Rick and Morty. Temporada 3

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A mediados del siglo XXIII -a más tardar el siglo XXIV- ya se venderá la pistola de portales en las farmacias. Será un remedio tan cotidiano como las compresas o como los sprays para la nariz. 

Primero habrá que descubrir los agujeros de gusano, claro, y luego aprender a atravesarlos sin disgregarnos. Para eso se están gastando millonadas en el CERN, digo yo, acelerando partículas hasta velocidades casi lumínicas. Algún científico loco hallará la manera de reconstruir nuestra información al otro lado del espejo: los genes y la memoria. Cuando ese pequeño detalle quede solucionado, habrá otro científico despeinado que logre generar los agujeros de gusano con una pistola, a gusto del consumidor, y entonces ya podremos viajar por todos los rincones del universo buscando el lugar más placentero que se nos ocurra. El balneario adecuado para nuestra dolencia concreta del espíritu. 

Nuestros tataranietos no necesitarán pastillas para evadirse de la realidad. Para olvidarla o amortiguarla. Los espectadores del futuro -aquellos que sobrevivan al cambio climático y a la muerte del romanticismo- se partirán el culo cuando vean las películas de nuestra época y descubran los frascos de Prozac o los divanes de los psiquiatras. Será como ver ahora a los cirujanos del Renacimiento que practicaban sangrías o aplicaban sanguijuelas. Nuestros descendientes, cuando se sientan superados por la vida, se comprarán una pistola como ésta que maneja el abuelo Rick y viajarán a dimensiones más agradables, y a rincones más apacibles. Siempre habrá un planeta que satisfaga nuestras necesidades físicas o existenciales. El universo entero será el remedio para nuestros males, y regresaremos de esos viajes terapeúticos como si volviéramos a nacer.

En un episodio de esta tercera temporada descubriremos que existe, incluso, un planeta donde nadie puede morir porque está protegido por una Cúpula de la Inmortalidad. Hasta que Rick y Morty pasan por allí, claro.