Custodia compartida

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Del mismo modo que Gabriel García Márquez desvelaba la muerte del protagonista en la primera línea de Crónica de una muerte anunciada, aquí, en Custodia compartida, se nos anuncia desde la primera escena que esto no va a ser la batalla legal de Kramer contra Kramer, sino la de Besson contra Besson, y que hay una víctima señalada desde el principio, y un agresor al que sólo le falta encontrar la oportunidad. 

    Incluso allí, en la sala del tribunal, protegida por la jueza y por las abogadas, la ex señora Besson lleva el miedo tatuado en la frente y no se atreve ni a mirar a su marido: sólo de soslayo, con la cabeza baja, cuando las letradas que la defienden o la cuestionan se pierden en alguna germanía. A esta pobre mujer le han debido de caer muchas hostias antes de consumarse el divorcio. Y lo peor es que van a seguirle cayendo unas cuantas más, si la justicia termina por darle la razón. Y algo más que hostias, por el tono sombrío de la película...


    El señor Besson, en un casting quizá algo maniqueo en lo fisonómico, es un tipo fortachón, sanguíneo, de mirada poco clara. Se nota que ejerce un control consciente sobre sus emociones más inconfesables. Cuando no le gusta lo que oye, lo que insinúan sobre él, le gustaría saltar por encima de la mesa y liarse a hostias con las leguleyas y de paso, para no perder la puntería, arrearle alguna a su ex mujer en el revoltijo. Pero ahora, al principio de la película, afeitado, bien trajeado, quizá bajo los efectos de algún calmante o de algún consejo administrativo, Antoine Besson se contiene, y hasta se muestra razonable en algún argumento. Jura que ha cambiado, que es un hombre distinto, que a sus hijos no les va caer ninguna torta cuando pasen los fines de semana junto a él. Pero los espectadores más desconfiados, menos comprensivos con el género humano, sabemos que nadie cambia por mucho que lo intente, y mucho menos cuando pasas la frontera de los cuarenta, que es como un camino de no retorno, para lo bueno y para lo malo, como si los dioses del destino cerraran la puerta a tus espaldas y sólo quedara avanzar con lo que uno lleva puesto. 

    Y Antoine Besson, en el caso que nos ocupa, es un maltratador de libro, de aterrorizar a sus cercanos, de salir algún día en los telediarios...