literarios que exhibimos las plumas mustias a ver si alguien se apiada (sexualmente) de nosotros. En realidad, todo es el universo de Tinder expandido.





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La habitación del pánico

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Yo también tengo una habitación del pánico en mi casa. Y ya ves, sin vivir en Central Park ni nada parecido. La mía es una casa modesta, de renta asequible, al borde justo de la civilización. El pueblo, La Pedanía, ni siquiera aparece en Google Maps... Y sin embargo, cuando alquilé la casa, descubrí que venía con una habitación para refugiarse de los males del mundo. Es ésta misma en la que ahora escribo, y luego leo los libros, y duermo por la noches con la profundidad de los niños. 

Parece una habitación normal, con su puerta convencional, sus paredes de yeso, su ventana que da a los campos cultivados... De hecho, mi casero, que construyó la casa con sus propias manos, no tiene ni idea de este asunto. Porque ésta es una habitación más mental que física. Un simbolismo de mi vida retirada. También es verdad que por algún efecto acústico aquí llegan muy amortiguados los ruidos del tráfico, y como además no hay vecinos dando po’l culo ni dándose po’l culo, aquí uno encuentra algo muy parecido a la paz de los conventos. Te puedes concentrar en la dificultosa tarea de hacer algo, o en la trabajosa tarea de no hacer nada y rascarte la barriga.

Mi habitación del pánico no serviría para encerrarse y llamar a la policía si una banda de ladrones entrara a robarme. Pero qué iban a robar aquí, los albanokosovares con pasamontañas, si Eddie y yo sólo tenemos mantas con pelos, y libros, y sartenes baratas del supermercado. No hay nada que rascar: no hay cash, ni relojes de lujo, ni joyas de la abuela. Es una habitación del pánico para huir... del pánico. Del mal tiempo metafórico. Del miedo y de la duda. De las experiencias chungas. De las hostias de la vida. De los sinsabores. De las meteduras de pata. De los giros del destino. 

Mi habitación del pánico es más un convento de monje que un búnker de paranoide. Pero es, sobre todo, un refugio para descansar de los amores torcidos, y de los retorcidos. Un sanatorio mental donde ya no azuza el deseo, ni vibra el teléfono, ni acalambra la contradicción. Curiosamente, ellas también encontraron aquí su paz y su refugio, huyendo de hombres muy chungos o del miedo a la soledad. Aquí cargaron las pilas y luego siguieron su rumbo sin darme las gracias. El pánico por perderlas era sólo mío. 





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Seven

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Cuando se estrenó “Seven”, en 1995, yo estaba obsesionado con los pechos de R. Una lujuria de campeonato, de Primera División de los pecados capitales. John Doe me podría haber elegido perfectamente como cordero sacrificial. 

Pero que no se me entienda mal: detrás de aquellos pechos -pluscuamperfectos en una esfericidad que yo adivinaba bajo las blusas, porque así, mondos y lirondos, nunca los llegué a ver- vivía una chica simpática y risueña, con un punto excéntrico que hubiera sido el contrapunto exacto a mi timidez. R. era del sur y ceceaba mucho al hablar, y yo me partía el culo con sus chorradas y con sus equívocos. Ahora que lo recuerdo, R. quizá bebía un poco demasiado. 

Pero a mí me daba igual. R. no era ni guapa ni fea: simplemente no podías apartar la mirada cuando te hablaba. Era del Barça a muerte, pero eso no impedía mi loco deseo por ella. Es más, lo acrecentaba, porque yo era el único del grupo que poseía la llave mágica del Canal +, así que los domingos ella se autoinvitaba a mi salón para ver los partidos descodificados de su Pep, el Guardiola, por el que bebía los vientos futbolísticos y sexuales. 

Venía sola porque a nadie más le gustaba el fútbol en aquella pandilla de progres y pre-marujas, y se sentaba a mi lado en el sofá para cantar los goles a favor -dando voces como una bendita pirada- o lamentar los que caían en contra -echándose sobre mi hombro para fingir que lloraba. Quizá nunca entendió que yo estaba enamorado porque jamás tuve una erección en su presencia. De joven, mi autodominio era casi de yogui, o de monje con cilicio. 

Un día me propuso ir a ver “Seven” al cine porque sola -me dijo- se iba a cagar por la pata abajo. Por entonces yo ya tenía claro que R. sólo quería ser mi amiga y nada más. Ella se acostaba con hombres que eran la antítesis de mi persona: morlacos musculados, de mentes simples, con penes me imagino que caballunos... Aun así, antes de apagarse las luces del cine, yo miré sus pechos de soslayo un par de veces. Eran tan... prometedores. Pero luego cayó la oscuridad y durante dos horas, ni aun teniéndolos a treinta centímetros de distancia, volvía a acordarme de ellos. Una puta obra maestra, “Seven”.





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Los amos del aire

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No es solo que sean valientes, compasivos, americanos de pura cepa... Es que además son muy guapos, los jodidos. Ellos, a diferencia de los malos, no bombardean sin mirar, no fusilan al tuntún, no violan a las aldeanas. Los aviadores del 100ª Grupo son los ángeles de la guerra. Solo con eso, y con jugarse la vida a los mandos del aparato, ya serían los reyes del folleteo en la base militar. Pero es que además tienen planta, maneras, sex appeal... Caminan como cowboys y sonríen como estrellas de Hollywood. Esa mezcla de olores entre el Varon Dandy y el residuo de queroseno tiene que ser irresistible. Son los Don Draper del aire. Los putos amos del aire. 

