Catastrophe. Temporada 4

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Charles Bukowski hubiera dicho que en la cuarta temporada de Catastrophe el capitán salió a comer y los marineros tomaron el barco. Sharon y Rob se han convertido en una pareja más dentro del cotarro sentimental, casi secundaria en su propia serie, relegada a cuatro chistes sobre pollas y coños, y a cuatro conversaciones sobre la crianza de los hijos y la muerte de los seres queridos. Seis episodios para un puñadico de “apariciones estelares”... Casi unos also starring dentro de la comedia brillante que ellos mismos parieron. 




    Dicen por ahí, en los mentideros informados, que los Sharon y Rob de la vida real han sufrido desgracias personales, reveses de la fortuna, y quizá por eso han teñido de gris lo que nació siendo una sitcom descacharrada y deslenguada. Sea como sea, se nos han difuminado, el americano y la irlandesa, que eran nuestra pareja preferida de la tele. Un espejito en el que mirarnos, los amantes imperfectos y débiles, enamorados y contumaces. Aquellos primeros episodios catastróficos casi los vimos con una libretita sobre las rodillas, para apuntar los chistes guarros, las cursiladas de almohada, las estocadas de mala hostia. La Horgan y el Delaney estaban en estado de gracia, los muy jodíos, reyes de su propio reino, Juan Palomos de yo me lo guiso y yo me lo como, con cuatro secundarios cojonudos que les hacían la corte para subrayar la gracia, y servir de contraste. Y no como ahora, que sólo salen para tocar los cojones, para desviar nuestra atención sobre la pareja disfuncional que de verdad nos importaba, que era la suyas.

    Ya en la tercera temporada de Catastrophe había gente que chupaba demasiada cámara, que ocupaba demasiado diálogo. A la serie otrora perfecta tuve que quitarle una estrella de mis michelines cuando vine a este blog a parlotearla. Ahora, filoménico a mi pesar, tengo que quitarle otra... Sólo en el último episodio, Sharon y Rob han vuelto a dejar una pincelada para la esperanza. Volveremos, por tanto, a caer en la tentación cuando llegue la quinta entrega, ya más cercanos todos a la cincuentena que a la crisis de los cuarenta, que era, después de todo, de lo que aquí se trataba. Ay.