Sympathy for Mr. Vengeance

🌟🌟🌟

De aquel futbolista coreano que jugó tantos años en el Manchester United nunca llegamos a saber si se llamaba Park Ji Sung, o Ji Sung Park. El orden de los factores no alteraba el producto, y cada comentarista, y cada aficionado, lo llamaba como mejor le parecía. Ni siquiera sabíamos cuál era el nombre y cuál el apellido, o si en Corea, tan alejada de Occidente, se aplicaban estas reglas de la antroponimia occidental. 

Con el director coreano de Sympathy For Mr. Vengeance -tan laureado en los festivales, tan vitoreado por los jóvenes, que celebran alucinados sus excesos sangrientos- ocurre tres cuartos de lo mismo. Park Chan Wook, que así se llama el sujeto, a veces es citado como Chan Wook Park, y a veces, también, como Chan-wook Park, introduciendo un guion y eliminando una mayúscula que los coreanos ni se plantean, pues ellos escriben con signos muy raros, y  nuestras cábalas gramaticales les importan un comino. No hago más que recordar ese viejo chiste que explicaba cómo eligen los chinos el nombre de sus hijos: arrojando una lata al suelo y anotando el sonido de los tres primeros rebotes. Clank, Pong, Chan...

Esto de los nombres coreanos es un juego de niños en comparación con el lío monumental que supone diferenciar el rostro de sus actores. Yo mismo, durante varios minutos de Sympathy For Mr. Vengeance, he caminado absolutamente perdido por las aceras de Seúl, soñando una pesadilla de tipos bajitos y morenos que se repetían una y otra vez, confundiendo a víctimas con verdugos, a vengadores con vengados, a protagonistas con fulanos que pasaban por allí. Menos mal que Chan Wook Park -¿o es Wook Park Chan?- es un director inteligente, de proyección internacional, que conoce estas deficiencias cognitivas de los occidentales, y se toma la molestia de pintar el cabello del protagonista de color verde, y de colocar, en el papel de su amante, a una actriz bellísima llamada Doona Bae, quintaesencia de la hermosura oriental, pequeña, delicada, de pechos semiesféricamente perfectos, abrasadora en la mirada, encantadora en la sonrisa. 

Sólo así he logrado comprender esta historia de venganzas que se suceden en un ciclo sin fin, a cuchillada limpia, a punzón en la carótida, a machetazo salvaje que cercena la cabeza de un tajo. Poesía brutal, o salvajismo lírico, no sé. Cosas de coreanos, muy entretenidas, y un pelín ajenas.




Leer más...

Los amantes pasajeros

🌟

Llevado más por la curiosidad que por el convencimiento, asiento mis reales en el sofá para ver Los amantes pasajeros. Meses de críticas negativas me habían preparado para asistir a la peor película de Pedro Almodóvar. Pero nunca, ni en el más pesimista de los augurios, para este disparate...

No le tengo ninguna manía al director manchego. Es más: le tengo por un hombre cercano a mi propio sentir, más allá de los gustos sexuales, o de la diferencia de edad que nos separa. Cuando habla en sus entrevistas, o escribe en sus guiones, siento que es un tipo de vehementes pasiones, de amores que alcanzan la locura y desencantos que hieren hasta el alma. Un hombre que arriesga en sus sentimientos, que goza o que sufre, pero que nunca se queda en la indiferencia, en el medio camino. Luego, sus películas, son harina de otro costal: algunas ya forman parte de mi educación sentimental, como La ley del deseo, o Hable con ella, y otras, por alocadas, por excesivas, por profundamente personales, quedan muy lejos de mi gusto, del terreno común que pudiéramos compartir entre ambas Castillas. Pero en todas sus películas, incluso en las más fallidas, he encontrado siempre un poso de hermandad, un fugaz encuentro en el laberinto de los sentimientos.  Hoy no. Hoy he pasado por Los amantes pasajeros sin detenerme en ningún chiste, en ningún romance, en ninguna exaltación de la libertad sexual. Ningún pájaro de los que viven en mi cable ha levantado el vuelo. Se han quedado quietecitos, adormilados, mirando el paisaje. Extrañados con la tontería supina mientras piaban por lo bajo.