Digo los actores, claro, porque al final del último capítulo, cuando comparan la foto del actor con la persona real que luchó en la guerra, te das cuenta de que aquellos pilotos pertenecieron a otra generación menos afortunada. En lo fenotípico, digo. La Gran Depresión los crio medio raquíticos o cabezones, sin yogures desnatados ni cereales enriquecidos. Algunos son guapetes, sí, pero con un deje de mustiedad. Podrían pasar el casting para una película que hablara de nuestra propia posguerra. Salen fotos de cuando se casaron con sus mujeres -casi todas conquistadas en Europa en plena fiebre del combate- y ves que ellas tampoco son muy guapas, chicas del montón aunque con un brillo inteligente en la mirada. Fue una generación muy doliente y resabiada.

Quiero decir que en “Los amos del aire” se han pasado cantidubi con el casting y eso inhibe mucho las emociones. Empatizas, pero no simpatizas (¿o es al revés?). Te chirrían las neuronas espejo. Se te van los ojos en los combates aéreos y en la resolución final de los destinos en suspenso. Apple TV se ha gastado una pasta gansa en un producto que no sé cuántas personas verán en realidad. Creo que en España tienen cuatro abonados y medio y yo no soy uno de ellos. Pero entre medias, digo, todo te da un poco igual: conversaciones inanes y machirulas entre fuckers con uniforme. El mundo ajeno e inalcanzable de las hombrías verdaderas. 




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Desconocidos

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En los Maristas tuvimos un compañero de clase que también perdió a sus padres con 12 años, y en un accidente de automóvil. como el protagonista de “Desconocidos”. Sucedió en la famosa curva de la N-630 donde luego se mató un médico muy afamado de León. Y no fueron los únicos: la curva tenía un apodo muy tétrico que ahora mismo no recuerdo. Siempre había flores frescas en la cuneta a modo de homenaje. No sé si en Inglaterra también tienen esa costumbre que te pone los huevos de corbata cuando pasas en bicicleta. 

El nombre de mi compañero tampoco lo recuerdo. Es mentira que con la edad recuerdes con más claridad los tiempos escolares. El chaval era bajito, rubio, atildado, con una voz apenas arrugada por las hormonas. Es como si el trauma le hubiera aplazado el desarrollo. Se fue a la universidad como si nunca hubiera pasado por el bachillerato. No jugaba a ningún deporte, no participaba en conversaciones obscenas, no se metía con los curas cuando conseguíamos una distancia de seguridad. Pero tampoco parecía un prosélito de los cristianos, un futuro marista que ya hubieran captado los ojeadores, siempre a la caza de voluntades débiles y de culitos apretados. Nuestro compañero, simplemente, era rarito, amable, muy poco comunicativo. 

Me he pasado todo la película tratando de rescatar su nombre... Me viene Luis, pero no era Luis. Hacía, no sé, treinta y tantos años que no me detenía en su recuerdo. Pero es como si “Desconocidos” narrara un poco su vida de después. Porque, además, estábamos convencidos de que X era gay, o algo gay, “con tendencias”, como decíamos entonces. Eran otros tiempos, sí, pero no tan hirientes como se dice por ahí. Es verdad que usábamos un lenguaje inadecuado, pero por dentro nos daba todo igual. Leyendo “El Jueves” y viendo películas aprendimos, sin que nadie nos enseñara, que allá cada cual con su verga y con sus predilecciones de frotamiento. Es verdad que usábamos mucho la palabra “maricón”, en plan rastrero y ofensivo, pero sólo si el tipo nos caía muy mal. Y éste no era el caso.



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Robot Dreams

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“Robot Dreams” cuenta la historia de amor entre un animal antromorfo y un robot de compañía que venden en Ikea. Es una pena que la película esté dirigida al “público familiar” porque aquí había mandanga de la buena. De haber sido más explícita nos hubiera obligado a añadir dos letras a la retahíla LGTBIQ...: la P de los perretes y la R de los robots enamorados.

Es obvio, aunque no se muestre, que los robots de la película son muñecos sexuales y que los perretes que los compran están hartos de hacerse pajas en la madrugada. “Robot Dreams” es la versión Walt Disney de “Tamaño natural”... Y lo entendemos, claro, porque una propuesta sin edulcorantes hubiera fracasado en taquilla y no habría optado al premio Oscar de Hollyvood. (Por cierto: los medios de comunicación dan tanto la matraca cuando una película española opta al galardón que uno, sin quererlo, le coge manía sin haberla visto, seguro de que sus rivales son mucho mejores y de que aquí hacemos patriotismo incluso con la mierda de nuestros culos. Tienen que pasar varios meses antes de que se te deshiele el resquemor y descubrir que, a veces, tras las soflamas y las banderas al viento, había una buena película de verdad).

Hace años que Ana Botella ya sólo ve las películas que pasan por 13 TV y los bodrios lacrimógenos que rueda el converso de José Luis. Pero si viera “Robot Dreams” en compañía de sus nietos -o de sus bisnietos, ya no sé, porque estas familias consagradas a Cristo siguen procreando como si vivieran en madrigueras- doña Ana sería tan imbécil del culo que no se coscaría de la aberración sexual que aquí vemos todos menos ella. 

Cuando se aprobó el matrimonio homosexual, doña Café con Leche llegó a vaticinar que algún día los socialcomunistas nos “obligarían” a yacer sexualmente con nuestras mascotas. Ya no peras con peras, sino manzanas con tornillos. Parecía muy imaginativa, Mrs. Ánsar, aparte de muy facha, pero no le da la cabeza para imaginar que en Nueva York, antes de que los enemigos de Jesús derribaran las Torres Gemelas, nuestras mascotas pudieran desfogarse con unos robots muy complacientes que vinieron del futuro. 




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O corno

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“Curas, guardias, chorizos y otras gentes de mal vivir”: en aquella portada del Makinavaja salían un obispo orondo y un picoleto con cara de mostrenco, y Maki y Popeye en representación de los chorizos. ¿Hemos avanzado algo en estos últimos treinta años? Pues sí, la verdad, un poco. Los curas van desapareciendo poco a poco del escosistema, los picoletos saludan y dicen buenos días cuando te interceptan en la carretera y los chorizos ya no te navajean en las esquinas sino que te atracan a través de las comisiones bancarias y de las subidas de los precios. 

