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Los
padres que se separan, la niña que sufre, el hogar que se rompe… Historias que
en la vida real, cuando afectan a
personas cercanas, te dejan triste y pensativo, pues uno también es
padre y marido, y sabe bien que sólo un desamor se interpone entre el hogar aparentemente feliz y la batalla
sangrienta por las custodias. Uno ve a esos hijos trashumantes, que van de
padre en madre, de abuelo en abuela, y siente una pena infinita por su destino.
Luego los chavales crecen, se hacen fuertes, y de todos estos vaivenes sólo les
quedará una leve cicatriz en el espíritu. Ellos forjan su carácter y su destino
en el grupo de iguales, con sus compañeros del colegio, con sus amigos del
barrio. Es ahí donde adoptan sus roles, donde mandan o se subordinan, donde se
hacen fuertes o empiezan a naufragar. Pero mientras tanto, en los hogares
infelices, ellos van sufriendo, se hacen preguntas, se quedan mirando a los
adultos sin comprender nada de lo que sucede.
El gran acierto
de ¿Qué hacemos con Maisie? es
convertir el punto de vista del espectador en el punto de vista de Maisie, la
niña que viene y va. Nunca vemos nada que ella misma no vea, aunque nuestra
interpretación de los hechos sea, claro está, muy distinta. Maisie barrunta,
sospecha, hace deducciones guiadas por su lógica infantil. Más que sufrir, se
entristece. Siente que su vida ya no es la misma, y que probablemente nunca
volverá a ser igual. Pero tiene sus juguetes, su colegio, sus amigos. El cariño
incondicional de los canguros que cuidan de ella, que la tratan mejor que sus
propios padres, y ese refugio afectivo, y esa inconsciencia bendita de los
niños, la va salvando día a día de la pesadilla. Nosotros, en cambio, sabemos,
comprendemos, se nos pone un humor de mil demonios cuando sus padres juegan con
ella al tenis de los horarios. No son malas personas en realidad -la rockera
venida a menos, el marchante venido a más- pero son personas que no estaban
preparadas para tener una hija. Antes que ella están los viajes, los
compromisos, los amoríos, los descansos imprescindibles para curarse del
estrés. Quieren a su hija, pero no la quieren en sus vidas. En ¿Qué hacemos con Maisie? no hay buenos
ni malos. Hasta en eso es una película ejemplar y distinta. Sobran los gritos,
las músicas, los melodramas. Los maniqueísmos estúpidos de las otras cien
películas que antes tocaron el tema. Aquí sólo hay adultos que no querían ser
padres.
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