Purasangre

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En las barrios estupendos abundan más los psicópatas que en los arrabales abandonados, o que en los Downtowns de las grandes urbes. Lo que pasa es que los psicópatas adinerados disimulan mejor porque son más refinados, e inteligentes, muchas veces incluso más guapos, y han construido su fortuna haciendo el mal con la mano izquierda, a la chita callando, repartiendo sonrisas como hostias, y abrazos como puñaladas,  y por eso viven en mansiones rodeadas de césped mientras los psicópatas de la chusma se navajean muy lejos de sus dominios, por un arrebato, o por un puñado de dólares.




    Tiene que haber, a la fuerza, muchos psicópatas manejando las altas finanzas, y las altas decisiones, decidiendo dónde caerá el próximo bombardeo o el próximo hospital privatizado. A ciertas altitudes -y los rascacielos de las grandes corporaciones están por encima de las nubes- sólo se puede sobrevivir a la falta de oxígeno si no se tienen escrúpulos, y sí en cambio un pulmón extra en forma de diablo. Harry Lime, en El tercer hombre, subido a la noria desde donde los vieneses parecían un desfile afanoso de hormigas, ya decía que a esas alturas el sentido moral se enturbiaba, y que desde allí era muy fácil cometer crímenes contra la humanidad si uno sacaba de ello un jugoso beneficio.

    No es de extrañar, por tanto, que en el barrio exclusivo de Connecticut se encuentren dos compañeras de instituto que llevan la psicopatía inscrita en los genes. Lo que pasa es que Amanda es más clarividente, más sincera consigo misma, y ya hace tiempo que asumió su condición de persona sin empatía; pero la otra, Lily, que además tiene cara de modosita, todavía no ha reconocido que existe una enorme diferencia entre tener sentimientos y fingirlos. Reírte cuando los demás ríen y llorar cuando los demás lloran no garantiza nada. Lily, asustada, iniciada en la duda, no querrá saber nada de su amiga: la bloqueará, le negará el saludo, se pasará días sin contactar. Pero la socrática tentación de conocerse a uno mismo se vuelve irresistible, cuando te ponen sobre la pista…