Pero en 1971, en los tiempos de “O corno”, los curas mandaban mucho en España. De hecho, eran los amos del país. Incluso los tecnócratas que se ocupan de lo económico pertenecían al Opus Dei y a sectas parecidas. Franco no era más que un muñeco sanguinario – el “Chucky del Ferrol”- al que un arzobispo manejaba con la mano metida por su culo. España, en 1971, era una teocracía iraní con ayatolás bien afeitados que llevaban un pin de Jesucristo en la solapa. Nada que envidiar. 

La gente, acogotada por el catecismo, andaba bien jodida en lo sexual. Es decir: mal jodida. Se follaba poco, y mal, y a escondidas, y con consecuencias devastadoras para las mujeres en caso de embarazo no deseado. En caso de tal, las hijas de los hijos de puta volaban a Londres y de paso compraban unos cuantos discos que por aquí no se encontraban. Pero las hijas de los pobres se veían abocadas a la percha o a la “medicina tradicional” de las curanderas. España era como Rumanía en la película aquella... Tampoco nada que envidiar. Un medievo con suecas en Benidorm.

En esto del aborto, la verdad, tampoco hemos avanzado gran cosa. Ahora es legal, pero según donde vivas es impracticable en muchos kilómetros a la redonda. Y no siempre gratuito si te van cerrando las puertas en las narices. Es una puta vergüenza. Los médicos carcas aún siguen mandando lo suyo. De hecho, han heredado la moral de los ayatolás. Los fachas, como la vida, siempre se abren camino.

¿Y la película?: pues un rollo. La enésima producción española ensalzada por la crítica porque “hay que hacer industria”. Yo lo entiendo, pero es un engaño al espectador. "O corno" es, como mucho, una curiosidad. Menos mal que ahora, gracias a internet, también opinamos los hijos de la portera. Y de la partera.




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Creatura

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¿Una película valiente? ¿Por qué? ¿Porque sale una mujer masturbándose en riguroso directo? No sé... estamos en el año 2024. Si nos atenemos a ese criterio, el Pornhub está lleno de gente valiente que filma sus autosatisfacciones. Un comando de kamikazes, vamos. "Creatura" no es la primera película "respetable" que muestra a una mujer con un dedo bajo las bragas. Menuda tontería de meritocracia.

¿Una película atrevida? ¿Por qué? ¿Porque sale una pareja hablando de sus cosas sexuales, que si ponte tú encima o no me toques de esa manera? Insisto: estamos en el año 2024. Lo raro es lo contrario. Ya no tiene ningún mérito cinematográfico ni humanístico. La educación sexual en los institutos -quien la tuvo- no sirvió para nada porque todo el mundo iba a descojonarse, a reírse del ponente, pero la educación sexual de la vida sí nos ha enseñado a dialogar y a capear los egoísmos. Una pareja sentada al borde de la cama -y no ejercitándose sobre ella- también forma parte de nuestra educación sentimental.

Entonces, ¿por qué tanta alabanza, tanto adjetivo, tanto aplauso casi unánime de la crítica? “Creatura” es aburrida como una paja sin deseo. Chas-chás y a otra cosa, mariposa. La otra película de Elena Martín, “Júlia ist”, era bastante mejor. Arrojaba más luz sobre el universo femenino. Tenía más enjundia sin resultar tan psicoanalítica. 

“Creatura” no explica nada. El misterio de la sexualidad intermitente y caprichosa de Mila nunca se desvela. O a lo mejor se trataba de eso, de no desevlar. También entiendo que rodar una película sobre el deseo masculino es una suprema tontería. Nuestro deseo es lineal, constante, previsible. Es una ecuación de primer grado. Nos apetece siempre y a todas horas, como un “Seven eleven” abierto 24 horas. Entre y sírvase. El deseo femenino, en cambio, es un mandala, un fractal, un barroquismo de volverse uno tarumba. Y “Creatura”, en eso, nos deja como estábamos. Es más: lo deja todo más oscuro todavía. Un tocamiento subrepticio.





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Larry David. Temporada 4

🌟🌟🌟🌟🌟

Larry David me cae de puta madre aunque sea millonario. El día que los soviets de California tomen el Palacio de Invierno y los palacetes de verano, yo intercederé por él ante mis camaradas. Porque Larry se ha currado su vidorra de verdad. Se la merece. Él no es un empresario al uso, un cerdo capitalista con sombrero de copa y habano Montecristo. No es un hijo de puta que ha amasado su fortuna explotando a los trabajadores. No se merece picar piedra en el desierto de Mojave. 

Larry es un tipo legal, ingenioso, mi superhéroe del humor. El espejo cachondo en el que me veo reflejado. A Larry se le ocurrió una idea genial, la compartió con Jerry Seinfeld y juntos crearon la mejor telecomedia de todos los tiempos. Ése es todo su pecado. Todos los dólares que le lluevan encima son pocos. Cuando a los demás ricachones los expoliemos, a él le dejaremos tranquilo en su chalet viendo los deportes por la tele.

Porque, además, si yo fuera millonario, sería como él. “If I were a rich man...” En cierto modo él es un quintacolumnista del proletariado. Un millonario sin alma de ricachón. Él va que chuta con una camiseta y un pantalón prêt-à-porter. Sólo se viste de etiqueta cuando su esposa se lo pide o cuando tiene que venderle un nuevo proyecto a la HBO o a la NBC. Yo eso lo entiendo. La vida te demanda cosas, te exige sacrificios para follar o para agradar a tus superiores. Yo también tengo ropa medio sofisticada en el armario para las grandes ocasiones... Es verdad que mis amantes me obligaron a comprarla, pero la tengo.