Leer más...

Caída y auge de Reginald Perrin. Temporada 1

🌟🌟🌟🌟

Reggie Perrin. 46 años. Ejecutivo de ventas de Sunshine Desserts. Aburrido. Estresado.

Con este rótulo explicativo comienza cada episodio de Caída y auge de Reginald Perrin. Al fondo, mientras leemos la presentación, el propio Reginald va desnudándose en la playa y adentrándose en el mar, dispuesto a confundirse con las olas, a disolverse entre la espuma y la sal para ser uno con la naturaleza inorgánica. La vida de Reginald Perrin es un Día de la marmota que no transcurre en Punxsutawney, sino en los suburbios de la clase media londinense. Nuestro cuarentón vive una crisis tan típica, tan de manual, tan parecida a la angustia del espectador medio, medio calvo y medio gordo, como quien esto escribe, que muchas veces me parece estar viéndome ante el espejo. 

Aunque venden sus trapisondas como una comedia, y hay muchas risas enlatadas cosecha del 76, las andanzas de Reginald Perrin son más trágicas que otra cosa. Tragicómicas, podríamos decir, si no estuviera tan manido el adjetivo. El aburrimiento de los hijos, la idiotez del trabajo, la rutina descafeinada del hogar... La fantasía erótica con la secretaria, con la vecina, con la chica del televisor. La sensación lacerante de saberse uno para metas más altas, para vidas más emocionantes, para trabajos más cualificados. La estupidez de unos, el egoísmo de otros, la petulancia de los más prescindibles. El arribismo de los gilipollas. La aparición de los primeros insomnios, de los primeros dolores, de las primeras disfunciones que ya nunca se arreglarán del todo. El miedo a la muerte cada vez más cercana, más hediondo el aliento, más apreciable el susurro, más perfilada la guadaña. La angustia de morir, y de no vivir mientras se la espera. El aburrimiento, el desconsuelo, el llanto... 


Doctor: ¿Notas que no haces el crucigrama como solías hacerlo? ¿Mal sabor de boca por la mañana? ¿No paras de pensar en sexo? ¿No puedes hacer nada para remediarlo? ¿Te levantas sudado? ¿Te duermes viendo la tele?
Reginald: ¡Extraordinario! Es exactamente lo que me pasa.
Doctor: Y a mí. Me pregunto qué será.






Leer más...

Naked

🌟🌟

Del director británico Mike Leigh guardo un puñado de grandísimas películas que ocupan varios centímetros en el ancho de mis estanterías. Hace unos meses, en este mismo diario, ponderé el tono melancólico de Another year, esa película que no es un retrato de la vida, sino un trozo de la vida misma, con personajes como usted y como yo que no viven grandes tragedias ni grandes pasiones, que se esfuerzan, simplemente, por vivir el paso de las estaciones, con el espíritu alegre, y la tristeza en la retaguardia.

Hoy, para mi desconsuelo, Mike me ha dado harina de otro costal. Uno empezaba a pensar que este tipo era un genio infalible, un director elegido por los dioses para dar siempre con el tono justo y los guiones precisos. Un retratista ejemplar de la clase media británica venida a menos. A veces tan a menos, que ya es directamente lumpen, y objetivo eugenésico de los tipejos que manejan los dineros. Pero me equivoqué. Mike Leigh era, después de todo, un ser humano, un cineasta que hace años aún buscaba el sendero de la excelencia. De aquella época perdida en los bosques surgió esta película demencial, sin cerebro ni columna vertebral, que se titula Naked. El Indefenso de la traducción española es un ácrata que padece un revoltijo neuronal incomprensible. Un pirado disfrazado de espíritu libre que se dedica a vagar por las calles para violar mujeres (sic), filosofar sobre el Apocalipsis o pegarse de hostias con el primero que pasa. Se coja por donde se coja, es una gilipollez de campeonato. Y puede que algo peor...




Leer más...

