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Roger Ebert recordaba en “Las grandes películas” que “La lista de Schindler” levantó ampollas entre los supervivientes del Holocausto porque, según ellos, Spìelberg había diluido la tragedia hasta hacerla digerible para el gran público, buscando un equilibrio inadmisible entre el relato descarnado y el rédito comercial. Pocos de ellos mencionaban que Spielberg, al rodar su película en blanco y negro, había demostrado que esta vez le importaban muy poco los porcentajes.
Para los desencantados con “La lista de Schindler”, Roger Ebert recomienda en su libro ver “Shoah”, que es como un tour por el infierno con 0% de glucosa. Pero él mismo advierte: hay que tener un culo bien entrenado para aguantar sus casi diez horas de duración. Con “Shoah” no queda otro remedio: o la paciencia infinita, o verla como siempre la hemos visto los provincianos, repartida en las cuatro sesiones que propone su edición en DVD. Da un poco igual porque nunca pierdes el hilo. Es imposible. La historia no necesita presentaciones y los relatos te dan vueltas en la cabeza durante días.
Lo más terrible de “Shoah” no es el testimonio de los supervivientes ni el cinismo de sus carceleros, sino la indiferencia de esos paisanos que vivían cerca de las “zonas de interés”. Lanzmann rodó “Shoah” a finales de los años setenta y aún quedaban muchos parroquianos que recordaban la llegada de los trenes a la estación, el desfile de las víctimas, los ruidos de muerte que venían de los campos y luego el humo nauseabundo que salía de las chimeneas.
“Fue muy triste, sí, pero nosotros éramos católicos, nos dedicábamos a lo nuestro y tampoco nos iba tan mal”. O: “Yo no recuerdo bien, no me meto en política, eso son cosas para la gente estudiada...”
La gente común es lo peor de todo, ahora y siempre. Todo les da igual mientras no afecte a su huerta o a su negocio. No son todos, pero son demasiados. La gente común simpatiza con cualquier barbarie que le aporte un beneficio: o la vota, o la aplaude, o la consiente.
Un oficial de las SS acojona a cualquiera y es comprensible que nadie interviniera para ayudar. Pero a muchos les delata un brillo en los ojos cuando Lanzmann les sonsaca...
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