Larry prefiere un hot dog en el estadido de béisbol a un plato sofisticado en el restaurante más pijotero. Ya digo que es un poco como yo, que también prefiero un buen kebab a una “experiencia” en el "Diverxo" de los cojones. Y si yo estuviera forrado como él también jugaría al golf los domingos por la mañana. No se lo echo en cara. Me flipa ese deporte. Es la mezcla ideal entre el paseo campestre y el ejercicio de precisión, y de templanza. Me pasaría horas en los campos, aprendiendo, disfrutando, jugando a ser el clasista asqueroso que no soy. Espiando desde dentro a esa gentuza.




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¿Qué me pasa, doctor?

🌟🌟🌟🌟


Mientras los coches se perseguían sin tregua por las calles de San Francisco me puse a recordar las películas ambientadas en la ciudad y me salían unas cuantas: “Vértigo”, “Bullitt”, “Mi nombre es Harvey Milk”, “El origen del planeta de los simios”... Y “Las calles de San Francisco”, claro, que no era una película, pero sí una serie de mi infancia.

Si sumara todas las horas de mi vida que he pasado en San Francisco -sin contar los partidos de los Golden State Warriors jugando como locales- casi me sale un día entero haciendo turismo por sus cuestas empinadas y sus calles que de pronto desembocan en el mar.

En la puta locura de esta película también me acordé mucho de Carlos Pumares, pobrecito, cuando un día abroncó a un oyente por decir que Barbra Streisand, además de cantar como los ángeles, le parecía muy guapa. 

- Cantar, canta como Dios -le dijo Pumares-. ¿Pero guapa? ¡Pero si es bizca! ¡Y tiene una nariz kilométrica! ¿Guapa, la Streisand...? Hombre, por Dios... ¿Usted se ha fijado bien? Pero eso sí: despertarse a su lado mientras te canta al oído yo lo firmo. Eso sí. ¿Pero guapa...?

Y me acordé de esto porque en “¿Qué me pasa, doctor?” Barbra Streisand está realmente guapa: bizca, sí, y narizona, porque eso viene de natura, pero guapa. Un fifty/fifty entre Pumares y su oyente. También es verdad que Barbra tenía entonces treinta años y eso ayuda mucho a la guapura. Pero está luminosa, simpática, brillante... No le hace falta cantar para que tiemble el pajarillo en nuestros corazones.

De todos modos, yo había venido aquí para hacerle un homenaje a Ryan O’Neal -que salió este año contra su voluntad en el In Memoriam de los Oscar- y me encontré, casi sin quererlo, con una comedia que aguanta cojonudamente el paso del tiempo. Otros clásicos se te caen de los párpados o te resbalan por las meninges, pero éste no. La fórmula chico busca chica -en este caso es al revés- seguirá funcionando hasta el fin de los tiempos evolutivos. 


Diálogo para el recuerdo: 

Barbra: Amor significa no tener que decir nunca lo siento.

Ryan (precisamente Ryan): Eso es lo más tonto que he oído nunca.





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Agente contrainteligente

🌟🌟🌟🌟

Caca, culo, pedo, pis... y semen. Así es el humor de Sacha Baron Cohen. Leche, cacao, avellanas y azúcar: nocilla. Una escatología muy completa y nutritiva. Y si luego mezclas los ingredientes con una sátira política que también es para mearse de la risa, o para cagarse por la pata abajo -incluso para correrse del gusto con un golpe de barriga- ya tienes una película tan divertida como “Agente contrainteligente”: la versión loca de Borat haciéndose pasar por 007.

Sacha Baron Cohen podría enviarnos el mismo mensaje social haciendo películas al estilo de su compatriota Ken Loach, cojonudas pero tristes, circunspectas y trágicas. Pero él prefiere camuflar la medicina en un excipiente más jovial y guarrindongo. Y en vez de por la boca, metérnosla por el culo, a manera de supositorio. Quiero decir que Sacha es un cerdo cavernícola solo en apariencia, porque por debajo hay un tipo muy serio que conoce los males del mundo y propone maneras inservibles pero muy divertidas de acabar con los hijos de puta.

Yo, al menos, que crecí en la barriada, en los bajos fondos de León, me mondo con sus muy marranas ocurrencias. Sucede, además, que el bueno de Sacha tiene una manera muy retorcida de estirar los chistes que él sabe más ofensivos para las beatas y las maestras de escuela. Y eso es oro puro... No solo les mete el dedo en el ojo y el pene en las meninges, sino que además los retuerce con una saña malévola. Es mi puto ídolo. Un genio. Un provocador maravilloso. 

Las maestras de mi colegio -las maestras del ancho mundo en general- se desmayarían viendo los gags más pervertidos de “Agente contrainteligente”. Vomitarían la cena, o quedarían traumatizadas, o lanzarían una campaña de quejas en internet. Me imagino sus reacciones en el sofá y mi carcajada se multiplica por dos o por cien. Gracias, de verdad, amigo Sacha.





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Esta casa es una ruina

🌟🌟🌟


El mensaje de la película es que todo se puede arreglar “si tiene buenos cimientos”. Lo mismo las casas que los amores, por muy derruidos que nos parezcan. La teoría parece correcta, pero habría que definir con precisión qué es eso de “los buenos cimientos”. Porque yo he visto chozas de cuatro palos -habitacionales y románticas- que resistieron el paso de los vendavales y mansiones excavadas en la roca que se desplomaron con el primer soplido del lobo feroz. O sea: que zarandajas. Mensajes happy flowers en la américa reaganiana del optimismo.

En el fondo, por debajo de cualquier otro argumento, la ultrametáfora de que USA es una nación sólida que solo necesita reformas puntuales.