Hijos del Tercer Reich

🌟🌟🌟

Hijos del Tercer Reich es una miniserie alemana que ha dado mucho que hablar en su país, y también aquí, en nuestra piel de toro, ahora que se estrena en los canales de pago. Con ella ha surgido de nuevo la eterna pregunta, tan boba como innecesaria: ¿eran humanos los alemanes que combatieron en la II Guerra Mundial? ¿Tenían alma, corazón, sentimientos, los civiles que aguardaban noticias en la retaguardia de Berlín? Qué tonterías... Buena parte del mundo occidental todavía cree que los soldados de la Wehrmacht iban pintados de rojo y combatían armados de tridente. Muchos espectadores aún se escandalizan cuando una película o una serie de televisión los devuelve al terreno de lo cotidiano. La psicopatía de los nazis fue una excrecencia que muchos no compartieron. Si la sociedad entera transigió con estos asesinos fue por cobardía, o por miedo, que es un sentimiento muy respetable en el que jamás hay que arrojar la primera piedra. ¿Es necesario aclarar esto de nuevo? ¿A qué viene tanta polémica recocida, resobada, aburrida en grado sumo, con Hijos del Tercer Reich? ¿Qué esperaban, además, los germanofóbicos, de una serie producida precisamente en Alemania? ¿Una condena global de los abuelos, de los bisabuelos? 

En su primer capítulo -correcto, sosaina, prescindible, mil veces visto- Hijos del Tercer Reich traza una línea divisoria que seguramente se corresponde con la realidad: los nazis y sus crímenes a un lado; los alemanes combatientes, pero armados de dignidad, al otro. ¿Que todos pujaban en la misma dirección? Nos ha vuelto a joder, don Obvio. Era una guerra. Vivir o morir.




Leer más...

Scott Pilgrim contra el mundo

🌟🌟🌟

Scott Pilgrim contra el mundo... Me gustaba mucho el título de esta película, a la que he llegado siguiendo la pista de su director, Edgar Wright, el mismo que encabeza los apellidos del bufete cómico Wright, Pegg & Frost.

En el personaje de Scott Pilgrim, no sé por qué, intuía yo un álter ego infiltrado en la juventud de Toronto: quizá un jovenzuelo solitario, asocial, embarcado en una cruzada personal contra los estúpidos reinantes. Pero mi intuición andaba muy lejos de la realidad. Pilgrim es un rockero, un competente social, un chico con cara de bobo que sin embargo triunfa en el terreno incomprensible y pantanoso de las mujeres. Pilgrim es un chico que confía en sí mismo, que camina por la vida con orgullo, y que aspira, legítimamente, a los favores de la chica más atractiva de Toronto, Ramona. Para conquistarla, habrá de enfrentarse a los celos candentes de sus muchos exnovios y exnovias, que lucharán por su amada coaligados en La Liga de los Ex Malvados. Un argumento de cómic, y una estética de videojuego, que al final no me conducen a nada, y que me dejan, además, algo confuso y mareado. He llegado veinte años tarde a Scott Pilgrim contra el mundo. Ya estoy muy mayor para seguir tanto mamporro, tanto giro de cámara, tanto plano ametrallado. Mi mundo mental es otro más perezoso, más cansino, una carretera secundaria que transcurre por caminos de baja velocidad,y paisajes melancólicos.


Leer más...

Arma fatal

🌟🌟

Arma fatal es la antepenúltima gamberrada del trío británico Wright, Pegg & Frost, que, recitados así, parecen los abogados de un prestigioso bufete de la City londinense, pero que son, en realidad, un grupo de cuarentones que se dedican a hacer cine. Son actores y directores, coguionistas y amiguetes. Especialistas en parodiar los géneros que marcaron a los espectadores de su generación, y de la mía, que es la misma.

La primera parte de Arma fatal es una sátira sobre la vida pacífica que reina en esos pueblos de la campiña británica; pueblos que uno, en su pereza, en su vida sedentaria de cinéfilo, jamás ha visitado en persona, pero sí en espíritu, sobrevolando el paisaje y aterrizando en él gracias al milagro de las cámaras que graban, y de los vídeos que reproducen. Se nota que Wright, Pegg & Frost saben de lo que hablan: la hipocresía rural, el cerrilismo chovinista, la rivalidad ancestral entre los villorrios..., aunque a veces, a los habitantes del Mediterráneo, se nos escapen los dobles sentidos y las finísimas ironías ceñidas al terreno. Pero son matices sin importancia. La mentalidad de los rústicos viene a ser la misma en todo el occidente cristiano, y el trío de abogados se mueve en los mismos registros de José Mota o de los chicarrones de Muchachada Nui, aunque los separen miles de kilómetros, y lluvias pertinaces de dos dígitos por metro cuadrado.

