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Hay películas mudas y sonoras, en color y en blanco y negro, del cine clásico y del cine moderno... Y también con teléfonos móviles o sin ellos. Para mí, éste es el cuarto eje de coordenadas que permite orientarte en el tiempo y en la trama. Vamos a llamarle el eje T.
La saga de “Star Wars”, por ejemplo, parece muy futurista pero de hecho no lo es: en las letras del inicio ya nos recuerdan que la familia Skywalker vivió hace muchos años y que por eso nadie lleva un teléfono móvil para pedir la ayuda de un X-Wing o curiosear un poco en el Instagram del Emperador Palpatine. Sólo los Jedis y los Sith, gracias a los midiclorianos, son capaces de establecer llamadas telepáticas usando las redes de la Fuerza.
“The Game” está rodada en los primeros tiempos de la Revolución Celular y por eso el teléfono-ladrillo de Nicholas Van Orton -que podría ser el primo de Gordon Gekko que vive en San Francisco- va casi siempre sin cobertura y muy justito de batería, lo que es imprescindible para la trama. La película se estrenó en 1997 y yo empecé a ver teléfonos móviles por la calle en 1996, en Toledo, quizá por la proximidad a la clase ejecutiva y depredadora de Madrid. Aquellos primeros viandantes enajenados eran como los Van Orton de La Mancha, siempre parloteando mierdas bursátiles y experiencias en restaurantes. Recuerdo que muchos les mirábamos con el gesto torcido y les llamábamos gilipollas entre dientes...
Media vida después, unos con el último iPhone y otros con el aparatejo que entra gratis en el contrato -porque sigue habiendo clases y cada vez están más distanciadas- todos somos los mismos zombis en manos de los traficantes de datos. Vamos a gusto en la burra peno no se nos escapa la trampa y la mercadería. La experiencia con los teléfonos móviles se parece mucho a la experiencia de ver “The Game”: entretiene la hostia y está hecha de puta madre, pero tienes que dejarte engañar -hacerte un poco el bobo- para disfrutar plenamente de la experiencia.
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