La película no está mal. Te ríes con cuatro chorradas y ya está. Te ríes, sobre todo, cuando Tom Hanks se ríe de ese modo tan particular. Pero de estas nimiedades a lo del “clásico del humor americano” media un abismo de tres pares cojones. La culpa es de ellos, de los nostálgicos de los años ochenta, que no dejan de dar la brasa. ¿No se puede ser nostálgico y crítico a la vez? Pero ellos nada: si la película pertenece a su infancia o a su adolescencia, obra maestra; y si es anterior o posterior, entonces ya sacan los cuchillos de la lógica. Son insoportables en realidad.

Por lo demás, “Esta casa es una ruina” nos recuerda que gran parte de nuestra felicidad personal no está en el amor ni en la filosofía, sino en la comodidad que prestan nuestros hogares. Qué sería de nosotros si de pronto saliera barro por los grifos o ya no hubiera agua caliente para asearnos. Cómo nos las íbamos a apañar sin la luz eléctrica que da vida a las bombillas, a la tele, a la máquina de afeitar. Al microondas de desayunar y al router de comunicarse. Se nos iba a ir cualquier felicidad por el sumidero si las paredes se desconcharan, los techos se desplomaran y las goteras nos inundaran. La mala hostia iba a ser guapa; y la discusión con la parienta, permanente. Estrés and no sex. 

Por mucho que digan, vivir en un poblado chabolista de Nigeria ayuda poco al bienestar emocional. 




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¿Qué pasa con Bob?

🌟🌟🌟🌟

Mayra Gómez Kemp: ¡Qué suerte ha tenido nuestra pareja de cinéfilos! Por veinticinco pesetas: títulos de películas de Bill Murray que permanezcan en el recuerdo. Como por ejemplo, “Los cazafantasmas”. Un, dos, tres, responda otra vez...

Maromo: Los cazafantasmas.

Maroma: El pelotón chiflado.

Maromo (tras mirar a su pareja alarmado y luego aliviado): Atrapado en el tiempo.

Maroma: Lost in translation.

Maromo: Broken flowers.

Maroma: Life aquatic.

Maromo: El día de la marmota...


(sonido horrísono de campanas y bocinas)


La más alta de las hermanas Hurtado:

No entiendo ni torta:

“Atrapado en el tiempo”

es igual que la marmota.


(Risas entre el público, jaleadas por el regidor)


Mayra (de pronto poseída por el espíritu maligno de los ripios):

No lo entiende ni Dios:

que siendo tan buena 

de risas a go-gó

con un loco inteligente

y un psiquiatra so cabrón,

ya no quede apenas nadie

ni siquiera culturón

que recuerde las andanzas

del zopenco de don Bob


(más risas forzadas entre el público)


Mayra (ya recompuesta de su trance): ¡Ay, qué pena! Mira que había películas de Bill Murray para recordar y habéis dicho dos veces la misma... (Y de pronto, poseída esta vez por un demonio iracundo): ¿Se puede saber qué hostias os pasa a todos con “¿Qué pasa con Bob?”? ¿No les parece suficientemente buena a los señoritos? No lo entiendo...


(Pausa repentina para la publicidad)


Mayra (ya de regreso, como si tal cosa): Dinos, Maika: ¿cómo ha ido el recuento de respuestas?

Maika, la azafata buenorra: Pues han sido 6 respuestas acertadas, a 25 pesetas cada una... (teclea en su calculadora Casio) ¡150 pesetas!

Mayra: ¡Un aplauso para nuestros concursantes de Teruel, tonto ella y tonto él!




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Los ensayos

🌟🌟🌟🌟🌟


En aquel manojo de sueños que cantaba Serrat en “Seria fantàstic” faltaba uno cojonudo: poder ensayar los momentos decisivos antes de acometerlos. Gozar de la oportunidad de interactuar con actores, y en escenarios calcados a la realidad, antes de pronunciar un “te quiero”, de confesar un pecado, de enfrentarse a un tribunal, de solicitar un puesto de trabajo... De elegir entre la playa y la montaña. Antes, también, de embarcarse en la loca aventura de la paternidad o la maternidad.

La empresa ficticia de Nathan Fielder recoge ese sueño que Serrat no cantó y proporciona tales servicios en “Los ensayos”. Y a coste cero, además, porque Nathan no es un coach sacacuartos a la moderna usanza, sino un millonario filántropo que busca respuestas filosóficas. Tú contactas con él para ensayar un paso decisivo y Nathan, con sus recursos ilimitados, te monta una realidad paralela en la que puedes practicar hasta dar con las palabras exactas y los sentimientos adecuados. Todo está calculado al milímetro, previsto en unos diagramas complejísimos de toma de decisiones. La sinopsis de la serie ya es una puta locura, pero ningún espectador está advertido de la putísima locura que le espera en realidad... Cuando pensábamos que ya lo habíamos visto todo, vino Nathan Fielder a introducir un “casi” en nuestro empacho de espectadores.

El demiurgo también necesita ensayar su puesta en escena. Medir riesgos y daños colaterales. Nathan ensaya nuestros ensayos con otro grupo de actores, en otra pre-realidad que antecede y determina nuestro destino. Y ya puestos: ¿por qué no ensayar también el preensayo...? La locura es absoluta. La serie es genial. No encaja en ningún género conocido. ¿Una comedia existencial sobre el control de nuestras acciones? ¿Estamos condenados a repetirnos o podemos instruir al homúnculo de nuestra cocorota? Da igual: nunca sabremos si Nathan Fielder nos toma por tontos o nos considera tan inteligentes que nos ha hecho dignos de sus locuras. Creo que “Los ensayos” fue rodada justo antes de que le metieran en un frenopático. A ver si nos lo sueltan pronto. Hay un "to be continued" en lontananza.