Es una primera hora de cine desenvuelto, inteligente, que va repartiendo galletas a diestro y siniestro con un ritmo endiablado y una gracia ejemplar. Pero luego, en la parodia de las buddy movies, nuestros amigos se despiden de nuestro guateque y se pasan a la fiesta de los vecinos del quinto: los adolescentes sin horarios, estroboscópicos y frenéticos, donde ya reina el mamporro y el tiroteo, la persecución y la gansada. 





Leer más...

Targets

🌟🌟🌟

Tenía ganas de volver a ver Targets, la película de Peter Bogdanovich que de pequeño casi me hizo cagarme en los pantalones. Targets llevaba un año esperando en el montón de las películas de reestreno, desde que  recordé aquel programa que los lunes por la noche atormentó mi infancia desde el televisor: Mis terrores favoritos. Ya he contado en estos escritos que era Narciso Ibáñez Serrador el que elegía la película en Madrid, y mi padre, en León, el que me obligaba a verla, como si ambos se conchabaran en la distancia para convertirme en un hombre hecho y derecho, uno que le perdiera el miedo a estas menudencias de los monstruos y los crímenes. 

En Internet -que es el dios que nunca tuvieron los romanos para honrar a la Memoria- figura un calendario detallado de las películas que se programaron en aquel espacio. Y descubro, sorprendido, que aquella tortura que a mí me pareció durar cien años, como una cadena perpetua del sobresalto, sólo se mantuvo en antena nueve meses, como un embarazo maldito de Rosemary. Como un curso completo en el infierno, de octubre de 1981 a mayo de 1982. Treinta y dos películas que me apartaron durante años del cine de terror, reblandecido y cagueta, hasta que los amigos me convencieron, y la testosterona del macho intrépido -que ya ves tú- se impuso a los miedos infantiles. 

Targets se pasó por televisión el 1 de marzo de 1982, y yo al día siguiente, martes de invierno, yendo hacia el colegio, estaba seguro de que iba morir de un segundo a otro, disparado por algún pirado como el de la película que me acechaba desde una azotea, rifle en mano, y ojo a la mira.  Pum. Muerto. Y ni el “pum”, siquiera, pues decían en las películas que cuando llegaba el sonido a  tus oídos ya estabas muerto en el suelo, antes que sordo. Como quedarte dormido, pero a toda hostia, y en mitad de la calle, sin tiempo para decir adiós. Aquella mañana todos los muchachos caminaban alegremente por la acera menos yo. Nadie había visto Targets la noche anterior, y nadie estaba al corriente del peligro mortal que nos rodeaba. Yo no hacía más que escudriñar los tejados, las ventanas, las alturas de aquellos depósitos del agua que vigilaban nuestro trayecto entero, y que tanto se parecían a los depósitos de gasolina que usaba el pirado de Targets para disparar a los conductores de la autopista. 

Pero no morí aquel día, obviamente, ni los que vinieron después, mientras el miedo al francotirador se iba disipando y se mezclaba con otros más escolares y pedestres. O quizá sí, morí, y aquí estoy, sólo en espíritu , con mi cuerpo desplomado sobre la acera helada y lluviosa, escribiendo estas cosas desde el limbo, mientras espero que me juzguen por los inocentes pecados de mis once años. Porque dicen también, en las películas, que en el limbo, a los muertos, para entretener la espera en la Sala de Tránsitos, les hacen creer que siguen vivos, como si les introdujeran un software de Matrix en el alma. Quién sabe. Quizá sólo he visto Targets una vez, justo el día antes de morir, y este segundo visionado es una invención de los dioses, que me entretienen la espera como telefonistas del hilo musical.




Leer más...