The Cured

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Ya va siendo hora de que los escritores de ciencia ficción se reúnan en concilio para establecer una verdad canónica sobre los zombis. Que debatan durante meses, si hace falta, como hicieron los obispos en el Concilio de Nicea, que abrumados por todas las cosas contradictorias que se decían y se escribían sobre Jesucristo, decidieron preguntarle al Espíritu Santo cuáles eran las verdades reveladas y cuáles las invenciones de los herejes.

    Convendría, del mismo modo, porque la literatura se acumula y las películas se suceden, que alguien nos explicara si los zombis son muertos que reviven o enfermos que no llegan a morirse. Si les puedes matar de un disparo en el corazón o si si siguen moviéndose con independencia del riego sanguíneo. Si lo suyo es una cuestión vírica o una maldición gitana. 

    Y si es una cuestión vírica -y como tal sujeta a vacunación y sanamiento, como propone The Cured- si los exzombis son capaces de recordar la atrocidades gastronómicas que cometieron cuando estaban semi-muertos o semi-vivos, que no necesitaban entrar en el Mercadona del barrio para hacer la compra de la semana a no ser que sus presas se hubieran refugiado allí tras los cristales. Algo así como quien trata de recordar las gamberradas que cometió estando de melopea, a las tantas de la mañana, y duda de si llegó a sacarse la polla en el vagón del metro o si vomitó los cinco vodkas sobre el vestido de su mejor amiga.

    En estas cuatro décadas que nos separan de La noche de los muertos vivientes hemos visto zombis de todos los pelajes, de todos los metabolismos, y uno, la verdad, ya anda bastante perdido. Lo único que está claro, más allá de estas cuestiones fisiológicas, es que los zombis siempre son la alegoría de otro miedo que no se puede o no se quiere contar. El comunista que resucita, o el exmarido que retorna de la tumba. En esta película de hoy, los zombis son un trasunto de los guerrilleros del IRA: tipos que después de mancharse las mandíbulas de sangre, y de recibir el adecuado tratamiento, son reinsertados en la sociedad con el recelo lógico de sus vecinos. Porque tampoco queda muy claro, la verdad, si estos zombis curados aún pueden transmitir el virus de su rabia con un beso, o con una salpicadura de sangre. Quizá parezcan cuestiones banales, bizantinas, de las que entretienen a los adolescentes mientras pelan la pava. pero a mi me intrigan sobremanera mientras bostezo en la película aburridísima.