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Un día en Nueva York con Woody Allen

🌟🌟🌟🌟

“Rebajas de enero” –aquella canción de Joaquín Sabina que hablaba de los amores resignados y confortables-, terminaba con estos versos: “Emociones fuertes / buscadlas en otra canción”. Y así termina, también, esta entrevista de David Trueba a Woody Allen. Porque al final de los títulos de crédito, justo después de declarar que ningún animal fue lastimado durante la grabación, ponen que si queréis morbo sexual y judicial leeros la autobiografía que el propio Allen publicó en Alianza. Y si queréis morbo duro, testimonios hardcore, pasaros por los foros de las podemitas cuando piden para el señor Konigsberg los mismos castigos que padeció Nuestro Señor Jesucristo en estas fechas tan señaladas.

David Trueba ha venido a Manhattan para hablar de cine y nada más. Y de cine en plan directores de cine, germanía de rodajes, nada de preguntas de aficionado: cómo desarrollas los guiones, cómo te llevas con el montador, qué consejos recibes del director de fotografía... ¿Algún actor te ha tocado mucho los cojones? Cosas así. Son cuestiones interesantes, pero no es quizá lo que esperábamos. Y que conste que yo no venía por el morbo -porque tengo bastante claro el “asuntillo” - pero sí, al menos, escuchar algún chiste coñón o alguna perla de sabiduría.

Sólo cuando David y Woody rememoran las viejas películas y sale a la palestra el nombre de Mia Farrow uno se tensa un poco en el sofá. Pero nada: Allen la menciona como quien recuerda a una vieja vecina del quinto derecha. "Una gran actriz y tal..." Su autodominio es absoluto. Su pasotismo también. Yo echaría espumarajos por la boca.

Al final de la entrevista yo me pregunto si Woody Allen sabe que quien le está entrevistando es un director de prestigio en España y no el interviewer random de una revista especializada. David Trueba... su aspecto físico es muy curioso: al principio, ya que estamos en Nueva York, dirías que se da un aire a Andy Warhol, con esas gafas y ese pelazo de canoso interesante, pero luego, a medida que avanza la entrevista, puedes observar que de tanto admirar el cine de Woody Allen comienza a sufrir una metamorfosis al más puro estilo de Leonard Zelig.




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A Roma con amor

🌟🌟🌟


La ciudad de Roma no sale mucho en la película. Si esto es “A Roma con amor”, a saber cómo habría sido “A Roma con indiferencia”... Barcelona, por cierto, tampoco salía mucho en “Vicky Cristína Ídem”. La Sagrada Familia y a correr. El resto eran tres bellezones tirándole los tejos a Javier Bardem: Vicky, Cristina y Penélope. El sueño erótico de una spanish noche de verano.

París, sin embargo, sí salía mucho en “Midnight in París”. Es más: tenía un prólogo musical dedicado exclusivamente a su belleza. El otoño de París es imbatible, que diría nuestro presidente. Se nota que Woody Allen encontró allí su refugio tras escapar de la caza de brujas. (Por cierto: ¿qué pinta Greta Gerwig en esta película? En el año 2012 Allen ya había sido juzgado y absuelto por los mismos delitos a los que luego doña Barbie sí otorgo credibilidad. Dijo, muy llorosa, que se arrepentía de haber trabajado con él. Hay que tener mucha jeta... Doña Trampolines... Menos mal que su cara dura no sale mucho en la película).

Roma, por alguna razón que desconozco, siempre sale en plano cerrado y poco generoso. Se ve alguna plazuela, alguna calle del Trastevere, la Plaza de España un poco en escorzo... Poca cosa para todas las maravillas que allí se encierran. Un pequeño chasco. Menos mal que para hacer turismo romano siempre nos quedará Jep Gambardella paseando por  “La Gran Belleza”. 

No parece que Woody Allen se enamorara de Roma precisamente. Pero a saber: quizá le denegaron permisos o las podemitas del Lacio le boicoteron el rodaje. Podría buscarlo en internet pero me puede la pereza. La película está bien ma non troppo. Si dividimos las películas de Allen en cinco categorías -obras maestras, cojonudas, revisitables, intrascendentes y truñescas- “A Roma con amor” tiene un pie en el “revisitable” y otro en el “intrascendente”. Menos mal que está la ocurrencia de la ducha. Y que sale Roberto Benigni haciendo el payaso (en el buen sentido). Y Penélope, muy escotada, y resalada. 





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La última noche de Boris Grushenko

🌟🌟🌟🌟


Uno de los apodos que sopesé cuando entré en los mundos virtuales fue Boris Grushenko. Pero ya estaba cogido. Incluso Borisgrushenko72, que hubiera sido lo propio dada mi fecha de nacimiento. La gente estuvo muy avispada en los comienzos de internet y se llevó todo lo que merecía la pena del expositor. Arramblaron con los mitos del cine y con los iconos del pop, y a los demás nos dejaron el recurso de inventarnos paridas muy personales y muy poco llamativas. A partir de ahí nos tomaron mucha ventaja para llamar la atención y dominar el mundo y aún no hemos sido capaces de recuperarla. 

Con Boris Grushenko me une la cobardía infinita y la gafapasta secular. Yo mido veinte centímetros más que él y vivo justo en la otra punta de Europa, pero son detalles bobos y secundarios. Boris y yo somos dos partículas cuánticas entrelazadas. Muy hermanadas. Enfangados en una batalla sangrienta, los dos nos esconderíamos detrás de un árbol a ver si pasa la marea. Si a Boris le importaba un rábano que Napoleón invadiera su patria rusa -es más, lo prefería, porque con Napoleón venía la cultura y el refinamiento- a mí también me importa un pimiento que nos invadan, qué sé yo, los mismos franceses, o los suecos. Ojalá viniera el ejército sueco a poner un poco de orden y a relanzar la Agencia Tributaria... Yo sería el primero en aplaudir a las soldados suecas desfilando por la Gran Vía.

Boris Grushenko es medio bobo, medio listo, muy torpe cuando comparece en sociedad. Un tipo más bien feo y desaliñado. En todo eso me veo muy reflejado. A los dos nos pueden los nervios y las ganas de gustar. Y claro: nos bloqueamos. Nos acomplejamos ante los hombres y nos derretimos ante las mujeres. Nos traiciona el intestino.  Si yo hubiera tenido una prima como la de Boris también hubiera metido la pata hasta el corvejón, saltándome los avisos de la genética y los preceptos de la moral.


Frasacas:

 Boris: “El sexo sin amor es una experiencia vacía. Pero como experiencia vacía es una de las mejores.

Sonja: ¡Claro que hay un Dios! ¡Estamos hechos a su imagen!

Boris: ¿Crees que yo estoy hecho a imagen de Dios? ¿Crees que Él lleva gafas?





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Golpe de suerte

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En verdad ha sido un golpe de suerte que Woody Allen ya no ruede sus películas en Estados Unidos. A los admiradores nos ha venido de puta madre que por un lado los puritanos del Mayflower ya no quieran financiárselas y por otro él se encuentre tan a gusto en el Viejo Continente. Aquí, entre la gente civilizada, además de encontrar productores para sus ideas y un apartamento de la hostia en el centro de París, Woody Allen ha encontrado una sociedad que salvo las cuatro podemitas que quieren cortarle la polla y colgarla luego de la torre Eiffel no acaba de tomarse muy en serio lo de su causa judicial.

Digo esto del golpe de suerte porque nuestro hermano Konigsberg -y que quede entre nosotros, por favor- ya ha entrado un poco en la chochera, y repite mucho sus argumentos de antaño, casi diálogos exactos, y ya sólo faltaba que sus últimas películas transcurrieran en Manhattan para que el déjà vu fuera preocupante y nos hiciera rajar un poco de él en las tertulias. Y eso sería lo último, y además muy desagradable.  

“Golpe de suerte”, por ejemplo, es una mezcla al fifty/fifty entre “Match Point” y “Delitos y faltas”, pero como está rodada en París -¡y cómo retrata Woody Allen los otoños de París!- nos entretenemos mucho con los paisajes urbanos y con los interiores de las casas donde viven los burgueses. Yo, por ejemplo, que estuve el verano pasado por allí -un poco como Paco Martínez Soria pateando los Campos Elíseos- he detenido de vez en cuando la película para buscar las localizaciones en el Google Maps, lo que por una parte me alejaba de la trama pero por otra me hacía sentir un parisino más, uno honoris causa, y me hacía regresar a la película implicado del todo, con fuerzas renovadas, como un figurante más de los que rondaban por las escenas.

También es verdad que cuando la actriz principal es guapa de romperse -guapa chic, muy francesa, perfecta para anuncios de colonias- uno también se muestra más paciente y más comprensivo con las lagunas argumentales, y con las pesadeces ya un poco cebolléticas del abuelo. 




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American Fiction

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Ahora que llega el buen tiempo y que la gente pasea sus libros por parques y terrazas, vuelvo a constatar que nueve de cada diez lectores no son tales, sino lectoras. Los hombres ya no leen, o solo leen en la intimidad, como cuando Aznar leía en catalán para hacerse político de provecho. 

Los hombres han aprendido que leyendo no se conquista a ninguna mujer y han optado por otros anzuelos más eficaces. Lo de buscar pareja con un libro abierto es una táctica ya casi decimonónica, de cuando un hombre capaz de entender dos párrafos seguidos demostraba un mínimo de inteligencia y podía aspirar a un buen puesto en la administración. Pero ahora que los analfabetos han tomado el poder la cultura está muy mal vista, y los gafosos hemos caído al penúltimo puesto en la cadena alimentaria. 

(Y además era mentira: si repasamos el mito cinematográfico del hombre lector que atraía las miradas mujeriles, descubrimos que solo triunfaban los que ya eran guapos de natura, y que el libro solo era la guinda de un pastel muy apetitoso de por sí). 

Quiero decir que a los juntaletras aspiracionales y a los autopublicados miserables no nos queda otro remedio que escribir novelas que gusten a las mujeres si queremos que las editoriales nos hagan caso y nos saquen de excursión, como los hermanos escolapios, a firmar libros por ahí, y a pasar noches de hotel fuera de nuestra aldea. El sueño de seductor de plantarte en Málaga o en Logroño y conocer a una admiradora que se pirra por tus huesos literarios. ¿Pero qué les gusta a las mujeres, ay? Son tan distintas, y tan contradictorias... ¿Por dónde empezar esta farsa, esta venta del alma en oferta a un editor?

Y no: no se me ha ido la olla. “American Fiction” va de un escritor que desearía tener éxito con lo suyo, con sus pedradas académicas, lejos del mainstream de la “literatura negra”, pero que ante la falta de monetario se traiciona a sí mismo y escribe una castaña pilonga para consumo de las masas. Motherfucker y tal... El fracaso le condenaba al anonimato pero le dejaba dormir en paz. Ahora el éxito le llena la cuenta bancaria pero le condena al insomnio. Es lo malo de nacer con escrúpulos.





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La diplomática. Temporada 1

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¿Se puede hacer una serie sobre una mujer empoderada, lista como ella sola, sin que los hombres que pululan a su alrededor sean unos machistas, unos gilipollas y unos violadores en acto o en potencia? Pues sí, se puede. Yes, we can. “La diplomática” así lo demuestra. Que aprendan Issa López y Greta Gerwig. Los hombres estamos de enhorabuena. Gracias, Deborah Cahn, gracias de verdad. No sabes lo que esto significa para nosotros... Tú vienes de una escuela televisiva que hace productos cojonudos y no pasarratos para pre-marujas, y eso nota. Antes no lo sabía, pero ahora ya sé que “Homeland” y “El ala oeste de la Casa Blanca” adornan tu currículum. Son palabras mayores. 

Gracias, también, al amigo de León que me recomendó ver "La diplomática". Se prodiga poco, pero joder, es que lo clava. De todos modos, cabronazo, esto no es una miniserie como me dijiste, sino la primera temporada de un culebrón que ya se avecina. No se cierra la trama, y si lo llego a saber no vengo. La vida es corta y la mies es mucha. Pero no nos pongamos tristes, cachis la mar, ahora que hemos encontrado una ficción en la que hombres y mujeres compiten por igual en poderes y en maldades. ¡Albricias y zapatetas!

Nuestra diplomática en cuestión es la embajadora de Estados Unidos en el Reino Unido. Pero lo es muy a su pesar, porque ella preferiría estar en Kabul, o en Islamadad, dándole caña a esos talibanes que son -ellos sí- la pura escoria del género machirulo. Pero Washington tiene planes para ella, y ella, ante todo, es un soldado que se debe a la patria. Faltaría más. 

Mientras tanto, de reojo, tiene que vigilar a su marido, que también fue embajador de las zonas calientes y que es un liante de primera que no sabe resignarse a su papel de primera dama en la embajada. Pero está tan bueno, y hace cosas tan gentiles en la cama, que nuestra diplomática pierde el oremus llegadas las doce de cada noche, como una cenicienta a la inversa, todo inteligencia durante el día y pura irracionalidad durante la noche. Mujeres, hombres, talones de Aquiles y de Aquilas... Es todo lo mismo.




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La zona de interés

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Los hijos de puta, al no ser capaces de clonarse a sí mismos como las bacterias, necesitan la reproducción sexual para dejar en el mundo sus genes de la hijaputez. Parece una obviedad, pero a veces se nos olvida. Los psicópatas como Rudolf Hoss ya se habrían extinguido en tiempos del australopiteco si no hubieran encontrado australopitecas fascinadas por su falta de escrúpulos y por su cachiporra último modelo, recién importada de Atapuerca. 

Y viceversa, claro. Si Rudolf Hoss encontró una pareja sexual que se sacude las cenizas de los judíos como quien se sacude los pelos del perrete, ella, la tal Hedwig Hensel, también encontró su espermatozoide ideal en un sádico que ascendió dentro de las SS gracias a su eficacia funcionarial. Dios los cría y ellos se juntan.

Digo esto porque me parece injusto que Rudolf Hoss fuera ahorcado en 1947 -justo al lado de su chalet de tres pisos con vistas al crematorio- y que a su señora, tan enamorada de él que le delató para no verse deportada a Siberia, se le permitiera afincarse en Norteamérica para morir plácidamente en 1989. Decía mi abuela que tanto peca el que mata como el que tira de la pata. Rudolf y Hedwig (que son pareja, residentes en Auschwitz y han venido al “Un, dos, tres” para conseguir unas dobles ventanas que les aíslen del ruido de la factoría y de los gritos del vecindario) son el mismo monstruo moral que yo no acierto a distinguir. 

La escena más terrible de la película es ésa en la que Hedwig, enfadada con su criada judía porque le ha puesto la taza torcida sobre la mesa, le suelta:

- Podría hacer que mi esposo esparza tus cenizas en los campos de Babice. 

Como diciendo: si al final destinan a Rudolf a otro lugar, yo misma podría encargarme del holocausto mientras viene el sustituto de Berlín.


(Se me ocurre un remake a la española de "La zona de interés": la presidenta fascistoide de una comunidad autónoma vive en un piso de lujo frente a una residencia de ancianos bloqueada, en tiempos del COVID).




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Sala de profesores

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Los profesores -y las profesoras, sí- somos la última mierda del Credo. Nunca supe cuál era la última mierda del Credo, pero da igual: eso somos. Dentro de la comunidad educativa, desde luego, hemos descendido al último puesto del escalafón. Somos los gammas del sistema. Actores -y actrices, sí- secundarios. Terciarios incluso. Cuaternarios como trogloditas. 

Ya no pintamos nada. La falsa progresía nos fue despojando de la autoridad hasta reducirnos a meros comparsas. En eso, me cagüen la puta, siempre tuvieron razón los reaccionarios. Y las reaccionarias, sí. Hemos pasado de enseñar a cuidar, de guiar a pastorear, de inculcar a obedecer. Ya nadie nos respeta ni nos hace ni puto caso. Nos hemos convertido en monitores de tiempo libre. Con vacaciones muy largas y sueldo fijo, eso sí. Pero monitores. Aparcaniños. Gorrillas con título universitario. Hemos perdido el aura de antaño. Ahora los valores los transmite la tele, y los conocimientos internet. Sobramos. Y en caso de duda, los padres -y las madres, sí- imponen su letanía. 

La escuela ya es el hogar extendido. El universo expandido. Los hogares son cada vez más pequeños en metros cuadrados, pero han creado colonias más allá de sus fronteras. Las leyes educativas nos obligaron a bajar los puentes levadizos. Tuvimos que rendirnos. Los profesores -y profesoras, sí- somos ciudad reducida y ejército conquistado. Vasallos que dicen amén para sobrevivir. Súbditos de clase media. Y los chavales -y las chavalas, sí- lo saben. No son tontos. Pueden sacar mejores o peores notas, pero no son tontos. Eso es otra cosa... Huelen nuestra debilidad y campan por sus respetos. Se han hecho fuertes y patrullan el fortín.

Gracias a los roussonianos de buen corazón -como esta gilipollas de la película- nos hemos degradado a canguros, a cuidadores, a veces a payasos. Los colegios son centros de día, ludotecas con libros, campamentos para invernar. Pero ya digo que también nos lo tenemos merecido: aquí cualquier cenutrio -y cenutria, sí- aprueba una oposición. Fallan los filtros. O los joden adrede desde arriba. Hay una planificación malvada en todo esto. Tampoco se nos escapa.



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